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martes, 4 de marzo de 2014

Whitechapel (y Sherlock)

1.Sí aún fascina tanto la figura de Jack el destripador, el asesino de Whitechapel, es porque encarna la incógnita irresuelta, el enigma sobre el que se proyectan múltiples especulaciones. Incluso, sobre el número de crimenes que perpetró. Se considera que cinco, entre agosto y noviembre de 1888, pero hay crímenes hasta 1891 que se llegó a asociar con él (como hay quienes los redujeron a tres). Es la incertidumbre que hace temblar la pantalla en blanco de lo posible. Es el enigma personificado. No es de extrañar que se le haya asociado en varios relatos con Sherlock Holmes, una creación ficticia que proporciona la ilusión de certeza con su capacidad deductiva, frente a lo real inaprehensible. Al fin y al cabo, es como si la ficción lograra dominar la realidad, o la mente el caos, que lo domestica con sus sagaces bridas especulativas. Encarna conjuntamente el sueño del arte y de la razón como cartografía de conocimiento y discernimiento que destierra las incógnitas, lo inefable. El control y la previsión son posibles. Sherlock, como otros investigadores de las obras de intriga, los whodunit (quién lo ha hecho) establecen con sus exégesis, gracias a su agudeza, una recomposición del orden. Todo puede ser explicado. No quedan flecos sueltos. La realidad funciona como un mecanismo de causa-efecto. Sólo es cuestión de saber observar, asociar, deducir. Sherlock pone todo en su sitio. Tanto que, incluso, podría descubría las oscuras tramas conspirativas del poder, el de esas élites del poder que rigen nuestro mundo, las que nos condenan a la impotencia, como el caso de la conspiración masónica de las altas esferas del poder de 'Asesinato por decreto' (1979), de Bob Clark, inspiradas en las especulaciones de Stephen Knight en su libro 'Jack the ripper: the final solution' (1976), ampliación de los planteamientos de Ellery Queen en 'Estudio de terror' (1966).
Por eso ha suscitado tantas expectativas el primer episodio de la tercera temporada de 'Sherlock' (2010-), con el que han jugado perversamente, demorando durante el mismo como un largo redoble de tambor la explicación de cómo Sherlock aparentó su muerte en la resolución del tercer y último episodio de la anterior temporada. Su explicación, por eso mismo, o cualquiera de sus explicaciones, consecuencia de su excepcional poder deductivo, representa incluso la ilusión de victoria sobre la muerte. Siempre hay una causa que poder interpretar, siempre hay un medio con el que manipular y dominar la realidad, las apariencias, siempre hay donde asirse y no enfangarse en la derrota ante lo inefable, en la impotencia: La serie en sus siguientes capítulos ironiza con las dificultades afectivas de Sherlock, en un episodio que juega al desconcierto con su aparentemente errático desarrollo, del mismo modo que la boda de Watson supone una ruptura de su estabilidad y deja en la intemperie la real condición de los vínculos establecidos; las apariencias y lo real, como la misma entraña de las relaciones, se suspenden en una espiral que asemeja al maelstrom de las incognitas. En el tercer episodio, aparentemente, en su resolución, Sherlock, para conseguir el dominio no le basta con su dominio intelectual, y tiene que recurrir a la violencia ( o así lo indican las apariencias). Sherlock es el dominio de las apariencias, y a la vez el abismo de las mismas. Simulacro y orden.
Jack el destripador es tambíén el emblema del crimen perfecto, de la infracción que no es castigada. La transgresión es factible, el orden puede ser demolido. Las fisuras rigen la pantalla descascarillada. Y además es la encarnación, valga la paradoja, por la condición escurridiza de su identidad, a la que no logra dotarse de cuerpo definido, de la esencia de lo siniestro, de lo abyecto, de la oscuridad, del mal. 'Whitechapel' (2009-13), también producción británica,anticipándose a 'Sherlock' en la actualización de unas célebres figuras del pasado, parte de la fascinación por Jack el destripador, a través de la emulación que también es reflejo de esa atracción hacia la potencia de las figuras del mal que cuestionan con su condición y presencia los limites ( y los ponen en interrogante, porque fuerzan a establecer preceptos morales, limites, guías, umbrales), para ir derivando en la cuarta y última temporada hacia los terrenos más abstractos y a la vez más ambiguos de la condición del mal. Lo inconcreto ya no es la falta de un rostro, el fleco suelto que evidencia nuestros límites (no todo se puede resolver) sino quizá el reflejo de potencias que no tienen que ver con lo tangible, con lo que denominamos como realidad. Hay algo más allá, más allá de las conspiraciones en la oscuridad de las altas esferas del poder. Es ese más allá que nos enfrenta a la asunción de que sólo accedemos a una pequeña porción de lo que llamamos realidad, lo que acrecienta nuestra vulnerabilidad, ya que resulta más difícil contrarrestar ese influjo. No basta con resolver un caso, no basta con detener a alguien. ¿Cómo detienes a lo que no tiene rostro ni cuerpo aunque pueda tomar provisionalmente una apariencia humana?
2.'Whitechapel', creada por Ben Court y Catherine Ip, es una serie cuyo interés ha ido incrementándose con cada temporada. Las dos primeras constaban cada una de tres capítulos. Casi se puede decir que eran como un largometraje troceado en tres partes. La primera centrada en la búsqueda de un emulador de Jack el destripador. Aún más sugestiva resultaba la segunda, centrada en crímenes que emulaban, o recordaban, los de los gemelos Kray, célebres gangsters de los 60 a los que caracterizaba la remarcada brutalidad de los asesinatos que cometían (hasta que fueron detenidos en 1968). Tanto la tercera como la cuarta temporada constan de seis capítulos, es decir tres casos por temporada. Más que emulaciones, los crimenes poseen ecos de crímenes del pasado, o de figuras o leyendas del acervo cultural. Las referencias pasadas sirven como apoyo documental orientativo en las elucubraciones. En el principio estaba el fin, o lo siniestro y lo cruento recorre la historia y la naturaleza humana como parte de su circulación sanguínea. Por otro lado, ya insinuado en la tercera, se establece en la cuarta un hilo conductor, en paralelo a los casos, el de los extraños sucesos que acaecen en la misma comisaria y que afecta al equipo protagonista de investigadores, que densifica el relato ya que plantea la posibilidad de que si se dan tantos crímenes en una zona como Whitechapel quizá sea porque haya un influjo siniestro sobrenatural.
Tres son los personajes principales. Chandler (Rupert Penry-Jones) es el inspector detective al mando. No faltan aspectos que le asocian con el retrato de la actualización de Sherlock. Es muy maniático. Obsesivo del orden y la limpieza. Le perturba que alguien, por poner una carpeta, mueva, aunque sea levemente, los objetos sobre su mesa, y es alguien que se llega a cambiar tres veces de camisa al día. Ser tan maniático, tener ese compulsivo afán de control, ha determinado que, aunque no tenga esa tendencia sociapata de Sherlock, sea un solitario que carece de amistades e incluso piense que resulta imposible que encuentre una mujer con la que pueda establecer una relación afectiva. De hecho, en la tercera temporada, uno de los aspectos más destacables, es la subtrama centrada en la sucesión de mujeres, una por cada caso, con las que se plantea esa posibilidad, y que culmina con una sobrecogedora conclusión en el último episodio. Miles (Phil Davis) es el sargento detective. Su condición menuda ya contrasta con la talla espigada de Chandler. Es el hombre corriente, casado con varios hijos, un Sancho panza combinado con Watson, pero en versión más gruñona. Una visión a ras de tierra, que es también la del veterano, la del que sabe resolver los casos porque tiene callo. Ambos establecerán en principio una colisión (Chandler además es un novato), que se convertirá en fructífera dinámica cómplice de trabajo, y que, incluso, derivará en una singular relación paternofilial.
Hay un tercer componente que posibilita que no se incurra en las inercias de esa ecuación dual de personajes contrapuestos, Buchan (Steven Pemberton), el experto erudito. En las dos primeras temporadas es un personaje más bien períférico, una extensión extravagante, el el estudioso especializado (ripperologist) en Jack el destripador, quien también realizó años trás un documental sobre los hermanos Kray. Su personaje adquiere más consistencia, y se integra de modo más armonioso, en las dos últimas temporadas desde que Chandler le integra en su equipo, proporcionándole un espacio propio en los sótanos, como consejero consultor archivista. Su conocimiento de la historia de los crímenes se convierte en orientación con la equiparación de los casos en curso con otros pretéritos (los asesinatos de Rattclife, variación del asesinato en una habitación cerrada; los asesinatos de los torsos del Tamesis, también en la década de 1880), o leyendas como la de El hombre del saco. Además, aporta, por su condición ajena a la actividad policial la interrogante sobre las responsabilidades del trabajo policial, sobre las consecuencias funestas que puedan deparar la falta de rigor, la torpeza o las distracciones.
Despellejadores de piel, destripadores en el alcantarillado o caza de brujas se suceden en los diversos casos, mientras se enturbia la atmósfera tenebrosa, y la concepción y consideración de la realidad de sus límites se despelleja y destripa. Las apariencias son un agujero negro que puede arrastrarte a lo inconcebible, como la sugestión dejarte en suspenso con la ofuscación (el ensimismamiento en lo propio, en la distancia corta, en lo instintivo, en los miedos e inseguridades) como una ancianita de aspecto inofensivo no es precisamente lo que parece. En la comisaria Miles no deja de escuchar sonido de tacones en los espacios vacíos sin que nunca aparezca nadie. El meticuloso Chandler tiene visiones en los lavabos de cuyo grifo surge una espesa sustancia negra. Hay quien prefiere no curar una herida en su mano que se va infectando, la luz titila como un parpadeo continuo, las relaciones se infectan y tensan porque la percepción se distorsiona. No se sabe si combaten contra sí mismos, contra una amenaza tangible, o contra algo que no es de este mundo visible, y que quizás haya infectado Whitechapel como un tumor maligno. La resolución no cierra heridas, no consuela ni ordena la realidad ni las apariencias. El abismo se abre con las interrogantes.

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