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miércoles, 3 de febrero de 2010

El último

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Erase una vez un hombre que era su uniforme. Se sentía el centro del universo, da igual que su tarea fuera la de portero de un lujoso hotel. Se creía que era, o parecía, importante, como el emblema de los galones que portaba. Hasta que un día, fue 'degradado' a trabajar en los aseos del hotel, atendiendo a los altivos clientes (para quienes alguien que realiza no existe, siempre que cumpla su función, sino es humillado por la infracción de su torpeza). El motivo de su 'degradación, es, dicho sin eufemismos, su decrepitud. De este modo, deja de ser el protagonista, en la fachada, a un ser invisible en los sótanos. Aparte de una corrosiva invectiva contra el estamento militar ( que transcribe su arrogancia en el uniforme) lo es, sobre todo, contra una sociedad edificada ( y aún seguimos hoy así) sobre la imagen con la que nos presentamos y la 'posición' que detentamos. La vida de este hombre era su uniforme. Con él volvía a casa, al barrio pobre donde vive, saludando como si fuera el emperador. ¿Cómo va a reconocer su 'degradación' cuando, además, es inmintente la boda de su sobrina? Optará por robar ese uniforme para seguir disimulando ante sus vecinos, y en esa boda, que sigue siendo esa 'eminencia'. Claro que esa simulación no puede durar siempre. Además de un relato tan sombrío como lacerante, es una demostración del talento único de Friederich Murnau que deslumbra con su excepcional ingenio visual ( unos movimientos de cámara sorprendentes). No hay intertítulos, no hacen falta, porque todo nos lo narra, y transmite con emoción a flor de piel, a través de las acciones y expresiones. Y hace de los espacios y decorados también personajes. Murnau abrió sendas no holladas en la utilización de recursos del lenguaje cinematográfico, pero es que, además, causa asombro que pocos hayan alcanzado cotas tan elevadas, y siga siendo un cine revolucionario comparado con la mayor parte del cine que se hace hoy día.
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'El último' (1924), de Friederich Murnau, con Emil Jannings, destaca, entre otros aspectos, por la innovadora utilización de los movimientos de cámara. La llamaban, 'la cámara desencadenada'. Algo que la industria norteamericana intentó trasladar y emular en sus producciones. Uno de los más singulares es aquel que intenta materializar en movimiento el sonido de una trompeta,partiendo el movimiento desde ésta y ascendiendo, en grua, hacia las alturas en vertiginoso desplazamiento. Con la importante colaboración de Karl Freund ( luego director, por ejemplo, de La momia) se realizaron virtuosos movimientos de cámara,así como distorsiones de las composiciones ( en especial, en el tramo onírico). Cada plano se convirtió en un reto, y la preparación fue minuciosa, con un storyboard detallado. Como los efectos especiales con las perspectivas, decreciendo , por ejemplo, el tamaño de los coches o en los fondos jugando con pequeñas maquetas. Y haciendo del trabajo con la luz toda una sinfonía de emociones como un complejo entramado de significados. Un portento que, como Nosferatu, Fausto o Amanecer,algunas de las otras maravillas de Murnau, sigue sorprendiendo hoy en día.

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