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jueves, 23 de abril de 2015

Rompehuesos

En las secuencias iniciales de 'Rompehuesos' (The longest yard, 1974), de Robert Aldrich, Paul Crewe (Burt Reynolds) es alguien que ha quedado abotargado y embrutecido tras alcanzar el éxito como deportista. Se extravío en la más larga yarda, esa que se extiende tras alcanzar todos los lujos, todos los trofeos que acompañan a las victorias que parecen convertirse en permanente podio. Y alcanzar esa posición, y ese estado de embotamiento, es la mejor manera de servir al sistema, de convertirse en el modélico prototipo de ciudadano servil integrado. Crewe se amamanta de ese lujo, deja atropellar su voluntad, incluso por su compañera sentimental, que condensaba dos facetas primordiales en la vitrina de los grandes sueños a alcanzar, belleza y riqueza. Pero su resistencia llega a su límite, y el bruto que había permanecido dormido, anestesiado, reacciona, se rebela contra esa prisión de vida cuyos dorados barrotes había aceptado sumiso. O al menos realiza su primer amago, como si fuera una contracción, aún aturdida, a base de golpes y colisiones. Y su destino será la prisión, en la que tendrá la oportunidad de transformarse, de dejar de ser alguien que hace concesiones para no meterse en problemas y acatar las voluntades que dominan el escenario, sea cual sea, del sistema instituido. Se pliega a lo que las figuras de autoridad pidan, indican, demanden, para, en este caso, lograr cumplir su condena sin percance alguno. Pero ya de entrada colisiona con dos voluntades de poder.
En principio, se acopla a lo que le exige el capitán Knauer (Ed Lauter), el jefe de guardianes, esto es, que no acepte la propuesta del alcaide, Hazen (Eddie Albert), de ser el nuevo entrenador del equipo de fútbol americano de guardianes, lo que le situará en su primera situación delicada cuando contraríe una voluntad que tiene más poder, la del alcaide, que determinará su correspondiente calvario provisional de trabajos forzados en los pantanos. Pero Crewe ideará un modo de aparentemente complacer la voluntad del más poderoso urdiendo otra forma de revolverse contra la autoridad, y que implicará la planificación de esa yarda más larga, aquella que suponga materializar una acción de sublevación contra un impositivo sistema de poder, corrupto, podrido en su vacío. Por eso plantea, entrenar a un equipo de presos que sirvan de sparring para el equipo de guardianes. Su propósito no es plegarse, no es de nuevo meramente encajar los golpes, bajar la testuz y decir sí para no quedarse al margen o ser anulado o eliminado, sino realizar un gesto contestatario. Aunque, eso sí, el gesto de afirmación en la integridad implique aumento de condena.
La idea original fue del productor Albert S Ruddy, que acaba de alcanzar el éxito con 'El padrino' (1972), de Francis Coppola. Ruddy había conocido a un deportista en la misma circunstancia inicial de Crewe, que había entrado en barrena tras alcanzar el éxito. Ofreció el proyecto a Robert Aldrich, en racha tras realizar algunas de las más inspiradas obras de su filmografía, 'Comando en el Mar de la China' (1970), 'La banda de los Grissom' (1971), 'La venganza de Ulzana' (1972) y 'El emperador del Norte' (1973). Y con 'Rompehuesos' no sólo realizó una película que apuntaló un molde sobre el que se confeccionaron múltiples obras posteriores centradas en alguna actividad deportiva, sino una de las más destacadas, sino la más, como refleja las sinuosidades y variaciones del curso del partido final que enfrenta a guardianes y prisioneros, con pasajes en los que parece que Crewe cede a las amenazas de Henze, y un climax memorable de prototípica anotación en el último segundo. No hay concesiones, sino una amargura que se hace sonrisa con un vibrante corte de mangas.

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