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lunes, 10 de diciembre de 2012

Decálogo 9 - 10

Photobucket En los dos últimos capítulos del Decálogo (1988), correspondientes a los mandamientos ‘No consentirás pensamientos ni deseos impuros’ y ‘No codiciarás los bienes ajenos’, Krzystoff Kieslowski abre otros ángulos, que plantean otras interrogantes, u otras inversiones de perspectivas, que implican la demolición de los rígidos andamiajes de unos preceptos, de unos mandamientos, ya que dejan en evidencia su insuficiencia, su limitado enfoque, los flecos sueltos de las circunstancias que se convierten en fisuras que quiebran los cimientos. En suma, la piedra nunca podrá contener el agua. Con respecto al noveno, sitúa en el centro del relato a un hombre, Roman (Piotr Machalica), al que se le diagnóstica una incurable impotencia, por lo tanto por mucho pensamiento o deseo que sienta, sea impuro o no, tendrá ciertos impedimentos para realizarlo; su conflicto será otro, y la cuestión es cómo encajarlo y enfocarlo. Photobucket Es como si su vida se metiera en una pista que acaba en un callejón sin salida, o se interrumpe como una carretera en obra, o se sale de la ruta para arrojarse al arcén. De repente, su vida parece quedarse apresada entre paréntesis. Aunque quizás el drama se inflama, se sobredimensiona demasiado, como un aria muda en un escenario en el que sólo estás tú mismo como espectador. Y hay una interrogante añadida ¿qué ocurre con la satisfacción del deseo de la pareja, Hanka (Ewa Błaszczyk)? ¿Puedes aceptar que ella encuentre satisfacción en ese aspecto con otro u otros ya que tú no puedes suministrarla? ¿La interrogante tiene que ver con lo que te afecta a ti o por una generosa preocupación por la persona que amas? El guión plantea una mordaz vuelta de tuerca, que añade más arenas movedizas a las certezas, y amplifica ángulos, ya que Hanka ya tenía un amante, y será precisamente ahora cuando ella se plantee el romper la relación. Quizás Roman padecía antes otro tipo de impotencia, más grave, que había propiciado que Hanka mirara hacia otro lado, hacia otros cuerpos. Photobucket Kieslowski nos sumerge en la inestabilidad que sufre Roman, como si su mundo se hubiera resquebrajado, pero a la vez refleja que es ahora cuando empezara a observar, a percatarse de su alrededor, de su esposa, cuando ha perdido pie, cuando ha empezado a pensarse, a sentirse como quien ya no controla, ya no como el cirujano (su profesión) que sabe operar y dominar los resortes del cuerpo, sino con la vulnerabilidad de quien se siente ya a expensas de otros, en la mesa de operación, frágil, como la chica, que es cantante, de delicado corazón (en la que se Kieslowski y Pisciewicz inspirarían para delinear el personaje de Irene Jacob en ‘La doble vida de Verónica’, 1991). Su mirada se cuela entre los intersticios, casi suplicando, avergonzada, como cuando es sorprendido por Hanka, tras ser testigo de cómo rompe con su amante, escondido en un armario. Pero aparte de desplegar su vibrante impresionismo, de momentos, de sensaciones quebradizas, Kieslowski traza un último acto de ajustado suspense, de broma de azar, cuando Roman piensa, en un doble salto mortal de autoinmolación (de su, también, irrisoria inflamación dramática escénica), que, pese a todo, Hanka sigue viéndose con su amante, para emulsionar una cálida catarsis de amores frágiles que necesitan más de un capa de yeso para sentirse de nuevo firmes. Photobucket También en el último episodio recurre a ciertas convenciones genéricas, en este caso del thriller, en su variante de películas de robos o atracos, y deslizándose, como en el anterior, en terrenos tonales más difusos, entre la comedia y el drama (en el noveno había un sarcasmo subyacente, más solapado, entreverado con la melancolía, en este la sátira es más punzantemente manifiesta). Se realiza la demolición del mandamiento con una interrogante que Artur (Zbigniew Zamachowski ) plantea a su hermano mayor, Jerzy (Jerzy Stuhr, quien será protagonista de ‘Blanco’, 1994), con quien ha heredado de su padre una colección de sellos valorada en millones, ‘¿Por qué esa necesidad acuciante de poseer cosas?’. A ambos les entra esa voraz fiebre de poseer, esa avidez de gozar del hecho de disponer de obras de lujo como seña de distinción, que, por lo tanto, tienen que proteger, ya que son codiciados por otros, lo que conlleva la paranoia de los sistemas de seguridad. Sufren la enajenación de que la vida gire alrededor de esas posesiones que contemplan como si ya fueran su horizonte, su lumbre de vida (se acercan cada noche a contemplarlas). Su mirada queda prendida de esos objetos, el mundo son esos objetos. Photobucket No deja de ser elocuente que aparezca en una escena el protagonista del episodio sexto, Tomek, el que observaba con amor idealizado a su vecina de enfrente. La mujer y los sellos se convierten en representación de lo sublime, el sueño de lo inalcanzable que puede cumplirse (y a lo que se entregan reverencialmente, como un fetiche divinizado); aunque las distancias físicas sean distintas, su mirada son parecidas, la de la idealización, aunque con el matiz diferenciador de que Tomek será capaz de sufrir con quien admiraba y observaba, será capaz de empatizar con el cuerpo de su idea. En cambio los hermanos se ensimisman, se pierden en su obsesión. Lo que determina que se conviertan en fáciles presas de los expertos, de los que están acostumbrados a orquestar las artimañas oportunas para aprovecharse de los demás. Hay, por cierto secuencias que evocan a algunas de ‘Charada’, 1963, de Stanley Donne, las relacionadas con los sellos, como algo de Charada tiene la narración, aunque con sangrante sarcasmo: Jerzy será incluso capaz de donar uno de sus riñones por la codicia de poseer otro objeto que por su valor se convierte en seña de distinción. Representaciones somos, y en representaciones ( y otros polvos) nos convertiremos.

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