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miércoles, 22 de abril de 2015

Mundo injusto

'Mundo injusto' (Adikos Kosmos, 2011), de Filippos Tsitos, parece el sueño de un taxidermista. Un mundo en el que hubieran dejado de dar cuerda a Monsieur Hulot. O quizá más bien un mundo al que han dejado dar cuerda porque desapareció del encuadre de la vida Monsieur Hulot. El mundo es un encuadre al que parecen haber extraído las caja de bombones o las casas de muñecas del cine de Wes Anderson. Quizá sea un maqueta, ya sea porque parece que hayan extraído la vida de esas calles en las que ya no se aprecia casi movimiento de gente. Las elipsis parecen absorber los gestos cansados de quienes ya no sienten su vida, que debieron dejar atrás en alguna parada lejana de una línea de autobús que no recuerdan. Los encuadres destacan por su medida simetría, reflejo de una falta de simetría en unas vidas desmoronadas, de pintura descascarillada. No dejan de caerse, pero siguen levantándose. Abundan los planos generales, pero reflejan la misma asfixia que debía sentir el personaje protagonista femenino de 'El cielo protector' de Paul Bowles en la amplitud de los espacios del desierto. Sotiris (Antonis Kafetzopoulos) es un policía que quiere realizar actos justos. Las carpetas de muchos de los detenidos acaban en lo alto del armario a su espalda tras que él mire hacia otro lado y decida dejarles libres. Mira hacia otro lado porque Sotiris mira de frente, mira sus rostros, y sabe quiénes son inocentes. Y hay demasiados acusados por nada en este mundo injusto. Y demasiadas miradas que no miran de frente, miradas de trámites.
Pese a las reprimendas de su superior, él insiste en que quiere ser justo. Su actitud es algo anómala. Quiere sentir que realiza algo con fundamento en una vida en la que es una figura que se tambalea en los bancos de los parques y los bares y se cae al vacío cuando ha tomado ya demasiado alcohol. Vida silenciada, aturdida. Sotiris realiza maquetas, configura su propio universo. Por eso, no hace lo que se supone que debe hacer, mirar sólo en las superficies y condenar a quien pasa delante de su mesa de despacho porque es el trámite que tiene que realizar. Pero él quiere ser justo, quiere aún mirar de frente, a los ojos, a la realidad, no quiere que convertirse en una figura caída que ha perdido el conocimiento irremisiblemente. Incluso, contagia esa actitud a su compañero de siempre (un siempre que parece eterno): Minas (Christos Stergioglou) se va a retirar después de 45 años de servicio, 45 años de aguantar ordenes, de sentirse nada entre indicaciones de lo que tenia que hacer o dejar de hacer, de sentirse un mero bulto. Por eso, quiere hacer algo especial antes de retirarse, algo que le haga sentir que no ha sido un mero bulto que cumplía ordenes y realizaba trámites.
Dora (Theodora Tzimou) es una pasajera de la vida que se desplaza, discurre, con el gesto circunspecto. Es una resistente. Una mujer de la limpieza que ha sido extra en películas o teleoperadora, aturdida entre trabajos que nada le aportan. Sotiris siempre ha sido policía, porque algo debía hacer. Dora no sabe ya qué quería ser. No sabe tampoco si es feliz. O sí lo sabe. No lo es. Está cansada ya de deber algo a la vida, a otros, de tener que realizar lo que no le gusta hacer para conseguir algún favor aunque sea para otros. Es una mujer que limpia lo que los demás ensucian porque no les importa ensuciar ya que piensan que siempre habrá alguien que limpie lo que ensucian. Es una mujer que no deja de fijarse en la realidad, en los detalles, porque pese a todo aún sigue con la mirada con el piloto encendido. Pero su mirada desconfía, está tan cansada de quienes no son honestos, de quienes se despreocupan de los demás, de quienes sacan el puño para imponerse, que duda de que haya alguien que de verdad puede ser honesto y preocuparse de los demás. Por eso, le cuesta creer que Sotiris sea como dice ser cuando sus destinos se crucen. Cuando se caen juntos con las manos entrelazadas, algo se gesta. Pero Dora tardará en percatarse de su anomalía, de su excepcionalidad. De que es un Monsieur Hulot cansado que se tambalea en los bancos de los parques y los bares cuando ya ha bebido demasiado alcohol, incluso cuando se pregunta si el dedo puede tener voluntad propia y apretar un gatillo aunque no se quisiera apretarlo. Pero el dedo sabía que durante demasiados años había estado aguantando el no apretar un gatillo ante una realidad injusta. Y por fin lo hace. Por eso, cuando Dora discierna la entraña de ese gatillo en su mirada decidirá seguir la flecha, porque Sotiris es de los pocos que aún siguen esforzándose en dar cuerda a un mundo que sí puede ser justo. En la edición del 2011 del Festival de Cine de San Sebastián esta excelente obra, no estrenada en España, ganó los premios al mejor actor y mejor director.

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