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lunes, 15 de febrero de 2010

Memorias de un inquilino

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'Memorias de un inquilino' (1947), de Yasujiro Ozu, también es conocida por otro título 'Historia de un vecindario', el cual se ajusta mejor a lo que se nos narra. Los planos iniciales, nocturnos, nos presentan a uno de esos vecinos hablando solo, haciendo referencia a cómo también la luna se ensombrece, y qué pequeños somos los humanos, y que el pasado es el pasado y el ahora es el ahora. Aparece un inquilino con un niño, que ha encontrado perdido por los arrabales, esperando que le acoja. Pero se muestra remiso, como los otros vecinos a los que se pide que lo acojan.Incluso,entre tres de ellos, se echan a suerte quién es el que irá con el niño a la zona donde lo encontraron para ver si alguien sabe de su padre. Es Iilda a quién le toca realizar lo que todos califican de 'engorro'. Iilda es una mujer un tanto hosca que querrá quitarse de encima al niño, dejándole por el camino, entre las dunas del mar. Pero no sólo acaba acogiéndole sino que se establece una relación de cariño entre ambos. Es hermosa la manera en que Ozu refleja la desesperación de Ilda cuando el niño se marcha tras que ella le haya regañado injustamente: Planos de Ilda recorriendo las calles desoladas de los arrabales ( de alguna manera me recordaba a las de los arrabales de 'Las noches de Cabiria' de Fellini), y largos planos de trozos de periodicos zarandeados por el viento. Como con vivaces y concisos trazos refleja los jubilosos y dulces momentos compartidos, cuando observan una jirafa en un zoo, o cuando se hacen una fotografía juntos. Para comprender las resonancias de esta bella obra hay que apuntar que la acción transcurre dos años después de acabar la guerra, y que era una dolorosa realidad extendida la existencia de numerosos niños sin hogar que vagaban por las calles. De este modo, la obra, como se recoge en las frases que acentúan el proceso de concienciación de Iilda, la sociedad, pese al dolor vivido, parece ensimismada en sus propias preocupaciones, en sus inercias cotidianas, ajena a las precariedades de los demás. Ozu, con su proverbial concisión, su equilibrada serenidad y lírismo contenido, pone el dedo en la llaga de una sociedad que prefiere no mirar a las cosas de frente, subordinar la memoria al olvido, la consciencia a la ignorancia que no es sino obcecado egoismo.

'Memorias de un inquilino' (Nagaya sinshiroku, 1947) es otra delicada joya de ese maestro que era Yasujiro Ozu. La transcendencia de su mirada no era sino captar la sencilla y condensada condición de lo real, un despojamiento que era extirpación de lo accesorio. Con eficaces trazos nos describe a unos personajes, un espacio y unas circunstancias, en las que un vecindario es trasposición de una sociedad.Es admirable cómo va describiendo el cariño que se va estableciendo entre la mujer y el niño, y cómo ella se va enfrentando a esa imagen que proyecta de mujer huraña. Y sin dejar de mencionar deliciosas escenas como aquella en la que los vecinos comen y cantan juntos.

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