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martes, 3 de marzo de 2015

Happy valley

Un empleado insatisfecho que urde el secuestro de la hija de su jefe, una mujer policía en una pequeña localidad. Ambiente provinciano, o rural. Parece la ecuación de 'Fargo' (1995), de los Hermanos Coen, pero del molde se pueden realizar muy sugerentes variaciones, como demuestra la excelente miniserie británica de seis episodios 'Happy valley', creada por Sally Wainwright. El empleado insatisfecho en cuestión es Kevin (Steve Pemberton), que no digiere bien que su jefe no tenga en cuenta sus sacrificios y desvelos laborales durante tantos años y no le proporcione el incremento de sueldo que le solicita para poder pagar la mejor universidad a su hija mayor. El prototipo del esbirro que tiene lo suficiente pero quiere mas hierve despechado. Los azares entran en escena para añadir un poco de ironía con pimienta no precisamente dulce. Ser testigo accidental de ciertas actividades ilegales (si se denomina valle feliz/happy valley es por el intenso tráfico de drogas en la zona) propician que, para salir del atolladero, proponga lo que no eran sino fugas de su mente frustrada. Y los monstruos de los sueños se hacen realidad, y se descontrolan. Y no hay vuelta atrás. Tampoco el pasado se puede controlar, resurge, viene desde atrás, te adelanta, y se convierte en obstáculo en el camino. Hay vueltas atrás que no quisieran realizarse, evocar lo que causó heridas que no han podido aún cerrarse del todo. La sargento de policía Cawood se enfrenta a la liberación de quien está convencida que fue el violador de su hija, y padre del nieto que cuida, Tommy (Jim Norton).
Las dos tramas se enroscan y confunden y se convierten en un enfrentamiento en varias direcciones, lides con el pasado y el presente, porque Tommy es uno de los tres secuestradores de la hija del jefe de Kevin. Y una mujer puede ser cualquier otra, y puede ser también violada como otras en el pasado. Cawood y Tommy se convierten en el núcleo de un relato que estalla en toda su virulencia en el cuarto episodio ( de un modo que incomodó a unos cuantos espectadores que protestaron a la BBC por la descarnada violencia). Cawood lidia con una vida que se deshilacha y no logra definirse. Divorciada desde hace años, parece que la reaparición de las sombras siniestras del pasado también reavivan deseos en los lazos rotos, como con quien fue su marido. Los tiempos se confunden, como los sentimientos. También lidia con sus superiores, que no parecen definirse por el rigor en su trabajo, y en cambio si tender a mirar hacia otro lado cuando la ley puede tocar a quienes no quiere que toquen. Y con heridas familiares, resentimientos que no imaginaba. Cawood soporta golpes desde todos los ángulos, algunos literales que dejan su cuerpo como un guiñapo, en otras en sus entrañas. Cawood se equivoca, pero su mirada no deja de perseverar, a diferencias de otros, mira hacia el pasado que a veces le ofusca, y hacia un presente que a veces parece tener demasiadas esquinas y recovecos y trampas y callejones sin salida. A veces cae, pero no deja de levantarse. Y no ceja hasta romper amarras con un pasado que aún la perseguía como una sombra que no deja de violar el presente.

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