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sábado, 20 de febrero de 2010
Candilejas
Con dos brillantes secuencias Chaplin ya pauta con preciso ingenio el tono oscilante entre oscuro drama y vivaz comedia sobre el que se tramará esta hermosa obra. Dificil equilibrio que traza con proverbial armonía. Dos vibrantes movimientos de cámara, uno hacia Thereza (Claire Bloom) tumbada en la cama con un frasco de píldoras en su mano, y otro desde el horno de gas, nos hace sentir la desesperación que subyace en su intento de suicidio. En la siguiente secuencia, vemos como Calvero (Charles Chaplin) llega, en cierto estado de embriaguez, al portal, y cómo, ante la atenta mirada de unos niños, pugna, una y otra vez, por intentar meter la llave en la cerradura. Ya dentro, al disponerse a encender un puro huele el gas y salva a Thereza. La muerte ya será una figura presente en el resto del relato, que adquiere la condición de círculo, pues será la muerte, ésta inevitable, la que cierre la película. La llave que encuentre el impulso de vida será su contrapunto, ése que intenta insuflar Calvero a Thereza, postrada vitalmente porque considera que la vida es fútil y no tiene sentido. Calvero la corrige: 'la vida es deseo, no significado. La rosa quiere ser rosa, y la roca quiere contenerse para ser piedra'. Ese deseo de vida, de estímulo vital que pone en movimiento, pugna con la desesperación que tiende a la inmovilidad. Thereza es bailarina, pero su cortocircuito emocional incluso provoca que lo somatize de tal modo que se sienta incapaz de mover sus piernas. Calvero le da la vida, aunque él, y no sólo como payaso de teatro de variedades, ya está en el crepúsculo de la suya. Se puede ver en esta relación, un cierto parangón con la de la pareja protagonista de 'Ha nacido una estrella', no sólo por la diferencia de edad, sino por cómo el veterano, que ha conocido el éxito, apoya e incentiva a quien da sus primeros pasos, y que al final triunfará mientras él cae en la decadencia profesional. Chaplin alcanza momentos de notable crudeza emocional, como ese primer flashback que a la vez es ensoñación, y que evoca, con mirada desolada, en su cama, el momento en el que se enfrentó a un patio de butacas vacío tras una actuación, o no es más que la imagen miedo que parece corroborarse una y otra vez en cada representación: el éxito quedó ya muy atrás y él es una mera sombra de lo que fue. La música se convierte en personaje fundamental, desde la famosa y conmovedora melodía que identifica esta obra, a la del ballet ( en cuya composición colaboró el propio Chaplin). Como cierre, Chaplin ejecuta un último salto mortal de feliz representación, en el que colabora otro de los grandes cómicos que se forjó en el cine mudo, Buster Keaton, en un dueto antológico. Todo un canto emocionado al universo de las candilejas, a una profesión, y un canto lírico de honda emoción, como Luces de la ciudad, en ese doloroso duelo entre la discapacidad, física o, sobre todo, emocional, que puede sumir en la impotencia o el fatalismo, y un perseverante impulso de acción por lograr lo que se desea.
Veinte años tardó en estrenarse 'Candilejas' (Limelight, 1952) en Estados Unidos, ya que por aquel entonces Chaplin fue acusado de conducta antiamericana, y se le negó la entrada en el país. El motivo fue su indignada protesta por la decisión de deportar al músico Hans Eisler, que llevaba 35 años viviendo en Estados Unidos, por ser hijo del lider comunista alemán Gerard Eisler. Chaplin, incluso, escribió una carta a Picasso para buscar el apoyo de los intelectuales y artistas europeos. Pero la decisión fue drástica, como declaró el senador republicano Harry P. Cain cuando pidió la deportación de Charles Chaplin: “La intolerable injerencia en los asuntos americanos de un extranjero establecido en nuestro suelo desde hace treinta y cinco años, bien conocido por su ignominia moral, sus enormes deudas, su cobarde actitud durante las dos guerras mundiales y su vinculación confesada con los comunistas”. Aunque se maquillara en 1972 con un oscar honorario y otro a la banda sonora, no logró contrarrestar el dolor sufrido en aquel momento, que le determinó, aunque poco tiempo después le permitieran regresar, el optar por cambiar su nacionalidad norteamericana por la inglesa. Y este malestar se palpa en la película, en un Chaplin de 63 años que llevaba años sintiéndose fuera o desplazado de una industria, y cada vez más ajeno a los valores predominantes.
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