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viernes, 12 de noviembre de 2010
Chicago, años 30
Jim Jarmusch dijo de Nicholas Ray que era un gran arquitecto de paisajes humanos. Si en algo coinciden, o el segundo inspiró o influenció al primero, es en el dibujo de personajes extraños o en conflicto con su entorno. En el cine de Ray era recurrente la figura del personaje desubicado, o que busca su lugar, u hogar. O condicionado por el peso del entorno que determinaba un desgarro por la dificultad o imposibilidad de equilibrar adaptación y la afirmación de la propia voz. En ocasiones, se transcendía al desencuentro entre naturaleza y civilización. Esa pugna por el equilibrio está en 'Chicago, años 30' (1958), y ya manifiesto en la condición de ambos protagonistas. Vicky (Cyd Charisse) es bailarina ( la party girl del título original) y Thomas (Robert Taylor) es un abogado de la mafia que padece una cojera fruto de un accidente cuando era niño. La danza, el movimiento de los sentimientos auténticos expandidos, la cojera, la corrupción que impide la realización de lo genuino y honesto. De hecho, en sus juicios, Thomas exagera su cojera para sensibilizar a los jurados. Thomas se ha aposentado en su cinismo. Todo el mundo está corrupto, todos buscan el dinero. Cuando conoce a Vicky piensa que ella es alguien que también, como cualquier otro, se vende por dinero. Cuando ella le cuestiona su actitud, y devuelve el dinero que le dieron por ir a la fiesta de los mafiosos, el interior de Thomas se revuelve. Son elocuentes los dos momentos en que se incluyen dos secuencias de la actuación, de dos bailes (deslumbrantes), de Vicky en un club. Porque la integridad que representa Vicky es la que ha perdido y recupera Thomas.
Tras ese rapapolvo citado de Vicky, vemos cómo Thomas asiste repetidas veces como espectador de las actuaciones de Vicky. Esta establece un diálogo con su baile con él, sentado a la mesa. El color rojo, como el que llevaba ella en la fiesta y que la destacaba sobre los demás, es la invocación del despertar de un sentimiento auténtico. Elipsis. Ella sale del club y él la espera en un coche, sin decirse nada ella se mete dentro. Thomas la lleva a un puente y ahí le cuenta cómo se produjo el accidente que provocó que sus caderas estén desequilibradas, cuando saltó para demostrar que era el más audaz y cayó sobre la maquinaria. Y cómo ese condicionamiento, al crecer y sentirse 'impedido', le impulsó a querer sentir admirado y reconocido. Thomas abre su corazón, e inician su relación. El segundo baile, con Vicky ataviada con una ropa moteada como la de un leopardo, es previa a otro momento decisivo, en el que será determinante la acción integra de Vicky. Thomas está detenido, y se niega a declarar para condenar a los mafiosos, porque sabe que estos harían daño a Vicky si lo hiciera. Esta se entera y tras el baile logra convencer a Thomas de que lo haga, asumiendo los riesgos.
Que la amenaza final que realice el capo mafioso, Rico (Lee J Cobb) sea el de desfigurar sus rostros con ácido, de nuevo delata cómo la corrupción corroe a los espíritus que buscan un sentimiento genuino. Ese que han descubierto el uno en el otro Thomas y Vicky. Como le dice Thomas, cuando tiene que irse al extranjero durante un año para el largo proceso de curar su cadera, 'hemos tardado mucho tiempo en encontrarnos, qué más da esperar un año más'.
'Chicago, años 30 ( Party girl, 1958) es una de las más hermosas y líricas obras de Nicholas Ray, con un fascinante trabajo cromático de Robert J Bronner. Esa cualidad de arquitecto a la que aludía Jarmusch, y que tiene su origen en su influencia de la arquitectura de Lloyd, se aprecia en las mesuradas y refinadas composiciones de sus encuadres, en el que late esa cuestión de fondo del equilibrio, en un diálogo interno entre colores y sombras.
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