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lunes, 7 de mayo de 2012

Nosotros alimentamos el mundo

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En una entrañable secuencia de la visionaria ‘Cuando el destino nos alcance’ (1973) de Richard Fleischer, Sol (Edward G Robinson) degustaba conmocionado una manzana, un desusado alimento natural en un mundo futuro donde ya sólo se nutren de comida sintética. Fleischer, años después, diría que se había quedado corto en su visión tal cómo había ‘evolucionado’ el mundo. Este certero, y necesario, documental, 'Nosotros alimentamos el mundo'(2008), de Erwin Wagenhofer, lo refrenda. El realizador austriaco aplica con modélica concisión una visión de conjunto, combinando declaraciones, actividades, procesos y topografía de un entramado económico, sobre las inconsecuencias de la ‘cadena’ de producción alimentaria. Y pone en evidencia nuestra visión en ‘plano general’, el ombliguismo e ignorancia del consumidor del ‘primer mundo’, ya con los ojos explotados como los peces que son extraídos de profundidades abisales, otro de los desatinos de la pesca industrial que pretende sustituir a la tradicional.
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Cada capítulo del interconectado recorrido se hila con observaciones o preguntas como dardos: ¿Por qué las gallinas se comen la selva, y el 25% de los brasileños se muere de hambre? Las imágenes de los espacios rasgan, con su contraste, el silencio de un indiferente proceso. Los planos aéreos de los cultivos de soja tras arrasar los bosques del Mato grosso, y el azul de los mataderos de las gallinas europeas que la comen, para calmarlas antes de ejecutarlas. O cómo un fuera de campo se hace lacerantemente presente, en el contraste entre palabras y espacio: Esa gélida y ordenada belleza del paisaje suizo mientras resuena la revelación de que las ¾ partes de los productos agrícolas que se consumen en el país provienen de la India, donde 200 millones sufren malnutrición permanente. O la imagen de un camión de basura, en Viena, descargando cientos de kilos de pan como deshechos (que podrían alimentar a toda la ciudad de Graz), apuntala la idea de que no importa la distribución alimentaria, sino que se prefiere abarrotar nuestros mercados, aunque acaben siendo desperdicios. Clausurar el relato con una de las multinacionales, Nestle, que dominan esta trama económica, remarca cómo prima la ley del más fuerte en busca del beneficio. El lapidario último plano es el de una de sus pantallas en la que se admira su maquinaria de producción. Esa es su mirada. Lo dicho, el destino sintético (síntesis de negligencia y falta de escrúpulos) nos alcanza, y será porque ‘nosotros’ hemos dejado que así sea. No hay un ‘ellos’ en el que excusarse.

Crítica publicada en Cahiers du cinema, nº 17, noviembre del 2008.

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