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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Jack Clayton y las tinieblas

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Jack CLayton durante el rodaje de la excelente 'El carnaval de las tinieblas' (Something wicked this way comes, 1983), que adaptaba la obra de Ray Bradbury. El cineasta británico sólo realizó ocho obras. Legó una de las cimas del cine fantástico (y del cine en general), '¡Suspense!' (1961),y otras dos obras esplendidas dentro del género, 'A las nueve cada noche' (Our mother's house, 1967) y 'El carnaval de las tinieblas'. En la primera, siete hermanos ocultan que su madre ha muerto, y entierran su cadaver en el jardín, creando una nueva familia con sus jerarquias y ritos. La llegada del padre, encarnado por Dirk Bogarde, que les abandonó se convertirá en una intrusión y amenaza, y, a la vez, en la oportunidad de afirmar la nueva realidad instituida, negadora de la realidad exterior en el universo cerrado creado, y de su pasado, sacrificando al padre como correctivo de una falta que no puede redimirse. No estamos lejos del espiritu de la obra de otro gran creador inglés, William Golding, en concreto, de 'El señor de las moscas'. En la segunda, un niño con un padre ya casi anciano, con el que tiene un lazo afectivo poderoso, pero que carece por su edad de los atributos del padre como figura modélica de fuerza y resolución, se enfrenta a la llegada de un circo que posee una peculiaridad, cual entidad mefistofélica concede aquellos deseos que suplan y corrijan las carencias.se pondrá a prueba el amor del niño protagonista con respecto a su padre, en una de las más hermosas secuencias, en la biblioteca. Inquietante, un dechado de atmósfera tenebrosa e intensa emoción, cuando el mefistofelico director del circo se enfrente a padre e hijo, y amenace con paralizar los latidos de su padre. Será en la atracción de los multiples espejos donde se dirima el enfrentamiento definitivo, donde el padre supere su miedo o verguenza, cuando en el pasado no logró salvar a su hijo de las aguas del rio, siendo salvado por otra persona, y el hijo se afirme en que el amor no está hecho de imagenes deseadas, sino de la real encarnadura de la que está hecha la relación con su padre. Un afecto cierto, una sabiduria dada por la edad, y una vulnerabilidad no escondida. Las carencias pueden crear feroces monstruos en el fantasmal espejo nuestra mente, y la fuerza se consigue cuando asumimos nuestras frágiles condiciones. Desgraciadamente, aún no he visto 'Siempre estoy sola' (1964), con Simone Signoret, James Mason y Peter Finch, ni su última obra,realizada para televisión, 'Memento mori' (1992), según una obra de Muriel Spark, y lejana tengo en el recuerdo la muy vituperada en el momento de su estreno 'El gran Gatsby' (1973), según la obra de F. Scott Fitzgerald. Las otras dos obras suyas que conozco y recuerdo son tan sombrías como ásperas. Su opera prima, 'Un lugar en la cumbre' es el implacable retrato de un arribista, y aún más potente es 'La solitaria pasíón de Judith Hearne' (1987), con Maggie Smith y Bob Hoskins, un descarnado drama sobre auto/engaños, ilusiones quebradas y fuerza recobrada entre las brasas de la decepción.

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