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domingo, 28 de febrero de 2010

Picnic en Hanging rock

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'Todo lo que vemos, y lo que parecemos, no es más que un sueño, un sueño dentro de un sueño'. Con estas palabras, de Edgar Allan Poe, dichas, en off, por el clave personaje de Miranda, comienza 'Picnic en Hanging rock' (1975) de Peter Weir. Nos encontramos en un estricto colegio de chicas, en 1900, uniformadas con etereos vestidos blancos, y lazos rosas en sus sombreritos de paja...y se encaminan a realizar una excursión al lugar citado en el título. La sensualidad late ya en las primeras imagenes, en el despertar de las chicas, entre lecturas de poemas y cartas de amor y reflejos en el espejo, una pulsión en trance de florecer ( o de que encuentre esa posibilidad, dado el contexto en que estan situadas), y un resbaladizo misterio en la actitud de Miranda, quien dice a Sara, la chica enamorada de ella, que no dependa de ella, porque un dia puede no estar. Y así es, algo sucede en esa excursión, y Miranda y otras dos chicas, y una profesora desaparecen.El lugar, dominado por unas imponentes rocas, transpira un espiritu pagano, como si estuvieramos en el dionisiaco mundo de Pan (complementado por los sones de la flauta de pan que dominan la banda sonora), la naturaleza respira alentando al despertar de los sentidos, insinuando realidades que quizás no vemos, que contrastan con este encorsetado ( en cuerpo y mente) mundo. Misteriosos ralentíes parece que nos insinuan que se cruzan umbrales a universos inciertos, como la fisura del deseo liberado rasga el envaramiento de una realidad, espacializada en ese colegio, enquistada en sus inhibiciones y rigidez de formas (representada en la directora; sin olvidar que es un colegio inglés en un entorno extraño, el australiano: choque de culturas y espacios en los que reincidará Weir, dos años después, en su también extraordinaria siguiente obra, 'La última ola'). Dos semanas después encuentran, sorprendentemente, entre las rocas a una de las chicas,Irma, inconsciente y magullada (pero sólo en manos y cabeza). Y en sus ropas falta, curiosamente, el corsé. En la escena en que Irma, después de pasar su convalecencia, va a despedirse de sus compañeras, que están realizando sus ejercicios físicos de 'compostura', vemos cómo a una la tienen atada para que aprenda a mantenerse derecha. Las compañeras reaccionan con violencia, de modo desaforado, hacia su compañera, en apariencia demandándola una respuesta sobre lo qué ha ocurrido con las otras desaparecidas, pero, en el fondo, no es sino el despecho de quienes no han rebasado las rigidas formas que hurtan el deseo de la mujer, y no hay más que apreciar el aspecto que ahora rezuma la superviviente, sensual y ya 'mujer', como si hubiera adquirido la madurez del conocimiento y la afirmación en su voluntad y deseo liberado.
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Aunque si sobre alguien, especialmente, pivotan varios personajes, es sobre Miranda, quien ya en los inicios traspiraba esas sensaciones de 'liberación' ( es a ella a la primera que vemos, despertando) , y de ahí la fascinación que 'embriaga' a otros personajes, que no es sólo sexual ( o que resitúa lo sexual en un sentido mucho más complejo). Tanto a su compañera Sara (significativamente, por otro lado, discriminada por la directora por su extracción humilde y sus dificultades en pagar el internado) y Michael, el chico inglés, que se queda fascinado al contemplarla sobre un riachuelo poco antes de desaparecer, y que semanas después seguirá buscándola al borde de la obsesión y de poner en peligro su vida. Es como si la misma Miranda fuera ella misma el umbral a un conocimiento liberado de nuestras percepciones y sensaciones en donde la vivencia de los sentidos alcanzan una amplitud desconocida y latentemente añorada, la fusión con el otro y lo otro, la agudeza de comprender lo que hay de ilusorio en nuestro mundo, en nuestra presunciones y preceptos. Esta incertidumbre se asienta en la narración, de modo exquisitamente sutil, como si palparamos los intersticios de lo que se nos narra, sin llegar a descubrir manifiestamente nunca qué es lo que realmente ocurrió. La naturaleza, las rocas, el viento, la hierba, el agua, cobra una presencia que envuelve en una atmósfera fantástica, el misterio brota y empapa, abre una intangible vereda, que nos hace sentir que hay realidades, o formas de percepción que se nos escapa como agua entre los dedos. La imagen que nos devuelve en el espejo ese misterio resquebraja definitivamente la presunta 'institucionalizada' realidad que vivimos, y la inconsistencia de los 'corsés' mentales sobre la que la ahogamos.

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