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miércoles, 8 de abril de 2015

Un diamante al rojo vivo

Dentro del subgénero del cine de atracos hay una variante en la que, tras una sintética presentación de participantes y exposición del plan y objetivo, los atracos son realizados ya en el primer acto, desarrollándose después la fuga o búsqueda, según la perspectiva sea la de los ladrones o la de los policías. O situaciones derivadas de lo imprevisto, como es el caso de ' Un diamante al rojo vivo' (The hot rock, 1972), de Peter Yates, quien ya había realizado una obra inspirada en el célebre robo del tren de Glasgow, la apreciable 'Robbery' (1967), que se ajustaba a la variante dentro del subgénero que dedica su parte central al atraco en sí, en concreto, una secuencia de 25 minutos, casi tanto como la de Rififi (1956), de Jules Dassin, que se extiende a 28. La adaptación de la novela de Donald E Westlake la realiza William Goldman, quien había guionizado una obra centrada en atracadores de bancos, 'Dos hombres y un destino' (1969), de George Roy Hill, de la que, de hecho, toma el diálogo de una escena que no fue incluida en el montaje final: la conversación inicial entre Dortmunder (Robert Redford), cuando sale de prisión, y el alguacil, está inspirada en un diálogo entre Butch Cassidy y el Gobernador de Wyoming. Redford consiguió al año siguiente uno de los mayores éxitos de su carrera con una película centrada en robos y estafas, 'El golpe' (1973), de George Roy Hill, de nuevo junto a Paul Newman, y reincidiría en este subgénero con 'Los fisgones' (1992), de Phil Alden Robinson. 'Diamantes al rojo vivo' coincide con las obras de Hill en la combinación de drama y comedia, aunque me parece más inspirada que ambas, y junto a 'El confidente' (1973) y 'La sombra del actor' (1983), la obra más destacable en la filmografía de Yates, quien se muestra aplicado cuando dispone de unos potentes guiones. 'Un diamante al rojo vivo' es una obra que se despliega con una vivaz fluidez, una notable capacidad de concisión, y que no carece de unas sutiles y sustancias resonancias alegóricas.
Se vertebra a través del frustrado robo de un diamante conocido como 'La piedra del Sahara', y los tres nuevos intentos para recuperar y por fin conseguir el diamante en cuestión. Los tres nuevos reintentos de apropiarse del escurridizo objeto de deseo tendrán como escenario la prisión, una comisaría de policía y un banco, tres espacios representativos del orden establecido, el recorrido inverso de derrota y sumisión a un Orden: reclusión, sanción y detención, infracción. Parece un objeto que representara a la misma escurridiza realidad, no sólo difícil de controlar, sino que tiende más bien a controlarte y sojuzgarte (las rejas que se interponen o que se aprecian tras Dortmunder en reiterados encuadres). Para Dortmunder se convierte, en un momento dado, tras el segundo frustrado reintento de conseguir apropiarse del diamante, en todo un desafío, una obsesión, una lid entre él y la realidad. No cree en maldiciones, pero parece estar convirtiéndose en algo parecido a una maldición. Dortmunder es la mente que planifica, que urde los planes de los robos, y la realidad, con los imprevistos, o con la intromisión de otros, no deja de contrariar su propósito, su voluntad. Incluso, por su talante, parece que domina las situaciones, pero ese aparente control disimula una tensión interna que ha propiciado una gastritis consecuencia de la ansiedad. Por eso, no deja de resultar irónico que el primer escenario en el que tenga que realizar una segunda incursión que es infracción sea la prisión de la que acaba de salir (como si la realidad le atrajera como un remolino al abismo de la derrota y la sumisión).
En la segunda incursión no deja de tener su ironía que el oficial al mando en la comisaria piense que los botes de humo que están lanzando en la calle como maniobra de distacción tengan que ver con una revolución: Greenberg (Paul Sand), quien se encarga de los explosivos, le confiesa en una secuencia previa a Dortmunder que aprendió el manejo de explosivos en las diversas universidades en que ha estudiado (Dortmunder apostilla: Te gusta estudiar ¿no?), reflejo de los movimientos insurgentes universitarios, de enfrentamiento a la autoridad, en aquellos años. Al respecto, mordaz apunte es que el padre de Greenberg, Abe (Zero Mostel) sea un abogado que no duda en traicionar a su propio hijo por apropiarse de un beneficio económico. Que la hipnosis se convierta en el recurso para conseguir realizar con éxito la última incursión en el banco no deja de ser otro reflejo irónico de la sumisión de la voluntad de la sociedad por parte de un poder financiero que convierte en autómatas consumidores a unos ciudadanos que no desean rebelarse sino cumplir. Controlados plácidamente, como ganado sumiso hipnotizado. Por eso, es tan exultante el logro final, la sensación de haberse enfrentando a la autoridad que aboca a una realidad prisión que no permite las voluntades disidentes que se enfrenten a sus imposiciones, planes y controles. Quincy Jones compuso otra excelente banda sonora (ese mismo año también para otra obra del subgénero de atracos, la excelente 'La huida' de Sam Peckinpah

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