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jueves, 25 de noviembre de 2010
La jetée
'La jetée' (1962), de Chris Marker es la conquista del tiempo, aunque su narración sea a través de imágenes fijas. En el confuso y atropellado tráfico de instantes, que se solapan,y se hacen indiscernibles, como pasado y futuro se entremezclan en un presente que funciona con el automático puesto como si cerráramos los ojos aunque pensemos que aún continúan abiertos, la captación del instante, como la mirada que se fija, es la reflexión que busca encajar las piezas de ese tráfico de tránsitos de tiempo que se escurren en las manos, la ilusión de que se discierne y de que se habita, y la ilusión de la conexión amorosa es ese sueño de conjugar la eternidad con el instante, aunque inevitablemente sea fugaz. El protagonista es un hombre que quedó marcado por una imagen que le dejó huella en su niñez, la muerte de un hombre en un espacio de tránsito, un aeropuerto; la muerte, la detención, en el tráfico de momentos. Ahora, en un mundo postapocalíptico, tras una tercera guerra mundial que ha devastado París, el que haya quedado marcado por un recuerdo específico le hace idóneo para unos experimentos en el que utilizan a prisioneros de guerra para realiza viajes en el tiempo, porque es el tiempo la clave para poder conseguir energía o alimento.
En esa inmersión en un pasado en el que se conjugan memoria e imaginación, el encuentro amoroso con una mujer presente en aquel recuerdo del aeropuerto posibilitará unos instantes compartidos en los que la sensación de habitar la duración del momento es plena. Por contra, esas imágenes de pasado o del futuro retratan rostros cuya mitad del rostro está en sombras, las sombras que siempre habitan la vivencia efímera, y el recuerdo de lo vivido. Pero aunque todo instante muera, aunque el destino final sea esa detención irrevocable, aunque pueda existir la promesa de otro futuro en el que la amenaza de conflictos no exista, siempre será mejor optar por habitar lo provisional, en su incertidumbre de tráfico, porque se pueden vivir y habitar esos destellos de luz que son ilusión de eternidad, de sentirse presente, ante ese otro rostro luminoso en el que uno se ve reconocido y con el que uno se siente conciliado con el presente como agua que fluye.
Es bien conocido que esta 'fotonovela', como la calificaba el propio Chris Marker,'Le Jetée (1962), inspiró 'Doce monos' de Terry Gilliam. Mientras ésta se extraviaba en ese regusto por los encuadres rebuscados con sobredosis de grandes angulares y cierto efectismo histérico que suele emborronar los atractivos y sugerentes planteamientos de las obras de Gilliam, Marker realiza un cautivador prodigio con la contención de una sucesión de planos fijos, que respiran, paradójicamente, con el aliento del tiempo captado. Extraordinaria además la música de Trevor Duncan.
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