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domingo, 14 de febrero de 2010

El marido de la peluquera

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Erase una vez un niño, que sufrió el trance de tener que usar, por decisión de sus padres, un bañador de lana con pompones, cuyo sueño, cuando fuera adulto, era llegar a ser el marido de una peluquera. Esa era su aspiración en la vida. Lo primero, lo del engorroso bañador, es uno de esos recuerdos molestos que, en la introducción, la voz del protagonista reconoce que han abundando en su vida, mientras mira hacia la cámara a la vez que se rasura, con parsimonia, la cabeza. Voz y mirada no van sincronizada, quizá como sueño y realidad. Con respecto a lo segundo, la obra nos sumerge en la materialización de que la vida es sueño o de que los sueños nos dan vida. Quizá ambas a la vez. Del mismo modo, que el protagonista, tras una noche de amor con su amada peluquera mira hacia la puerta, y se ve a él mismo cuando niño mirando al interior de la peluquería, como aquel día que descubrió que la peluquera de la infancia se había suicidado. Sea un sueño o realidad, la relación del protagonista con su amada peluquera es una vivaz oda al sentimiento entregado y a la sensualidad jubilosa, acentuada en esos solares colores de la táctil fotografía de Eduardo Serra, o en la música árabe que el protagonista escucha y baila desapegadamente y sin rubor, porque no importa el saber bailarla sino el dejarse llevar por la música, dejando la verguenza de lado. Es como un niño grande que, por eso mismo, sabe cautivar al niño remiso a que le corten el pelo, embelesándole con sus bailes. Sueño o realidad, como también dice el protagonista, si perseveras en desear que un sueño se cumpla, lograrás encontrar, como cuando era niño, esa pala mecánica que ayude a crear un pequeño estanque en la playa, a cubierto de los embates de la vida, ese precioso lugar en el que poder crear una danza de intimidad con quien amas.
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'El marido de la peluquera' (1990), de Patrice Leconte, con Jean Rochefort y Anna Galiena, es una delicada fábula, no exenta de sombras meláncolicas, que puede verse como complemento de la anterior, y magnífica, Monsieur Hire ( podríamos ampliarlo a la bella 'La chica del puente'), obras tramadas sobre las ideas de la distancia y la proximidad de los sentimientos. En Monsiuer Hire, espacial. El protagonista, tras poner música, observaba a su vecina de enfrente. Aquí, el protagonista evoca desde la distancia en el tiempo, algo que queda impreciso si es sueño o realidad, o quizás realidad hecha sueño, pero señalada por la muerte, la de aquella peluquera que se suicidó en su infancia, y el gesto de suicido de su amor porque teme que llegue el momento en el que el deje de amarla como ahora. Sueño o realidad, es una hermosa manera de hacer sentir lo que es el encuentro, o pura conexión, entre dos intimidades que crean su mundo propio.

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