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lunes, 23 de marzo de 2015

Calabria

'¿Para qué quiero media montaña?, le pregunta Luciano (Fabrizio Ferracane) a su hermano Luigi (Marco Leonardi), en una secuencia de 'Calabria' (Anima nere, 2014), de Francesco Munzi. ¿Para qué necesito más si tengo ya suficiente? Cuando la necesidad se hace superflua se hace ostentación. Querer media montaña lleva a querer la montaña entera y después las nubes y el cielo, porque se supone que hay que codiciar todo lo que se pueda tener. Se desea porque se puede tener. Luciano no necesita más que sus terrenos, y sus cabras, en su alejado rincón del mundo, en ese pequeño pueblo de Calabra. En cambio, Luigi, el tercer hermano, Rocco (Peppino Mazzotta), y en su senda, el hijo de Luciano, Leo (Giuseppe Fumo), ansían disponer de los lujos, sentirse importantes, sentirse en el centro del mundo. Por eso Leo ansía dejar ese pueblo incrustado, como un trozo de piedra, entre montes de ralo verde, entre tierras que exudan aridez que se descascarilla, y vivir en Milan, desplegando sus alas, y por supuesto las armas, a la vera de sus prósperos tíos. La vulgaridad no se refina con la ostentación, sino que se hace más evidente, como refleja el adocenado boato de las casas de Luigi y Rocco, los ostentosos cabeceros de sus camas, las orlas de las butacas, todo dorado, como los relojes, como el brillo ávido de las miradas. Todo a lo grande, como un pecho que se hincha. Todo dorado para disimular las almas negras. Luigi deguella cabras para comerlas, algunas incluso las roba como travesura de adolescente, porque adolescente fatuo sigue siendo. Luciano cura el cuello de las cabras heridas de sus vecinos.
Luciano no necesita de lujos, y por ello no necesita involucrarse en los negocios sucios de sus hermanos, el tráfico de droga que les reporta muchos ceros en sus cuentas. Tampoco necesita de rivalidades entre familias que pugnan por los dominios de las zonas, ni de ententes ni alianzas, que incluso califica de payasadas como plantear un posible matrimonio entre su hijo y una joven de otra poderosa familia de la zona con la que, para Luigi, resulta conveniente realizar pactos. Y sobre todo no necesita de la violencia que acompaña a esos ceros que incrementan las cifras y los beneficios, y al táctico juego de alianzas y rivalidades. La violencia es sucia, y salpica, como la sangre de las cabras que alegremente deguella su hermano Luigi. No siente el impulso que detona ese vulgar teatrillo, no siente el sanguíneo impulso de las venganzas, del ojo por ojo, diente por diente, y estupidez por estupidez. Luciano no es Michael Corleone, no es alguien ajeno que se enajena,cuando se involucra en los asuntos de negocios y rivalidades de la familia. No es alguien al que se le caliente la sangre y se convierta en un momento dado, cuando la violencia arrasa su familia, y siega la vida de los cercanos, en una bestia sedienta de sangre que sigue el sacrosanto sentimiento de la venganza.
Luciano mira con perplejidad, hastio y asco esa absurda infección de virilidad, esa mediocridad de aspiraciones vitales que no aspiran a mucho más que la ostentación material y los alardes de macho primitivo. No hay vibración de mito ni elevaciones épicas en la aridez consustancial de esas actividades ilegales económicas, se las califique o no de mafiosas, ni en esas disputas entre familias, tan adheridas a la tierra como una roca. No es raíz sino podredumbre de almas negras, y toda infección debe ser eliminada de una vez por todas, sobre todo las que se extienden de generación en generación como herencias de sangre seca, nutridas con la sublimación de la violencia. Munzi despliega una narración que nada espectaculariza. Un implacable dechado de precisión despojada, que orquesta secuencias con las miradas, y modula la narración como una coreografía que alterna las perspectivas, mientras se va sedimentando, como un peso de alma negra, la mirada de hartazgo y desolación de Luciano. La conclusión no es sino una mirada que se desploma cuando dice ya basta. Quizás, así, las cabras dejen de ser degolladas. Esta excelente obra se estrena este 27 de marzo.

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