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sábado, 13 de febrero de 2010

El joven Lincoln

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'El joven Lincoln' tiene una de las más bellas y emotivas elipsis temporales que ha dado el cine. Descubrimiento y pérdida se conjugan en unas secuencias conectadas por el fluir de las aguas, del tiempo, de la naturaleza. Lincoln lee un libro de leyes sentado bajo un árbol, junto al río. Aparece Ann, que porta un cesto con flores, conversan. Se palpa ese sentimiento de conexión, de gestación de una ilusión compartida, una relación con aromas auténticos de intimidad. Elipsis: planos de las aguas del rio, el ciclo de las estaciones, el hielo que las cubre. Lincoln vuelve al mismo lugar, junto al árbol. Ahora hay una tumba, la de Ann. Lincoln conversa con ella, comparte sus dudas, cuál debe ser su dirección en la vida, cuál su proyecto de vida. Una rama de un árbol dirimirá según hacia dónde cae. La rama cae hacia su tumba, la decisión es dedicarse a las leyes, apostar por su proyecto de convertirse en abogado. Abogar por la justicia. En Ford primero es la emoción, es la que primero nos llega, lírica, o con sus golpes de humor, como el mismo aire de Lincoln, desgarbada figura que parece moverse ralentizada, como si fuera un cuerpo extraño en el mundo, un engañoso envaramiento que no es sino firmeza, rectitud, que lidia con la fragilidad, como una rama que se resiste a ser sacudida por un violento viento. La consciencia integra es consciencia de la pérdida. En estos años John Ford tejió otras dos insignes obras maestras sobre la pérdida, la escisión del ser humano de la naturaleza, del hogar, 'Las uvas de la ira' y 'Qué verde era mi valle', en las cuáles la armonía se veía desintegrada por unas circunstancias sociales originadas por la inconsecuencia del ser humano. También, contextualizando, y amplía su corrosivo planteamiento, son obras realizadas en los años previos a la segunda guerra mundial. Como otras obras de su tiempo, y no sólo una obra equiparable a la de 'El joven Lincoln', 'Caballero sin espada' (1939), de Frank Capra, señalaban que no sólo fuera de sus fronteras ( el avance del poder nazi ) se estaba produciendo una pérdida de dirección, una degeneración de los valores de justicia humana y social.

En esa bellísima secuencia junto al río Ford hace de la idea emoción, encarna con poderosa precisión la idea de una Arcadia, donde los sentimientos nobles del amor y de la justicia, a través de la figura de Ann y de los libros, se conjugan en armonía con la naturaleza. El ser humano parecía, en cambio, perdido en la noche, como entre sus indefinidas sombras se produce el conflicto que se dirimirá en la segunda parte de la obra, el supuesto crimen de que son acusados los dos hijos de una familia que representa el peregrinaje. Nadie parece saber qué ocurrió, o qué vió realmente, si lo que relata es la versión conveniente, o lo que se teme que ocurrió. La agudeza reflexiva de Lincoln, su mirada clara, sin prejuicios, que sabe enfrentarse con templanza a una masa desquiciada que pretende linchar a los chicos, se guía por la intuición, por la observación del carácter de los demás, no por su posición ni por lo que representa ni por lo que parece. Y es la naturaleza, el calendario de las fases lunares, la que será decisiva en el juicio. Porque la mirada de Lincoln está conectada a la naturaleza, como la figura errante de Tom en 'Las uvas de la ira' o la evocación emocionada y doliente de Hew recordando su infancia cuando aquel valle era verde, y aún parecía que el ser humano podía ver conciliado con su entorno y con los demás. Lincoln es la figura, el modelo, que podría guiar hacia lo que no fue pero podría ser. Claro que después llegó la segunda guerra mundial.
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'El joven Lincoln' (1939), de John Ford, con Henry Fonda (¿hay actor que haya encarnado la integridad como él?) es una obra de apariencia liviana, como la superficie de las aguas, pero de una sutil complejidad que se va descubriendo como quien va descorriendo los velos de un sueño. Su construcción narrativa es poco convencional, una deriva como el fluir de un rio, con ese impávido aire de desapego que transmite Lincoln ( antológica su entrada en el pueblo, a lomos de un burro, con su elevado sombrero de copa). Una aparente desdramatización, que no es sino el equilibrio de la mirada justa, y que así brota en instantes de poderoso lirismo soterrado como la conversación de Lincoln con la madre de los dos hijos apresados. Además, el humor excéntrico, desencajado de Ford, parece que aún deshilacha más la narración, incidiendo en esa mirada desapegada que no sabe de juicios aprioris. Todo está conectado como las ramas de un árbol.

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