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lunes, 2 de enero de 2023

Another year

 

El cine de Mike Leigh es de los que mejor nos hace conscientes de la gravedad. Hay un centro de gravedad de realidad. La pantalla no es un espacio aparte en el que distraerse, aligerarse, de nuestra realidad cotidiana, sino con el que confrontarse, de modo más descarnado, con nuestro peso vital, o de qué manera, o en qué grado, está constituido de lastres y costras emocionales. El último, y portentoso plano, de Another year (2010) te deja estampado contra el rugoso suelo, un primer plano de Mary (Lesley Manville), en el que se difumina el sonido de la conversación alrededor, como quien desaparece en su propia soledad (definitivamente aislada). Es un golpe seco que confronta con la materia de las emociones en su desnuda intemperie. Por eso su cine puede resultar tan incómodo. No es complaciente ni siquiera con la desgracia. Su celuloide muerde la vida, como un electroshock que despierta. Sólo hay que pensar en cuánto se abrazan sus personajes, en cómo se reafirma la necesidad de abrazar, y la de compartir, y extraer, expresar lo que se retiene dentro, lo que se enquista y hace sentir infeliz, frustrado, desolado. Y cómo se remarca que, aunque las circunstancias sean precarias o adversas, o no cambien ni puedan cambiar, la relación con la realidad (los demás y uno mismo) se fundamenta en la actitud. Ese plano final conecta con el inicial de un personaje de breve pero imponente presencia, Janet (extraordinaria Imelda Staunton), una mujer que acude a su doctora para que le cure su insomnio recetándole unos somníferos (como si fuera meramente pulsar una tecla) sin querer preguntarse si se debe a una insatisfactoria circunstancia (con cuya raíz debería confrontarse). En dos secuencias, ésta y una posterior con la psicóloga terapeuta del centro, Gerry (Ruth Sheen), se palpa toda una vida comprimida en su gesto tenso, como si estuviera a punto de explotar, incapaz de comprender o aceptar que haya algo, aparte de unas pastillas, que solucionen su malestar, elusiva a hablar de su vida íntima, porque como llega a reconocer al final (la terapeuta parece que con sus preguntas está pugnando por horadar acero) considera que en su vida no es posible el cambio. Cuando Gerry le pregunta en una escala de uno a diez cómo puntúa la felicidad en su vida, replica uno. Janet, como otros personajes en la obra de Leigh, parece resignada a cohabitar con la insatisfacción congestionada, con la convicción de que no es posible un cambio que sea mejora en sus circunstancias vitales. Mary es otra variante de mujer de mediana edad de vida insatisfactoria (o quizá otra aspirante a convertirse en figura espectral comprimida), ya que no es casada con hijos sino soltera y se define por su conducta ansiosa y agitada, y una locuacidad que parece una mecha que anuncia una inminente explosión.

En Another year, otro año más en la vida, dividida en cuatro partes, correspondientes a cada estación, hay un centro de gravedad, la cálida, entrañable, generosa y conciliada pareja formada por Tom (Jim Broadbent) y Gerry (sí, como los dibujos animados, a los que alguien hace referencia; de hecho, en el mejor de los sentidos, es lo que parecen, tan razonables, tolerantes y comprensivos son). Su forma de habitar la vida, las relaciones, es el opuesto al ensimismamiento, siempre atentos y acogedores con los demás, como preocupados por el medio ambiente (tienen además una pequeña huerta en la que cultivan diversas hortalizas), esto es, los efectos que nuestras acciones crean en los demás, en el mundo. A su alrededor, como satélites que se nutren de su luz, oscilan personajes enmarañados en la decepción, la frustración y la ansiedad, como Mary, compañera en el trabajo y amiga de Gerry, o Ken (Peter Wight), quienes sienten, además por su edad, superados los 50, que las oportunidades de encontrar algo llamado felicidad, serenidad, se les escapa. Su desamparo resulta lacerante, Su ansiedad se refleja en su forma de beber y fumar, una crispación y desesperación contenida que resulta más dolorosa (no exenta de turbiedad porque se palpa su fractura emocional) por el sobrio tratamiento formal de Leigh atento a las acciones, gestos o miradas, y al contraste, que es colisión, entre éstos personajes en precipitación emocional y el conciliado relajo vital que transpira la pareja formada por Tom y Gerry. La inestabilidad y la templanza.

Cómo es una cuestión de actitud se refleja en otro personaje, también solo, Joe (Oliver Maltman), el hijo treintañero de Tom y Gerry, al que frecuentemente preguntan cuándo se echa novia. En Joe no hay crispación ni desesperación, su circunstancia la lleva con serenidad, lo que sea será, ni le domina la ansiedad ni se ensimisma en su carencia. Contrapuesto a la ansiedad desesperada de Ken, que casi se convierte en avasallamiento sobre Mary, quien, por su parte, aunque viva pareja circunstancia vital, le rehuye hasta cruelmente, no deja de ser elocuentemente irónico, como si esa actitud fuera la que pueda atraer un cambio que sea mejora, el que Joe encuentre pareja, Katie (Karina Fernandez). El pasaje de Otoño es fabuloso. Joe les presenta a Katie a sus padres, pero también estará presente Mary, quien, ya claramente insinuado en sus gestos y miradas previamente, está enamorada de Joe, y no reacciona nada bien ante la revelación. En vez de alegrarse de la felicidad de los otros, de Joe, su conducta con Katie es más que áspera. Es admirable cómo orquesta Leigh la secuencia en la cocina con los cinco personajes, puntuando la planificación con los gestos y miradas de los personajes, por la tensión que va generando la actitud de Mary, sin que las palabras que se entrecrucen lo expliciten sino de modo indirecto. Por eso, ese plano final, es la más contundente expresión de que no hay mayor enemigo que el ensimismamiento (que al fin y al cabo, te aísla). Pocos cines hay tan terapéuticos, o que señalen y hurguen en la herida de la falta de inteligencia emocional, como el cine de este gran director británico, que nos recuerda lo importante que es abrirse y darse (abrazar) a los demás. La felicidad hay que darla, no exigirla. Y para eso no hay que ser un dibujo animado, como demuestran Tom y Gerry.

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