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martes, 22 de mayo de 2012

La tempestad

Photobucket Tienta ver en 'La tempestad' (1958), de Alberto Lattuada, un reflejo de lo que pudiera ser nuestros tiempos si la 'indignación' estuviera organizada, en la rebelión en el imperio ruso, allá por 1770, de un pueblo oprimido comandada por Pugacev (Van Heflin), con un ejercito de cosacos y tártaros, frente a la tirania, y la extrema desigualdad de repartición de riqueza, representada en la zarina Caternina II (Viveca Lindfors). No deja de ser un anuncio de lo que ocurriría en el país poco más de un siglo después, aunque se convirtiera en un fracaso, la incapacidad de crear un sistema que evite cualquier tipo de dictadura de poder, que no se trame sobre una rígida estratificación de posiciones de poder, y que en suma, ponga por fin en entredicho que la naturaleza humana tiende más a la competitividad que a la colaboración. Ese anuncio de acontecimientos venideros se condensa en los dos hermosos planos finales, con un ingenioso uso de la disposición del espacio que relaciona a ambos personajes opuestos: esa perspectiva de líneas en fuga que se angostan a medida que se aproximan al horizonte, como un embudo, tanto en el plano general sobre Pugacev dirigiéndose hacia el cadalso donde será ajusticiado, con un crepúsculo anaranjado como telón de fondo, y el plano sobre la zarina en la almena, con similar disposición espacial de la tronera, y con la bandera del imperio tras ella. Una bella manera de asociar un ajusticiamiento con otro futuro (o como esa muerte no impidió la gesta de una futura rebelión que hiciera caer las almenas de un poder dictatorial)La obra es una producción de Dino de Laurentis, dos años después de que produjer la adaptación de otro novelista ruso,Leon Tolstoi, en la excelsa 'Guerra y paz' (1956), de King Vidor, que no es que hubiera sido precisamente un éxito de taquilla. En 'La tempestad' se adapta la novela de Alexander Pushkin, 'La figlia del capitano' (1836). Repiten algunos actores, caso de Oskar Homolka, Helmut Dantine y, en una breve intervención, Vittorio Gasman, así como Aldo Tonti, como director de fotografía, realiza una notable labor creativa en la senda que marcó Jack Cardiff con su prodigioso trabajo en la obra de Vidor, y en la cual Tonti se encargó de la dirección fotografíca de la segunda unidad . El hilo conductor de la obra es un personaje que transformará su perspectiva, el hijo de aristócrata, Piotr (Geoffrey Horne),cadete que no es aceptado en la guardia real de la zarina por desplomarse borracho en su presencia. Será relegado a una lejano fortín,en donde se enamorará de Mascia (Silvana Mangano), hija del capitán al cargo, Mironov (Robert Keith) y de Vasilissa (Agnes Moorehead). Un personaje pendular, físicamene (en sus idas y venidas de un espacio a otro) como en la modificación de su consideración sobre los 'otros', los que no son de su clase, cuando conoce el planteamiento de Pugacev, personaje que se apodera del núcleo dramático de la película, en buena medida también por gran interpretación de Heflin (que evidencia aún más si cabe las limitaciones actorales de un insulso Horne que no refleja el sugestivo arco dramático de su personaje; su comprensión no mitiga su cuestionamiento de los brutales métodos violentos de Pugacev, que este mismo reconoce con sentido autocrítico, añadiendo que ahora son medios necesarios aunque no existirán cuando acceda al poder). La obra está narrada con un vibrante dinamismo, con un exquisito sentido de la composición, y con contundentes apuntes crueles y descarnados, rehuyendo la complacencia. Para terminar, un par de bellos planos en el que se condensa como ambos bandos recurren a la misma brutalidad: en primer término Piotr y y su criado, y al fondo los cadáveres ahorcados, por el ejercito de la zarina, en la balsa que navega a la deriva en el río; el otro plano es desde la posición de la balsa, en la que sólo se perfilan las piernas. No era necesario más enfasis, y esa sutileza define las cualidades de esta sugerente obra.

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