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martes, 10 de agosto de 2010

Ángel

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El ingenioso arte de Lubtisch brilla, en 'Ángel' (1937), en secuencias como aquella en que los sirvientes de Sir Frederick (Herbert Marshall) se interrogan al traer los platos de la mesa por qué de los tres comensales, sólo el citado ha comido todo, mientras su esposa, Máría, (Marlene Dietrich) lo ha dejado intacto, y el invitado, Anthony (Melvyn Douglas) ha hecho pequeños cuadraditos con la ...carne. Una aguda manera de mostrar el estado en el que cada uno se encuentra. Anthony había conocido a María en Paris, donde compartieron una noche de amor, pero no nombres. Para él era Angel, la mujer que desapareció cuando fue a regalarle unas violetas. No entiende el por qué, como no sabremos aún por qué María fue a pedir consejo a una amiga de Paris. Cuando vemos que es una mujer casada con un importante diplomático, nada hay que delate que haya fisuras en esa relación sino una cómplice armonia. Algo hay bajo la superficie, bajo las apariencias de protocolo de las relaciones que poco a poco, como ese tema musical que suena como recordatorio de aquella noche en Paris, se desvelará al final. Algo que alude a que el amor hay que saber regarlo constantemente con detalles, porque sino las relaciones se anquilosan en los hábitos y los protocolos.
'Angel', con unos inspirados Marlene Dietrich, Herbert Marshall y Melvyn Douglas, es una de las más sutiles y elegantes obras de Ernst Lubisch. Trenzada sobre interrogantes y corrientes de emociones no desveladas, se establece un brillante juego con ese fuera de campo que es incógnita de lo que no ha aflorado entre unos personajes, y que brota, cual desvío, entre otros. Un sabio juego con las elipsis y las miradas son otras virtudes de esta joya que hace de las puertas metáforas de lo que está abierto o cerrado en las realaciones. Y, además, que la confianza es necesaria construirla sobre la incertidumbre en las relaciones.

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