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domingo, 27 de mayo de 2012

La kermesse heroica

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La 'Kermesse heroica' (La kermesse heroique, 1935), de Jacques Feyder, se presenta como una obra cómico heróica. Su mordaz irreverencia, que le supuso padecer censuras y prohibiciones en diversos países, se transluce en la paradoja de su situación dramática: la llegada de los dominadores, el ejercito de los tercios españoles,a un pueblo, Boom, de la sometida Flandes (en 1616, en una guerra que duró ochenta años, 1568-1648), propiciará la rebelión ante otros sometimientos, el que sufría la mujer con respecto al hombre, y el de unas costumbres que beneficiaban a los privilegios de los pudientes, como el matrimonio concertado del alcalde, Korbus (André Alermé), con un rico carnicero en detrimento del que es el verdadero amor de su hija, el pintor, Breughel(cuya propuesta el alcalde calificará de irrisoria, cómo su hija se va a casar con un artista, 'un pordiosero'), aunque bien que sirva el pintor para satisfacer su vanidad ( la pintura en la que retrata a las fuerzas del orden, un cuadro que evoca a Rembrandt). La llegada de los españoles es recibida con terror por parte de las fuerzas vivas del pueblo, es decir, de los hombres, ya que consideran que no hay furia como la española (Feyder intercala un sobecogedor flash forward que corresponde a los horrores que imaginan realizarán los españoles, arrasando el pueblo, violando a las mujeres, incluso lanzando bebés para ser ensartados contra unas picas).
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Pero ese miedo, ese pánico tan tétrico como tenebroso, que determinan a los hombres optan por esconder la cabeza como el avestruz (el alcalde se hará pasar por muerto, esperando que a situación de luto condicione a los españoles a no arrasar el pueblo, y 'sólo' ultrajar a las mujeres), se verá contrarrestada por la determinación de las mujeres, comandadas por Cornelia (Francoise Rosay), la esposa del alcalde (que ya se había enfrentado a él en la cuestión del matrimonio concertado de su hija), decididas a enfrentarse a la tradición de un sometimiento, el de la mujer por el hombre, y prepararan una representación para recibir a los españoles, y evitar su violencia. Hay que reseñar que el voto femenino no se aprobó en Francia hasta 1944 y en Bélgica hasta 1947.Fue una de las razones dela incomodidad que causó laobra, así como su irreverencia contra el ejercito, la iglesia, el nacionalismo, las figuras del poder (la película sería prohíbida por el franquismo y los nazis; en Brujas sufrió la reacción agresiva de las fuerzas nacionalistas radicales que intentaron impedir su estreno, como en otras ciudades). Y el heroismo (o su noción convencional), de ahí su calificación de película heróico cómica, de aguda sátira, con estructura de relato coral, de la que debió tomar buena nota Luis Garcia Berlanga. Tanto las figuras masculinas (con la elocuente excepción del pintor,el único que se decide a colaborar con las mujeres), como las representantes del poder (que coinciden) serán vapuleadas con aguda ironía con las habilidades que despliegan las mujeres como anfitrionas de los españoles, comandados por el duque de Olivares (Jean Murat), que no sólo se verán ultrajadas sino que gozarán con sumo placer de la sensualidad ( como contundente lección para sus hipócritas y arrogantes maridos; inclusive la variante homosexual como esa brillante secuencia en la que un oficial español y uno de los cargos de la alcaldía comparten su afición y entusiasmo por la calceta), del mismo modo que el 'pordiosero' del artista y su amada podrán ver materializado su amor.
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Otra buena puya es el apunte de que lo que más realmente se valora, más allá de los estandartes de los que se haga alarde (patria, religión...), es el dinero (a lo que cede hasta ese capellán, magníficamente encarnado por Louis Jouvet, que se supone había hecho voto de probreza, que había sido asesor de la inquisición en Toledo y que desprecia al herético de Erasmus). En suma, una vibrante y vivaz comedia, repleta de inventiva (no olvidar el uso del fuera de campo en la serie de secuencias que se repiten de los encuentros amorosos entre un oficial español y una mujer flamenca, que finalizan siempre con el detalle de una mano que corre los visillos) que hace del epicureismo, de la seducción (de la inteligencia), de la irreverencia y del talante pacífico el más lúcido acto de resistencia y disidencia.

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