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jueves, 25 de febrero de 2010

Manhattan

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Más aún que el canto a una ciudad que ama, es el canto, casi una invocación de deseo, a una confianza en el que el mundo no esté tan corrompido, representada en Tracy ( al fin y al cabo, a lo que le exhorta ella en la bella secuencia final). De ahí esa vacilación inicial cuando, sobre las imágenes de Manhattan, escuchamos la voz de Isaac intentando definir su relación con ella, lo que es lo mismo que decir cómo habita el mundo o la realidad, y no lo consigue, y acaba clausurando con una frase que define ese vínculo sobre lo artificial o irreal, sobre una idealización aunque camuflada por la autoironía ( la creación de un personaje como ancla y defensa ante una realidad que no se sabe habitar sin máscara). Porque los habitantes de esta urbe, de este mundo, sobre todo el ambiente intelectual artístico en el que se mueve, parecen definidos por buscarse problemas en su forma de relacionarse con los demás, confusos y volubles en sus sentimientos, en su forma de habitar el mundo, ejemplificado en su amigo Yale (Michael Murphy) y Mary (Diane Keaton). Yale, cual peonza, va y viene en su atracción por Mary, indeciso con sus sentimientos y con sus decisiones de cómo conjugarla con su relación matrimonial, del mismo modo que Mary fluctúa de Yale a Isaac para retornar al primero. En este paisaje de intelectuales definidos por la puerilidad o la escasa inteligencia emocional, el contrapunto irónico es que una chica de 17 años, Tracy, plantee un rigor y una estabilidad emocional de mayor calibre.
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Pero más allá de esta reflexión, conjugada con equilibrada armonía entre el humor y la cálida emoción ( es una de las obras más serenas de Allen), Manhattan es una de sus obras más refinadas formalmente. No sólo por las bellas composiciones de ese grisaceo blanco y negro de ensueño, cortesía del gran Gordon Willis, sino por el sabio uso que Allen realiza del formato panorámico ( al que desgraciadamente,dado los buenos resultados, sólo ha vuelto a recurrir en una ocasión más). Véase ese plano general sombrío de la primera escena entre Isaac y Tracy en el piso del primero. A la izquierda, casi indistinguibles están ambos en el sofá, y a la derecha, un poco más iluminada, está la escalera que asciende al dormitorio. Una eficaz manera de definir esta relación, las sombras de su indeterminación, la distancia que aún la condiciona, sobre todo por los temores y reticencias de Isaac sustentado en la diferencia de edad. Y un brillante segundo ejemplo: Isaac y Mary, que parecen ya 'establecidos' en su relación, conversan desde habitaciones distintas ( en el encuadre de ella, la pared ocupa la parte izquierda del encuadre, y en el de él, la parte derecha). Mary recibe la llamada de Yale. Vemos a éste en la calle, en una cabina, en la parte derecha del plano general. Cuando cuelga el teléfono Mary, por su expresión, y por esos detalles, ya sabemos que la situación va a dar un giro, como se corroborará poco después cuando Mary le diga a Isaac que sigue enamorada de Yale. A la vez, ese plano general de Yale en la calle, figura minimizada, define cómo estos presuntos adultos están más bien perdidos entre sus confusos sentimientos que no saben habitar. Como contraste, Allen nos regala, en la reconciliación final entre Isaac y Tracy una de las más bellas y emotivas secuencias que ha rodado, y que rebosa plenitud. La sonrisa de su mirada en su plano final es la serena constatación de que ha encontrado esa 'mirada' con la que habitar la realidad que no parecía hallar en su inicial vacilación.
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'Manhattan' (1979), es una de las escasas ocasiones en las que ha Allen ha colaborado con otro autor en las lides del guión, en este caso Marshal Brickman (con quien co-escribió previamente los guiones de 'El dormilón' y 'Annie hall', y después, el de 'Misterioso asesinato en Manhattan'). Por supuesto, no dejar de mencionar el uso de la música de George Gershwin, en especial, en esa secuencia introductoria.

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