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miércoles, 10 de febrero de 2010

Primavera, verano, otoño, invierno...y primavera

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Un templo flotante, en medio de un lago. El yo y las aguas inestables y en permanente movimiento de la vida. Un maestro budista, y su niño aprendiz. El niño ata con una cuerda una piedra al cuerpo de un pez, una rana y una serpiente. El maestro no interfiere,le deja hacer. Pero, cuando duerme, le ata una gran piedra a su cuerpo, y ante sus protestas, al despertar, le señala que ahora sabe lo que deben estar sufriendo esos animales. Y que no se la quitara hasta el momento en que él se lo haya quitado primero a cada una de esas criaturas. Y si alguna ha muerto, esa piedra pesará sobre su corazón toda su vida. Esta será una de las primeras enseñanzas. Otra, el cómo discernir las buenas hierbas de las malas. Pero el aprendizaje no es fácil. Cinco son las estaciones, o ciclos de la vida, que contemplamos, en paralelo al crecimiento de ese niño hasta que es anciano, y es maestro de otro niño ( interpretado por otro niño: el proceso es el mismo). La narración fluye serena, o mejor dicho, con templanza, como aquella que transmite el maestro, conciliado con su yo ( esa reclusión, ese templo, que es concentración en uno mismo). Varían los animales que le acompañan, según la estación, cada uno con su cualidad simbólica, un perro, un gallo, un gato, una serpiente y una tortuga. Salir de ese espacio, cruzar ese umbral, hacia el mundo exterior, en busca del amor y el sexo, es no saber vivir en armonía con uno mismo y necesitar buscarla 'fuera'. El gato adulto es sensible e independiente, pero tendente a la comodidad, a la autojustificación, y por eso el maestro utiliza la cola del gato para pintar los signos sobre el entarimado: todo implica esfuerzo. Y todo error, o todo daño a otros, es sobrellevar una piedra, que para liberarse de ese peso, hay que acarrearla hasta la cima de una elevación, y desde ahí poder contemplar lo que es uno, la figura diminuta de un templo en la inmensidad del paisaje, el yo parte integrada en un todo, como el yo debe desprenderse de la piedra de su ego para conciliarse conciliarse con la naturaleza en la que uno es nada porque es todo: la armonía es el equilibro de las partes que se complementan y se reconocen, y en donde nada ni nadie posee nada ni a nadie. Y la narración de esta hermosa obra logra ese feliz equilibrio, en el que uno fluye mecido por unas aguas invisibles.
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'Primavera, verano, otoño, invierno...y primavera' (2003) de Kim Ki-Duk, autor de la también hermosa 'Hierro 3' (2004), es una delicada obra narrada con depurada concisión. Nada falta, y nada sobra. La armonía fluye incluso en sus pasajes más turbulentos, aquellos que narran el desencuentro del niño ya adulto con ese 'afuera' que le superó haciéndole presa de la violencia. Los últimos pasajes, en un paisaje helado, materializan esa alquimia del equilibrio y la conciliación de un modo exquisito.

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