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lunes, 20 de enero de 2014

Fruitvale station

1. Eres un perro abandonado. Un día cruzas la calle, y un coche te atropella. Y desaparece. No eres nada. Quizás te abrece alguien mientras agonizas. Quizá alguien que sabe lo que es sentir la intemperie. Eres un hombre de raza negra, que intenta salir a flote en tu vida precaria. Un día te ves envuelto en una trifulca en el vagón de un metro, y los policías que acuden piensan que tú y tus amigos sois los responsables, no los blancos. Un arma se dispara, quizás accidentalmente, y mueres. No eras sino un negro. El título de 'Fruitvale station' (2013), de Ryan Cogler, indica el lugar donde tuvo lugar en el 2009 el trágico suceso del que parte la película, el suceso que inspira como un grito de indignación a una narración que denuncia un tumor social, un racismo que asemeja a un percutor en posición de disparo. La estructura es parecida a otra obra, húngara, 'Sólo el viento' (2012), de Benedek Fliegauf, que también se cimenta sobre una circunstancia real, sobre unas muertes causadas por la ceguera xenófoba, en aquel caso el asesinato de varias familias gitanas entre el 2008 y el 2009 en Hungría. 'Solo el viento' parte de la consecuencia, de los funerales, en donde se atisba quién ha sobrevivido, abocado ya definitivamente a unos márgenes. La narración será el relato de un día corriente para la madre y dos hijos, que se tornará extraordinario cuando esa noche irrumpan en su hogar para asesinarles.
'Fruitvale station' parte del hecho trágico, resalta la acción (de abuso de poder), a través de la perspectiva de la cámara de un móvil; unos policías forcejeando con tres chicos negros a los que han reducido con esposas en una estación de tren, hasta que se escucha el estampido de un disparo. La narración da rostro a quien recibe ese disparo. Será el relato de un día corriente para Oscar (Michael B Jordan). Un día corriente que es reflejo de su circunstancia precaria, en colisión con la vida, una vida en suspenso, no resuelta. Resulta difícil establecer un proyecto de vida, construir unos cimientos, cuando pierdes un empleo en un supermercado (aunque la responsabilidad, en este caso, ha sido suya también por llegar varias veces tarde al lugar de trabajo). Tienes una pequeña hija, tienes que pagar facturas, tienes que pagar el alquiler, y las circunstancias te ahogan. Pero aún así, de todos modos, no quieres reincidir, por desesperación, por supervivencia, en tus actividades pretéritas como camello que trafica con marihuana. Quieres llevar una vida estable, una vida normal, como cualquier otro. No quieres perderte en los torcidos senderos de la actividad ilegal que se pueden convertir en callejones sin salida.
Oscar piensa en los demás, se preocupa por los demás. Se esfuerza en ayudar a una mujer (blanca) que necesita consejo sobre qué pescado comprar, e incluso llama a su abuela por teléfono para que le oriente a la chica (quien, significativamente, será quien grabe con su móvil cómo les reducen, o maltratan, en la estación de metro). Oscar se esfuerza en convencer al dueño de un establecimiento, durante la nochevieja, para que deje entrar a las chicas del grupo por unos segundos para poder orinar. Y lo hace también con una mujer embarazada (blanca). Con el novio de esta conversa durante unos instantes. Conversa con su reflejo, aquel que pudiera ser, y aquel que también fue como él, porque ese hombre también vivió una etapa precaria, de incertidumbre, y también recurrió a acciones ilícitas, como robar el anillo de prometida para la que es ahora su esposa. Pero la vida tomó un rumbo que le permitió salir a flote. Lo que no permitirá a Oscar. Quizá porque tiene la desgracia de ser negro en una sociedad que en cualquier momento, cuando estés en el momento y lugar equivocado, puede investirte con el estigma del sospechoso, de la amenaza. Y eso reduce posibilidades para que puedas coger el tren que te lleve a una estación donde te hayas podido liberar de la asfixiante precariedad.
2. Hay quien ha señalado que la película resulta un mazazo descarnado, y hay quien ha apuntado que se construye sobre superficiales y recurrentes clichés, un tanto maniqueos. Quizá en lo primero sea determinante sus potentes secuencias finales, el 'atropello' en el metro, los pasajes en el hospital focalizados en la perspectiva de los que esperan las noticias sobre su estado, la madre, la esposa y los amigos, o ese fugaz flashback sin banda de sonido (como si se hubiera sustraído el aliento de vida) de Oscar con su hija. Hasta entonces, aunque sus señas de estilo, con la cámara al hombro, sean las ya establecidas como convención para buscar el pálpito de lo inmediato, de la realidad en grado cero, puede que, a diferencia de la obra de Gliegauf, quizá si este contaminada o condicionada por ciertas convenciones, por cierto reduccionismos (conductistas). Quizá sea un retrato muy ejemplarizante de la víctima, alguien voluntarioso, con buena fe y disposición hacia los otros, y animo para ser otro ciudadano integrado que cumple su función en la vida. Oscar quiere que le dejen su casilla. Quizá también la narración haya optado por casillas que sean muy reconocibles.
A veces, el desarrollo transpira sensación de recorrido ya trillado. Puede que sea una clausula de contrato que hay que aceptar, o con la que tener manga ancha, cuando la finalidad es un combativa denuncia social. O quizá no haya que dejarse condicionar por el planteamiento bienintencionado, de justa indignación, para valorar una obra. También, quizá, a veces no somos capaces de ver los substratos, las metáforas y las alegorías en ciertas obras de las que desconfiamos, como los blockbusters, porque su superficie nos parece banal, y la espectacularización su prioridad. Quizá cuando las superficies, en cambio, parece que hablen de cuestiones más densas o sustanciosas, e incluso necesarias, impide apreciar que quizá nos las están planteando con recursos convencionales, que limitan su alcance, y rigor. Quizá incluso en mayor medida que otras obras que despreciamos porque su apariencia no posee los suficientes atributos de distinción, como alguno de los susodichos blockbusters. Son de otra categoría. Como un negro. Y los atropellamos, como a un perro abandonado pese, o por, su apariencia de perro acaudalado, porque también son nada, una trivialidad prescindible. Quizá simplemente no hemos sabido mirar. Quizá sigamos demasiado pendientes de los garfios de las convenciones (aunque estas aparenten ser distinguidas). 'Fruitvale station' sí es algo, una oportuna bofetada, pero sobre sus mimbres, quizás lastres, lanzo mis interrogantes.

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