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martes, 21 de enero de 2014
Gente en sitios y Los ilusos
Unas luces tantean la oscuridad. Quizá la misma luz acrecienta su espesura. Es el plano final de 'Gente en sitios' (2013), de Juan Cavestany. El sonido se interrumpe, más que el silencio es la falta de sonido la que domina la banda sonora. En ocasiones, no hay sincronía entre las voces y las bocas. Quizás tampoco con los pensamientos. Son espasmos, fisuras, balbuceos, y a la vez destellos, de algunos planos de 'Los ilusos' (2013), de Jonás Trueba. Ambas obras buscan, tartamudean, tantean otros territorios, en la oscuridad, buscan un ajuste, como si se hubiera perdido la voz, la mirada, y comenzaran a dar de nuevo unos primeros pasos en la realidad, y ensayan, y se tropiezan, y encuentran, incluso, en algún momento, hasta abren una hendidura donde no había siquiera ni esquinas. Hay un personaje en 'Gente en sitios' una figura entre naves industriales, espacios vaciados, desacogedores, que mira alrededor como si no reconociera su entorno. Después mira desde la ventana de su dormitorio y señala que no hay nadie. Aunque, de repente, añade que sí hay alguien. En algún sitio, aunque quién sabe cuál. Y quién. Puede ser él mismo, puede que sea nadie, puede que aún no sepa ver. Hay quien se mete en el maletero de un coche, pero es otro el que sale, uno que en ese mismo momento está hablando por teléfono con la conductora que ha abierto el maletero. Y ese personaje que había entrado en el maletero aparece, más tarde, o más bien en otro espacio, ante otra persona en un pasillo oscuro.
No hay más tarde ni más temprano, porque no estamos en el tiempo que conocemos. O que presuponemos. Sitios, pero qué sitios son esos, y qué gente son esa. Y quiénes son esos ilusos que miran hacia atrás, hacia un cine que hablaba como a ellos les gustaría hablar, mirar. Y balbucean, como aquellos, para encontrar su propia habla. Ambas películas se desplazan con los huesos descoyuntados. 'Gente en sitios' se constituye de lo que hace un par de décadas se llamaban cápsulas. Fragmentos inacabados, flecos sueltos, inconexos, o no. Hay un personaje que hace fotos a varios de los personajes en medio de la calle, esté vivo o muerto. Hay quien se ofrece a ayudar a quien ha perdido la capacidad de andar, o de beber agua sin que se le derrame en el pecho, o de dormir. Se han perdido las conexiones, se ha perdido el sentido. Buscas un piso, un lugar donde establecer tu lugar, y el que te enseña el piso, el agente inmobiliario, no es quien parece, no es un agente, quién sabe quién puede ser y por qué hace lo que hace. Muchos de los fragmentos, de los pasajes, de las capsulas, te dejan con esa interrogante. Ya la realidad no responde como esperabas, como si ya no existiera el menú de posibilidades con las que siempre contabas. Ahora quizá ya no haya menú. No hay contraseña, no hay teclas que pulsar. La realidad no responde. O quizás hay que asumir los cortocircuitos.
Hay que humanizarse para dejar de ser un mero homínido que ha perdido ya las facultades de relacionarse con la realidad, con los otros, si es que alguna ha poseído esa capacidad. Gente que quiere que le escuchen, gente que se desplaza por la realidad como quien se fuga porque no sabe cómo expresar, reconocer, que no había dicho lo que quería haber dicho, o que no quería haber dicho lo que había dicho, y te comprometes, y generas una realidad que no pretendías, y te quedas atrapado en tu incoherencia. Muchas veces, eso es la realidad. Otras, gente que no se percata de quién está al lado. Hay gente que se cambia la cara porque ya no sabe cómo llamar la atención de su marido. quien ni se había percatado de que se la había transformado completamente. Su mirada está más atenta a una pantalla.La de los jóvenes directores y actores de 'Los ilusos', también. Miran hacia y a través del cine de Godard, y también de Garrel o Eustaché. Su mirada es en blanco y negro porque habita y se siente entre aquellas imágenes del pretérito, o de aquella pantalla sin tiempo. Su reflejo. La narrativa se quiebra, busca la digresión que materialice la condición escurridiza de la vida, en la que los nexos y las transiciones son inciertas, quebradizas.
Hay momentos en que resplandece un fulgor de pálpito auténtico, de imagen encontrada porque está hecha de carne, o de mirada despierta, mirada que se restriega porque acaba de despertar, en especial, cuando busca, cuando tantea, cuando juega con el habla, como quien descubre la materia del lenguaje cinematográfico, y desentraña su ilusión, y explora la banda de sonido, y los desajustes entre sonido e imagen, y deja entrever la tripa del rodaje. Hay otros en las que simplemente se suspende sobre el modelo, como quien persigue una sombra y se tropieza aunque se ría, porque aún lo vive como un juego, no con la desesperación de quien busca su propia mirada. Y la película pierde rumbo, se interrumpe, se trastabilla. En un momento dado, el protagonista, el aspirante a director, imparte una clase en la que explica cómo puede variar en una secuencia el tono de una película, del drama a la comedia. Una separación, un momento conflictivo, puede convertirse en un momento cómico, por absurdo. Su voz en off insiste en otro pasaje, acompañando unas imágenes de la noche, en esa combinación de drama y comedia de la vida.
La narración intenta materializar esa perspectiva pero no acaba de cuajar, suspendiéndose entre hilos deshilvanados. Ni el drama adquiere un centro de gravedad, ni la comedia logra transcender el voluntarioso esfuerzo de dotar de liviandad a una juventud que aún pestañea por la fuerte luz del sol. Aún vaga en la noche buscando un sueño, que puede ser el rostro de una chica. A veces es un espejismo pasajero, a veces se atisba esa posibilidad, Pero la mirada todavía no está definida, ni tampoco padece la gravedad que conduce a las pesadumbres. Son veinteañeros que se asemejan más a los niños pequeños que juegan con el micrófono, la cámara y las cintas de vídeo en la secuencia final. Algún gesto, algún rostro, como el de Aura Garrido, cuaja entre las fugitivas imágenes que se difuminan sin haberse aún esbozado. Ambas películas tantean senderos entre fantasmas y figuras y acciones inacabadas. Se intenta entrar por una puerta del modo adecuado, pero parece que se ha perdido la facultad, o quizá es tampoco se sepa dar la pauta de modo precisa. Aún no está clara si es una cosa u otra, o ambas. La mirada ha perdido pie, y juega como un bebé como una cámara y el micrófono y aquellas cintas de vídeo que por algún razón se grabarían. Todo sea por salir de la oscuridad.
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