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viernes, 18 de mayo de 2012

Mi adorada enemiga

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Reardon (Brian Aherne), el lider de las fuerzas independentistas irlandesas, protagonista de la estimulante 'Mi adorada enemiga' (Beloved enemy, 1936), de HC Potter, es un trasunto de la figura de Michal Collins. Una obra que no desmerece de la realizada sobre este por Neil Joran, en 1996. El público entonces no aceptó de buena gana el final trágico, y la inspiración de la realidad histórica fue superada por las fuerzas de ocupación de los intereses de taquilla. Fue rodado otro final, en el que no fallece el protagonista, el cual es el que se ha conservado, ya que se han perdido los negativos del final inicialmente previsto. El comienzo es trepidante, con una brillante secuencia que narra el asalto de los militares británicos a una sede de los independentistas irlandeses. Prontamente ya se nos ha situado en en el contexto y en el conflicto colectivo. La obra oscila con vibrante fluidez entre el drama y la comedia, en la que es factor fundamental la templanza que aporta Aherne a su irónico personaje. Es entrañable la secuencia en la que pasea en bicicleta con Helen (Merle Oberon), quie no no la domina bien precisamente. Es notable cómo se expresa el cómo se forja el amor entre dos supuestos 'rivales', ya que él es irlandés, y ella británica, hija además de Lord Atleihg, a quien se ha enviado a Dublin para que estudie la situación, y aconseje sobre qué medida es la adecuada con respecto al conflicto irlandés,si el diálogo o la intervención militar. La obra está atravesada por un talante conciliador, condensado en una hermosa secuencia, aquella en la recepción en Londres a la que asisten los seis representantes de los independentistas. Reardon y Helen pasean entre los invitados camuflando en su gesto impávido la desesperación de no poder tocarse, de no poder manifestar sus sentimientos,hasta que, por fin, pueden cogerse de las manos, bajo una mesa coronada por unas grandes flores. La perseverancia de ella es capital para lograr insuflar confianza en ese espíritu conciliador, aunque, como a Reardon, le sitúe en la posición delicada de contrariar la línea dura de los independentistas, representada en Burke (Donald Crisp). Es esplendida la secuencia en que Reardon y un compañero son perseguidos por los tejados por los militares británicos. O como efleja la modificación de una actitud: Cuando Lord Atleigh llega a Dublin rechaza ir en un coche blindado; cuando abandona Dublin no duda en marcharse en uno. Y destaca en su eficaz capacidad de síntesis: Reardon ha evitado que atenten contra el coche de Lord Atleigh y Helen, cuando llegan a Dublin, ya que han retrasado la llegada del camión con armas (que es sobre el que quieren atentar). Al amanecer siguiente, un plano mustra cómo el camión entra en la calle, y explota; le sigue un plano de Helen,en su cama, que se incorpora asustada; y otro de Reardon que, en cambio, se arrellana en la cama con el gesto satisfecho de la misión cumplida. Dos reacciones contrapuestas que se conjugaran en una, la originada en su alianza de amor, que abogará por la concliación de lo colectivos, reflejada en el plano final que les muestra a los dos conjuntamente, ella inclinada sobre él, herido, tumbado en su sofá. Quizá una resolución no fiel a la realidad histórica, pero en este caso, más allá de que sea consecuencia de las preferencias de un público que subordinó lo real al deseo, no deja de simbolizar un impulso combativo, un reflejo de que es posible la transformación.

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