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martes, 15 de mayo de 2012
Chico conoce chica (Boy meets girl)
Hay cineastas que parece que redescubrieran el cine, el mismo ejercicio de la mirada, que no dan por sentado que la mirada sobre la realidad ( sobre nosotros) no se reduce a poner la cámara ante unos actores, o a buscar ese efecto realidad sobre el que parece que hay consenso de percepción (convención). Ya estaba reflejado en su opera prima, 'Chico conoce chica' (Boy meets girl, 1984), aún balbuciente, como quien está dando sus primeros pasos, forjando su estilo, su mirada, y aún desprendiéndose de esos referentes cinematográficos ( o asimilándolos) que le han influido y educado, esas citas, homenajes o variaciones sobre tipos, gestualidades, iconos (Godard, Dreyer, Truffaut...). La protagonista, Mireille ( una cautivadora Mireille Perrier) se corta el pelo al estilo de la Falconetti de 'La pasión de Juana de Arca' (1928), de Carl Dreyer, aunque con un toque más cercano a la Jean Seberg de 'Al final de la escapada' (1959), de Jean Luc Godard, y es que las mujeres de Godard tenían un algo dreyeriano, sobre todo la Nana encarnada por Anna Karina de 'Vivir su vida' (1962), que 'conversa' con Falconetti/juana de Arco en la pantalla de cine.
Mireille tiene unos rasgos más dreyerianos, una luminosidad que enciende de blanco las negruras que dominan los fondos de los encuadres; en un momento dado se pone una capucha como Falconetti, en otro baila claqué en su apartamento, sobre una tarima y sobre un sueo cuyo diseño parece el de un cielo estrellado, como Anna Karina fluía con un baile, que era digresión de cuerpo, digresión narrativa, en 'Vivir su vida', esa digresión musical que también le gusta a otro cineasta que surca los senderos godardianos, aunque con su propia voz, Hal Hartley, como los protagonistas bailando al son de Sonic Youth en 'Simple men' (1992). Alex (Denis Lavant), como el Doinel niño de 'Los cuatrocientos golpes' (1959), de Truffaut, con los afiches de las películas, roba unos discos en una tienda.
Alex aún tiene mucho de niño, alguien que aún no ha encontrado su sitio, y que no podrá resucitar, sabe ya que sus errores cometidos serán irreparables, es alguien que parece moverse aunque esté quieto. Como esa voz que acompaña el plano secuencia inicial, una voz que se arrastra, joven pero que parece anciana, que dice que aún estamos aquí, que todo es lento, pesado, triste, y que de repente un día ya seremos viejos. El cine de Carax, cine de joven que se golpea el pecho como quien busca el sentido a sus propios latidos y de anciano que es consciente de cómo el tiempo se escurre de las manos mientras nos extraviamos entre vanas escenificaciones, se sustenta sobre las digresiones, sobre fundidos en negro que parpadean en las secuencias, sobreimpresiones que nos hacen sentir que la vida es ensueño, sobre los cuerpos y las acciones deajustadas, sobre los monologos abstraidos o atropellados, sobre las paradojas, una poesía excéntrica que rasga la pantalla de una ilusoriedad calificada como realismo, que hace de los cuerpos y los gestos danza que alumbran sus interioridades, como rasga la convención del chico encuentra chica, para ofrecer un viaje en la noche, en el que, durante su trayecto inicial, las parejas no dejan de romper y de discutir.
Y siempre expresándose a través de algo intermediador, siempre hay algo que se interpone, aunque sea para quien escucha la discusión, algo que refleja esa distancia, esa incomprensión, esa colisión, ya sea un telefono o un telefonillo, o una pared. Parece que nadie se encuentra, sino que se desencuentran. Tras errar la narrativa entre diversos personajes, aunque el hilo sea por separado Mireille y Alex, que acaban de romper con sus parejas, y que uno viste una chaqueta a cuadros y la otra unos pantalones a cuadros, como si se 'completaran', se produce ese encuentro, esa bella, y larga, secuencia de su conversación en la cocina del apartamento al que han acudido por una fiesta. Las emociones se encuentran, se reconocen,como los mismos encuadres encuentran esa misma pureza, casi primigenia, genuina, que cineastas como Dreyer encontraron, y es la mirada de Carax, no la que toma prestado de otros referentes, esa que depurará más afinadamente en la magistral 'Mala Sangre'. Destila emoción, como si desprendiera de lo accesorio, del mismo modo que los fragmentos de los rostros, aunque alguno esté desenfocado, destila lo esencial perfilándose sobre la oscuridad. El tanteo, el errar, el balbucear, el agitarse, el trastablillarse, se ha enfocado en ese logro de sentirse presencias en y con la realidad (con un otro que es uno pero sin dejar de ser otro). Aunque sea por un instante. Aunque después las miradas se distraigan (la larga secuencia de Alex jugando a la maquina en un bar) o de nuevo se derramen por las heridas no cerradas del pasado. No hay que soltar la mirada cuando encuentras a aquel o aquella que te hace sentir presente.
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