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sábado, 11 de enero de 2014

After life

Hay instantes que desearíamos que se convirtieran en eternidad. ¿Y sí la eternidad se convirtiera en la rememoración de un sólo instante? En las secuencias iniciales de la bellísima 'After life' (Wandâfuru raifu, 1998), de Hirokazu Kore Eda, unos trabajadores, que parecen funcionarios de algún servicio social, inician su jornada en las dependencias de un edificio un tanto vetusto y descuidado. Su labor, recabar entre los recién llegados el recuerdo que seleccionen de su vida. Tienen tres días para decidirse. Durante los cuatro días posteriores los funcionarios se encargarán de elaborar la recreación en un set de rodaje de ese recuerdo. Hay que señalar que tanto unos, como otros, están muertos. Este es el otro lado, no hay cielo ni infierno, ese otro lado no difiere de este mundo. De hecho, en cierto momento los funcionarios realizan su labor de documentación entre los vivos realizando las pertinentes fotografías de los elementos que son necesarios como referencia para el diseño de producción de la traslación cinematográfica del recuerdo. No hay distinciones entre un mundo y otro, como si no hubiera que cruzar umbral alguno, como si no hubiera separación. Esa transición se plantea con la misma naturalidad como en la exquisita 'Air doll' (2008) se producírá la transformación de la muñeca hinchable en una mujer real, o aparentar que lo es, (que puede desinflarse, de todos modos, si se produce un funesto accidente; aunque quizá aquel del que enamoras te dé el aliento necesario para inflarte de nuevo: aunque quizás le coja gusto un tanto fetichista a que desinfles; pueden ser las paradojas del amor, y estamos en el territorio de las metáforas, de las fábulas).
'After life', también lo es, es una película que parece entre mundos, es una película entre estilos, asemeja a veces a un documental, un documental sobre una realidad de la que no hay constancia verificable. Es una película sobre la memoria, el tiempo, o la duración, sobre la imagen de de la sensación de permanencia que buscamos, sobre la permanencia que puede convertirnos en imágenes en vida, rutinas, inercias y derivas. Sobre la vida como búsqueda de una realización, de una sublimación, que desafía la consciencia de finitud. Hay quienes pronto saben qué recuerdo elegir. Pero hay quienes dudan, sin acabar de decidirse. A uno de ellos, el anciano Ichiro (Naito Taketoshi) se le ofrece, como ayuda, la posibilidad de revisar su vida a través de cintas de video. Contemplarte puede propiciar que adviertas lo absurdas de ciertas decisiones en tu vida, cuán indeciso, cuán orgulloso, o temeroso fuiste en ciertos momentos, desaprovechando oportunidades. Cuán arbitrario y cuán contradictorio. Lo que en un momento, en un tu juventud, negaste con rotundidad y convicción, no ser un funcionario vital, de vida estructurada, es en lo que te convertiste. Lo que no pretendías ser, es lo que fuiste. Tampoco la memoria es muy fiable. Puedes comprobar cómo décadas después negabas a tu esposa lo que sí dijiste, o cómo te comportaste de torpemente, en una primera cita.
Qué facilmente nos olvidamos a nosotros mismos, qué fácilmente tergiversamos la realidad pretérita con nuestros recuerdos. Los recuerdos son una puesta en escena, una fusión de evocación e imaginación. Se convierten en representación. Son películas que elaboramos aunque no sea de modo consciente. Los detalles se escurren entre las hendiduras del tiempo cuando intentan reconstruir el recuerdo elegido. Incluso, los hay que se prefiere de otro modo al reconstruirlo. Al fin y al cabo, es la película que se desea proyectar de acuerdo a la significación de ese acontecimiento, más relevante que el registro exacto. La rememoración también enfrenta a los reflejos, cuando entran en juego otras perspectivas. En primer, lugar la de los encuestadores, los mismos funcionarios, ya que todos ellos realizan esa función porque no fueron capaces de decantarse por un recuerdo. De algún modo, viven en un limbo,en el que no hay una sola imagen sino aún múltiples, como si aún vivieran en lo posible, en una realidad en formación, como un aluvión o una cascada que no se ha hecho película. Aún pueden mirar con asombro cómo cae la nieve por un tragaluz en el tejado, y aún recordarlo, porque no han elegido un solo recuerdo. Como aún pueden sufrir una decepción amorosa, que no podrán olvidar.
En segundo lugar, la perspectiva de los demás ante una misma experiencia. En los últimos pasajes, se amplifica en una sublime caja de resonancias y reflejos. Nairo se percata de que el joven de 22 años que le entrevista, Takashi (Arata ), tras que este le diga que murió en la segunda guerra mundial, es el joven que había sido el anterior novio de su esposa. Nairo selecciona un momento que compartieron en el banco de un parque en que intentó dar nuevo aliento a la relación con su esposa, tras una vida entumecida por la inercia y el descuido, una ilusión de renacimiento que sería frustrado por el pronto deceso de su esposa. Arata, que no pudo decidirse por un recuerdo en especial, como si no encontrara en su vida algo excepcional, descubre que la esposa de Nairo eligió la última conversación que mantuvieron, también en el banco de un parque, antes de que él entrara en combate. Arata descubre que él era lo más importante para alguien, y encuentra en esa otra mirada la singularidad, la constantación de que en su vida sí hay huellas de vida, de que su vida deja huellas. En otro plano equivalente al de esa conversación en el banco del parque, la colaboradora de Takashi, Shioshi (Erika Oda), le observa, en un banco en el jardín de la institución, cómo la que sería esposa de Nairo. Para Shioshi no habrá huellas que forjar, huellas que permanezcan indelebles, como fulgor de recuerdo. Shioshi golpea sus huellas en la nieve, da patadas a su sueño frustrado, estruja el olvido en el que se sumirá en la mente de Takashi, que ya ha elegido un único recuerdo, otra mujer. Shioshi seguirá desplazándose entre lo diverso, entre lo posible, esperando la huella que sea la imagen que es residencia, raíz y permanencia que es armonía. El instante eterno, la eternidad que fluye como un instante.

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