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sábado, 21 de agosto de 2010

Almas en el mar

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Pocas filmografías disponen de tres obras, inscritas en el género de aventuras marítimas, del calibre de las realizadas por Henry Hathaway, 'Lobos del norte' (1938), 'El demonio del mar' (1949), y 'Almas en el mar' (1937). Y, desafortunadamente, estos prodigios de exultante dinamismo y complejidad dramática, carecen del prestigio o reconocimiento necesario, o menos que el de las obras de otros cineastas que le pueden hacer sombra en calidad en este género, como las de Raoul Walsh o Michael Curtiz. En 'Almas en el mar', Hathaway demostró su proverbial pericia narrativa, y su admirable capacidad de alternar y conjugar el exuberante humor con el trazo cruel. O cómo la aventura, la superación de unas pruebas, está teñida de rugosas sombras. La obra se abre con un juicio, el que someten a Nuggin (Gary Cooper), cuya conducta en el naufragio de un barco, EL 'William Brown', en el que viajaba hacia Estados Unidos desde Inglaterra, es puesta en cuestión, ya que aunque fue decisiva su determinación para que sobrevivieran alrededor de 18 pasajeros en un bote salvavidas, propició la muerte de otros. ¿Exime lo primero de lo segundo? Por añadidura, otra sombra se cierne en el juicio sobre su actitud, su actividad pasada como oficial negrero en barcos dedicados al tráfico de esclavos. Pero ¿es así?
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La intervención, antes de que se emita el veredicto que parece va a inclinarse por el de culpable, de un representante del gobierno, Woodley (George Zucco), aclarará, con su relato, que la realidad no es lo que las apariencias indican; y lo aclarará también a una mujer entre los asistentes, Margaret (Frances Dee), de gesto apesadumbrado, al que Nuggin alza el rostro con gesto tierno, pero al que ella responde con apesadumbrada reticencia. El relato en flashback que acaece a continuación aclarará esas interrogantes. Y, no por casualidad, comienza con una interrogante o duda (y en ambiente nocturno): Nuggin lee el monologo de Hamlet, el del 'ser o no ser', tumbado en la cubierta de unbarco negrero junto a su amigo Powdah (George Raft), quien tiene pesadillas en la que sueña que perece ahogado. Cuando el capitán muera apalizado por los esclavos a los que azota, tomarán el mando de la nave. Y Nuggin toma una desconcertante decisión, acercarse a los barcos que les persiguen como acción de camuflaje. Elipsis: Ambos penden de los pulgares en uno de los barcos del gobierno; como sobre Nuggin siempre pende la duda del porqué de sus actos. Y, de nuevo, no es lo que parece. Como en esa elipsis, en lo no visible o discernido, hay una realidad no apreciada, que algunos saben distinguir tras las difusas apariencias, como es el caso de Woodley, que en el hecho de que acercara Nuggin el barco a la orilla, cerca de los perseguidores, quizás sí refrenda su explicación de que quisiera acercar a la orilla a los esclavos para liberarles ( y otras conductas parecidas en años pasados en barcos en que sirvió corroboran su especulación de que Nuggin quizá esté realizando su particular cruzada contra el tráfico de esclavos). Proponérle una misión será la prueba de que su discernimiento es perspicaz, y así es, Nuggin acepta esa misión que supone embarcar en el William Brown para crear una trampa, aprovechándose de los papeles del capitan negreo muerto, que implique capturar a los barcos negreros en los próximos meses).
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Pero en el barco también viaja otro hombre, que es el que más había insistido en el ajusticiamiento de Nuggin y Powdah, y no es lo que parece, un teniente de la marina, Tarryton (Henry Wilcoxon), que sí está relacionado con el tráfico de esclavos, y viaja para poder quedarse con el negocio del capitán negrero. Esta ambivalencia de las apariencias también afectará a las atracciones sentimentales, como la que se crea entre Nuggin y Margaret ( memorable su encuentro: Margaret llega en una calesa, pero ésta se detiene junto a un gran charco; Nuggin pone su maleta en éste para que ella no se manche, pero ella al apoyar el pie sobre la maleta, la atraviesa, manchándose los faldones del vestido;un divertido toque cómico que se conjuga con el detalle romántico: Nuggin coge una flor que se le ha caído a Margaret, y ella advierte sonriente el gesto, aunque lo disimule). En el barco hay otra memorable secuencia que conjuga lo cómico con lo dramático, o que convierte en lo que podría haber sido una situación tensa en un momento jocosamente absurdo. Margaret sufre mareos y nausea, y se acerca a la borda para vomitar; Nuggin la quiera ayudar, pese a sus reticencias, y le ayuda con unos polvos que quitan la nauseas, aunque provoque hipo. Aparece en escena Tarryton, que no es sino el hermano de Margaret, pensando que la está incomodando, y sacude el brazo de Nuggin lo que provoca que los polvos afecten a los tres. La situación tensa, por las amenazas de Tarryton, se convierte en cómica porque los tres se ven afectados por el hipo.
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También Powdah se enamora de una criada, Babsie (Olympe Bradna), y su atracción también se ve afectada por el juego con la apariencias, ya que Powdah no quiere que sepa ella su pasado como negrero (y que él en un gesto de honestidad reconoce cuando se pone en duda a Nuggin). Las secuencias finales, las del naufragio, están realizadas con una ejemplar habilidad, admirables aún hoy (incluso, no superadas aunque ahora se dispongan de mayores medios). Hathaway tensa la narración con planos fragmentados,con un percusivo montaje, en el que coinciden los detalles de lacerante crueldad (la muerte de la niña; los esfuerzos de Nuggin para que el bote no se hunda, que implica que golpee o dispare a los que se agarran a los remos o al mastil que cayó sobre el bote) con los detalles conmovedoramente líricos: Powdah opta por morir junto a su amada en el barco que se hunde, porque, como dice, hasta ahora no había encontrado ese sol en su vida (en alusión al comentario de Nuggin, en las secuencias iniciales, de que somos como girasoles que necesitan un sol en su vida: el amor libera, sea en la vida o en la muerte compartida).

‎'Almas en el mar' (Souls at sea, 1937), es una de las más estimulantes obras que ha dado el género de aventuras marítimas, dirigida por uno de los más grandes narradores, Henry Hathway, que transitaba de modo ejemplar por diversos géneros, y fotografiada por el gran Charles B Lang. Una obra que transita sobre las equívocas apariencias, o cómo estas pueden ser esclavas del ciego prejuicio, o cómo pueden ser utilizadas, por otro lado, por conveniencia. El Jubiloso humor se conjuga con la exuberancia de la aventura y las sombras del drama con admirable armonía.

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