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sábado, 8 de diciembre de 2012

Boss

Photobucket Las portentosas últimas secuencias del octavo y último episodio de la primera temporada de ‘Boss’ (creada por Farhad Safinia), revelaban, entre otras virtudes, cuán alargada es la sombra influyente de ‘El padrino’ (1972), de Francis Coppola, pero también que hay buenos aprendices, como también demostró James Gray en ‘La noche es nuestra’ (We own the night, 2007). En este caso, a través del 'serializado' (en estricto sentido musical) montaje secuencial que resuelve las diferentes líneas o ángulos de la trama (o maraña creada por ciertos personajes), los distintos destinos de cada uno de los principales personajes. Si en ‘El padrino’ se conjugaban con un ritual religioso familiar como situación de engarce, en este caso es la noche de elecciones de Gobernador del Estado (como si fueran las excrecencias que tienen lugar tras el escenario; y que son las que lo nutren, las sombras de su trama). Entre sombras, precisamente, se producía el último diálogo entre los dos personajes que representaban los dos extremos de la sensibilidad y actitud política, el alcalde de Chicago, Tom Kane (Kelsey Grammer) y el que había sido su consejero, y amigo, durante décadas, Ezra (Martin Donovan), quien, precisamente, sería ‘sacrificado’ por poner en peligro la posición de poder de Kane. Photobucket Porque para mantenerla, todo es sacrificable, y en el todo caben todos, incluso su hija, Emma (Hannah Ware), con la que no tiene reparos en propiciar que acabe en la cárcel como maniobra de distracción. En esta segunda temporada, igual de extraordinaria, destacan especialmente dos capítulos, el cuarto y el quinto, en el que se intensifican las alucinaciones que sufre Kane, consecuencia de la enfermedad neuronal degenerativa que padece. Y quien protagoniza, precisamente, esos delirios perceptivos es el ‘fantasma’ de Ezra, la cáustica representación de la supresión de todo asomo de integridad en la actitud política de Kane. En la primera temporada una de las líneas que vertebraban su denso trayecto dramático era ese contraste entre la vulnerabilidad y la precariedad, la indefensión (lo que no controla), a la que se ve abocado Kane y sus brutales arrebatos coléricos, la crueldad de alguna de sus decisiones y de su humillante trato a otros, su 'degeneración' en la intensificación de su falta de escrúpulos, en cómo a la hora de actuar ya traspasó, de modo irreparable, la línea que separa lo necesario de lo conveniente. En suma, su feroz pulsión de dominio, de control. Photobucket Si ocupa la posición que detenta es porque actúa sin ningún escrúpulo, pero, aún más, porque lo hace de modo más artero que nadie, ‘moviendo pieza’ o sabiendo reaccionar con una sibilina habilidad y presteza. Y no porque sufra esa enfermedad irreversible modificará su perspectiva de vida y se convertirá en alguien más humilde. Se agarrará con más ahínco, con dedos engarfiados, a la poltrona que representa el poder. Su empecinamiento tiene un lado tan grotesco como absurdo, de ahí la mordaz contundencia de esas secuencias de delirio con quien fue su ‘Pepito Grillo’, o la conciencia que quiso negar entonces y ahora, porque es raíz de debilitamiento. ‘Boss’ en su segunda temporada transita con ingenio y rotundidad las variantes de unas constantes (otras elecciones con contrincantes rivalizando por el poder; el contrapunto de un personaje íntegro, en este caso, la nueva consejera, Mona; Kane necesita su contrapunto, para alimentarse de su opuesto, del cual desprenderse cuando ya no le sea necesario o pretenda resistírsele), prosigue en el desarrollo de líneas que habían quedado en suspenso (las investigaciones de Miller, el periodista, ahora redactor jefe, de ‘The sentinel’, empecinado en destapar las letrinas del poder y dejar con el culo al aire a Kane). Photobucket Photobucket Y amplifica el espectro de ácidas ironías: el ‘escenario de armonía familiar’, un ‘cul de sac’ infeccioso, con Emma, como detenida en el hogar, y un espacio de aire retenido, como a la esposa, Meredith, (extraordinaria Connie Nielsen), le falta aire al carecer de medio pulmón, tras ser víctima de un enigmático atentado político (otra línea que abre otros alcantarillados de las abyectas maquinaciones políticas para crear ‘escenarios’ convenientes). Si el personaje de Meredith alcanza una fascinante entidad dramática, también resulta de lo más sugerente el trayecto de Kitty (Katleen Robinson), quien fuera asistente de Kane, y amante del aspirante a gobernador, y protegido de Kane, Zajac (Jeff Hephner), y ahora asistente de la rival de este, y amante del periodista, que se convierte en reflejo de las alternancias y escisiones que definen un paisaje de corrupción, conveniencias, arribismos, alianzas que varían según los intereses en juego, e integridad impotente y maltrecha. La serie ha sido cancelada, parece ser que por su baja audiencia. Una lástima que ya no dispongamos, desde la pantalla, de esta rabiosa mordacidad que buscaba despertar consciencias. O simplemente, deletrear, haciendo sangre, unas míseras realidades a las que está sociedad parece haberse acostumbrado como si fuera un escenario en una pantalla en la que nunca podrá intervenir ni influir.

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