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jueves, 4 de noviembre de 2010
Nadie sabe
En pocas películas como en la magnífica 'Nadie sabe' (2004), de Hirokazu Kore-eda, ha sido tan pertinente ese cartel introductorio de 'basado en un hecho real'. Dado que lo inusitado de lo narrado, cuatro niños entre doce y cinco años vivieron en Tokio más de un año solos sin que nadie lo supiera ( o sin que nadie se percatara, o nadie se preocupara), parece inconcebible. El tratamiento realista, con una narrativa entrecortada, distante (que rehuye efectismos convencionales dramatizadores) y discontinúa (como la sucesión de capítulos), asienta el extrañamiento con una paradójica naturalidad que refrenda cuán posible es que algo así suceda en una sociedad sostenida sobre la distancia de la ajenidad, la despreocupación sobre el otro, cada uno en el particular ensimismamiento de su capsula, seres 'ausentes', aspectos desarrollados en sus también extraordinarias obras siguientes, 'Still walking' (2007 y 'Air doll' (2009).
Ese extrañamiento ya se insinúa en su secuencia inicial en la que la madre, Keiko, al mudarse a un nuevo piso, se presenta a sus vecinos, con su hijo mayor, Akira (magnifico Yuya Yagira); en la secuencia posterior vemos cómo de las maletas va sacando a sus otros tres hijos. No quiere que nadie lo sepa (algo que por lo que se dice ha sido tónica a la que están ya habituados los niños, que han tenido que resignarse incluso al hecho de que no tienen que ir a la escuela; es como si no existieran). Sólo Akira puede salir al 'mundo exterior'.
Cuando un día la madre anuncia que se ausentará unos días, comenzará el aislamiento al que se verán sumidos los cuatro niños, porque tras un fugaz regreso, desaparecerá largamente (cuando Akira, que ya le ha preguntado si el hombre que le gusta sabe de su existencia, a lo que ella responde que se lo dirá en el momento oportuno, llame por teléfono descubrirá que está casada ya con él: ahora son una realidad paralela, un lastre del pasado del que se ha desprendido). La situación de los cuatro niños puede evocar la de los niños que no notifican la muerte de su madre en la excelente 'A las nueve de la noche' (1967), de Jack Clayton, y que crean su particular mundo o sociedad, aunque en ésta hay una tenebrosidad con ecos de 'El señor de las moscas' de William Golding. Kore-eda elige una aproximación entre las pinceladas impresionistas y la distancia documental, una mirada armónica, que observa de frente, sin cargar tintas, y que propicia que la emoción se geste como un garrotazo seco con maneras delicadas.
A la vez se dibuja un contexto, como a través de las conversaciones de Akira con algunos de los respectivos padres, cuando les solicita ayuda monetaria (casi tan ajenos como la desaparecida madre). Hay momentos de lírica emoción como cuando saca a la pequeña a pasear el día de su cumpleaños, o como cuando deciden los cuatro salir juntos y disfrutar de un día festivo. Los personajes se dibujan con rasgos sutiles: la hermana mayor que se esconde, o más bien se refugia en su añoranza, en el armario bajo la ropa de su madre, o cubierta por ella; el hermano más travieso, que se dedica con mimo a crear y cuidar un jardín en la terraza con diversas plantas en sus tiestos. Cómo se va degradando el espacio del piso, con uno desorden cada vez mayor, acentuado cuando les cortan la luz y el agua.
Cómo se refleja el desgarro del hermano mayor, que afronta todas las responsabilidades, y su desamparo al sentirse en ocasiones incapaz de solventarlas. O ese pasaje en el que decide desasirse de ese papel, y establece durante el verano amistad con otros chicos que invita a jugar a videojuegos en su piso (contrastadas con las miradas de sus hermanos que se siente desatendidos, como si se hubieran quedado fuera), para asumir al inicio del curso cómo vive al margen cuando los amigos le dicen que ahora tienen otras ocupaciones ( ellos ahora con sus uniformes, él con su aspecto desastrado).
Por contra, la hermosa relación solidaria que establecen con otra chica que sí se integra en su mundo, aunque Akira rompa provisionalmente con ella cuando le enfrenta a la posibilidad de hacer algo que no sea digno, por mucha necesidad que se tenga; de hecho ella sólo ha accedido a acompañar a un hombre a un karaoke; véase al respecto los conflictos de conciencia que tiene Akira cuando se ve en la situación de tener que robar comida cuando ya es inevitable. Algo que asume, como consustancial a sus circunstancias, cuando la tragedia hace mella en uno de los hermanos. Es necesario curtirse, y encajar la desolación ( esa asombrosa secuencia de vuelta en el tren elevado tras enterrar el cadáver). Es otro rito de paso, otro pasaje a asimilar mientras prosiguen con su aislada vida de supervivencia sin que nadie lo sepa.
Bellísima obra, 'Nadie sabe' (Daremo shiranai, 20049, de uno de los más grandes cineastas del cine actual,Hirokazu Kore-eda, corroborado en sus dos portentosas obras siguientes, 'Still walking' (2007) y 'Air doll' (2009). Una mirada que destila armonia como un jardín zen, la mirada comprensiva sobre un conjunto, que revela las fisuras de esta sociedad que ha perdido el hilo de saber y querer conectar con el otro. Una mirada naturalista, de sutil conmovedor lirismo, que se constituye, a través de estos cuatro niños, en alegoría sobre la vejación de la dignidad, y la inocencia, en esta sociedad de la 'ausencia'.
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