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martes, 23 de noviembre de 2010

En el valle De Elah

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A diferencia de su opera prima, 'Crash' (2004), en la que las pretensiones discursivas ( por muy bienintencionadas que fueran) ahogaban el drama, Paul Haggis, en su segunda película, 'En el valle de Elah' (2007), sabe crear momentos intensos, hechos de silencios y miradas desoladas, usando con habilidad el contraste de las imágenes que el hijo fallecido del protagonista grabó con su móvil en el conflicto de Irak, que van dejando asomar el horror de lo vivido, con las pesquisas del padre para averiguar quién ha asesinado y despedazado a su hijo. Proceso que implica enfrentarse a las consecuencias de lo que su hijo y sus compañeros vivieron en la guerra, y que les calcinó el espiritu y la mente, convirtiéndoles en embrutecidas y doloridas criaturas, todo por el espiritu patrio alentado por gente como él mismo. El padre se enfrenta a las desoladoras consecuencias de su propio autoengaño. Tommy Lee Jones impregna su interpretación del protagonista con una sutil hondura hecha de palpables corrientes emocionales subterráneas.Jones 'arrastra' durante toda la película ese 'pesar' que ya siente desde el inicio y que se va corroborando y ampliando a medida que va descubriendo tanto las circunstancias que rodearon el asesinato de su hijo como las reales condiciones de su experiencia en la guerra de Irak y cómo le marcaron, y aún más, ya presentido desde el inicio, para el espectador y para el propio personaje, la revelación de su propia responsabilidad en la nefasta influencia ejercida en el hijo por sus principios patrios, y su incapacidad para haber sabido reaccionar y actuar con el apoyo necesario cuando su hijo intentaba transmitirte su desolación y dolor ante su experiencia en la guerra.
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Ese 'pesar' se palpa en la expresión lacónica de Jones, como una carga que se lleva, y que a la vez define a alguien que ha sido escueto y poco expresivo con sus emociones, otro 'espartano' emocional, y que se refleja con claridad en la distante relación con su esposa, interpretada por Susan Sarandon, distancia más bien hecha de telegráfica contención. Un hombre de rigidos principios y maneras (incluidas xenófobas como su suspicaz primera reacción con respecto al soldado de origen latino), acostumbrado a que las cosas se hagan como él quiere, y que va viendo como su universo se va desmoronando. En este sentido, es efectiva y elocuente la oposición con la detective de policia que lleva la investigación del crimen de su hijo, interpretada también con brillantez por Charlize Theron, sobre todo en sus silencios y miradas, donde palpita lo no dicho, con lo que los estallidos de los enfrentamientos son más eficaces. y así el proceso de esta relación fluye sutil y elocuente, como correlato al proceso personal del protagonista, y ese reconocimiento final de él hacia la detective, afectuoso, aún en su contención, contrastará con su distancia inicial de quien espera que el mundo responda a lo que espera de él. Todo es más fragil, y el mundo no gira alrededor de uno mismo. Y en ese gesto final de arriar la raída bandera de su país está condensado esa dolorosa y lúcida asunción.
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No deja de sorprenderme la escasa atención que tuvo esta magnífica película, en su país y aquí, no sé si debida a reticencias fruto de la mala prensa de su primera obra a lo que se añadió su triunfo en los Oscars. Y ya se sabe lo visceral que puede ser un cinéfilo, sea crítico o no. Quizás una forma de castigo por su éxito ( aunque coincida en que es una película que no pasa de discreta). También puede que por su condición incómoda, nada complaciente, y a la vez eliminando explicitos discursos, y para más inri, centrándose en un personaje nada simpático y reprobable en sus valores ideológicos. Y ya se sabe que aún se arrastra esa noción de que el protagonista es el vehículo del discurso de la obra. Cuando a lo que asistimos es a un (tardio) aprendizaje de la vida, en el que se asume que quizá lo que se presuponía como los valores más ejemplares no sólo no eran cierto sinos dañinos. Una obra admirable en su modulaciones de los tempos emocionales. Y, en este caso, hay que decir que Haggis ha aprendido de la sabiduría fílmica de Eastwood, para quien había escrito tres guiones, realizando una obra digna de éste.

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