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jueves, 11 de febrero de 2010

Vacaciones en Roma

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Erase una vez una princesa (Audrey Hepburn) a la que apretujaban ya demasiado los zapatos, hastiada de protocolos, obligaciones y relaciiones que no son sino intercambios de cortesías. El tiempo no es sino una agenda horaria pautada que debe cumplir cual autómata. En la distancia, desde su ventana, observa las luces y escucha la algarabía jubilosa de un bar junto al río. Ahí la gente baila, no desfila pomposamente. Y además ya no se siente esa niña a la que le llevan cada noche leche y galletas. Quiere disfrutar la vida y dejar de sentir que es una estatua de sal. El guión de Dalton Trumbo describe con precisión su estado, con notas de humor, como la anécdota del zapato que se le sale cuando está saludando a los invitados, o con desgarrada intensidad cuando revienta crispada protestando por su situación. No queda otra, cual cenicienta, pero sin hada ni carroza, que huir en el silencio de la noche en busca de aventura ( aunque bajo la amenaza de quedarse adormilada, o narcotizada, a causa del calmante que le han suministrado para amortiguar, o anular, su arrebato rebelde). El azar propiciará que la princesa sea 'despertada' por un caballero que es más bien un 'vagabundo', un periodista (Gregory Peck) cuyos bolsillos están más llenos de deudas (de entrada, el alquiler) que de dinero. La necesidad le ha convertido en un pícaro, y al reconocer a la 'dama' como la princesa decidirá convertirla en el reportaje que le saque de su delicada situación, incluso laboral (se había quedado dormido, perdiéndose la rueda de prensa de la princesa, aunque no sabe que es la princesa hasta que ve la fotografía de ella en la portada del periódico mientras es reprendido por su jefe). La aventura compartida pasa por unas carreras en moto que pone en jaque el tráfico (buena decisión la de plantear la secuencia sin diálogos cuando tienen que salir del paso en la comisaria), una mágica, tierna y divertida, secuencia ante 'la boca de la verdad' ( la idea de que él saque el brazo con la mano escondida en la manga fue idea de Peck, y Wyler le dijo que no le avisara de su ocurrencia a Audrey Hepburn), o un baile combinado con pelea con el servicio secreto en el bar junto al río ( en el que precisamente, se dará el beso entre la dama y el vagabundo, tras salir de las aguas del río). En su conclusión, no de cuento de hadas, ya que el sentimiento es derrotado por las obligaciones ( o las rígidas ideas de lo que se debe por encima de lo que se quiere), se adhieren unas dolorosas resonancias. El guionista Dalton Trumbo acababa de ser condenado por el comite de McCarthy, en aquella infame Caza de brujas, por simpatías comunistas. Como se resistió a declarar, como signo de protesta ante el desatino de tal comité, pasó casi un año en la carcel. Y no podía, por tanto, firmar su guión, usando un seudonimo. Cosas de la vida, la industria premió al guión con un Oscar. Ver Vacaciones en Roma bajo el prisma de lo que padeció Trumbo amplia, a la vez que tiñe con más sombras, el atractivo, o complejidad, de la propuesta de un cuento de hadas que se queda en el bello recuerdo de un día en el que una princesa disfrutó de lo que era lo auténtico, porque los sentimientos integros y honestos, y el amor cómplice, se subordina a la gris realidad de los protocolos y de lo que dictan los que dominan las instituciones (mentes grises de inflexibles autómatas).
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'Vacaciones en roma' (1953), de William Wyler, fue ofrecida en principio a Frank Capra, pero a éste le pareción 'delicado' el trabajar con un guión de uno de los 10 que se enfrentaron al Comité del senador McCarthy.Y el papel de Peck le había sido ofrecido a Cary Grant, que lo rechazó porque le parecia excesiva la diferencia de 25 años entre ambos. Aunque diez años después Grant y Hepburn trabajaran juntos en Charada, donde Grant, para aceptar, remarcó que fuera el personaje de ella el quien llevar la actitud más determinada, persiguiéndole a él. Sin duda, hubiera sido otra película dirigida por Capra e interpretada por Grant, con otro ritmo, quizá más dinámico, quizá más irreverente. Wyler y Peck le dan un tono más suave, un ritmo más ralentizado. La nobleza del personaje de Peck así queda más evidente desde un principio, por mucho que actué pícaramente. La elección del blanco y negro, de tonos claros, despoja de elementos accesorios, estetizantes, y aporta un aire de cotidiana inmediatez. O de realidad a ras de suelo, que no se podrá abandonar, o superar. A retener, como anécdota, en la secuencia final de la rueda de prensa con la princesa, de los 'menudos' representantes de la prensa española, del ABC y La Vanguardia, que escoltan a los dos altos periodistas norteamericanos.

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