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viernes, 6 de marzo de 2015

The magic box

A raíz del estreno de 'The magic box' (1951), de John Boulting, hubo quienes reprocharon, como a la novela que adapta, 'Friese-Greene, Close-up of an inventor', de Ray Alister (seudónimo de Muriel Forth), una visión idealizadora, romántica, pero imprecisa, del pionero del cine William Friese Greene (1855-1921), interpretado por un excelente Robert Donat. No fue, según ellos, quien, por ejemplo, inventó la película perforada para las proyecciones. Ciertamente, sí es una entrañable visión romántica del pionero, del que persevera en la investigación, aunque fracase y sea derrotado por las circunstancias, sus bancarrotas, o no se vean mínimamente reconocidos sus esfuerzos, y sus parciales logros (como si en la sucesión de pruebas y experimentos sólo se reconociera al último eslabón de la cadena). Es una visión de un ideal, el del inventor frente a la perspectiva del cine como negocio. De hecho, sí murió en 1921 en un congreso en el que se discutía sobre la precaria situación de la industria cinematográfica. Representa la perspectiva de la ilusión. La perspectiva de quien ve el cine como una caja mágica/The magic box. Friese Green es el prototipo del que siempre está a punto del logro, o del que realiza un logro parcial que otro culmina con éxito, y por eso su nombre queda en los márgenes. En la presentación, en 1921, es presentado como una figura en ruinas, como su economía, y separado de su esposa, pero aún con esa ilusión que no ceja en su empeño.
La narración, guionizada por Eric Ambler, tiene una singular estructura en flashbacks. El primero dispone de perspectiva, su segunda esposa, Edith (Margaret Johnson), pero no el segundo, el que narra su vida desde que era ayudante de un fotógrafo, como si esa ausencia de perspectiva de nadie se correspondiera con el esfuerzo baldío de dotarse de nombre, de ser una figura reconocida, y no un espectro (hay algo de espectral y de ensueño en la exquisita dirección de fotografía de Jack Cardiff). En el primer bloque nos es presentado como alguien que dispone de un negocio pero que no deja de bregar con la precariedad por su empecinamiento en proseguir con sus experimentaciones, en concreto con el color (sistema de bicolor), investigaciones en la que invierte tanto tiempo y dinero que la economía familiar no logra salir a flote. De hecho, dos de sus tres hijos decidirán alistarse cuando se declare la primera guerra mundial para dejar de ser fuente de gastos. En estos pasajes también queda manifiesto su condición de invisibilidad. Su nombre no consta ni en los márgenes de los libros de historia. Su hijo se pelea con otros compañeros de colegio porque nadie cree que sea cierto lo que su padre dice haber realizado. Todos sus sacrificios, todos sus esfuerzos, quedan en nada para los demás.Friese Greene comenzó con sus investigaciones sobre la imagen en movimiento ya por 1885, y parecía que siempre llegaba en segunda posición (las primeras imágenes en movimiento se lograron en Leeds en 1888), o encontraba vías que no lograba definir: con su cámara cronofotográfica logró encadenar diez fotografías para crear una sensación de movimiento, material que envió a Thomas Edison, cuyo laboratorio había estado desarrollando el kinetoscopio. Pero los intentos de proyecciones públicas de Friese Greene fracasaron, y la falta de dinero impedía que pudiera realizar las investigaciones como necesitaba. Se convirtió en una figura de apoyo o impulso para los logros de otro, una figura suplementaria.
Más allá de los verosímiles históricos, hay secuencias que logran transmitir ese jubilo del logro tras una perseverante constancia que ha superado adversidades y contrariedades materiales: la extraordinaria secuencia en la que necesita compartir con alguien su logro, y lo hace con un policía (interpretado por Laurence Olivier en uno de los numerosos cameos de importantes figuras del cine británico). El hecho sucede en plena noche, lo que ya remarca que es alguien que lleva un ritmo diferente al de los ciudadanos corrientes. Vive en otra frecuencia de realidad. Las calles por tanto están vacías, sólo encuentra a un policía que hace su ronda. Pero este en principio se muestra receloso. En la embriaguez de su emoción Friese Greene sólo le dice que le acompañe. El policía cree que le quiere enseñar la escena de un crimen, pero desconcertado, progresivamente, empieza a pensar que aquel hombre eufórico está trastornado, y mientras Friese Greene prepara el proyector, él echa la mano a su pistola temiendo algún ataque. Memorable su expresión final cuando le dice: 'Debes ser un hombre muy feliz'. No se puede condensar mejor la condición de fuera de la realidad de Friese Green. Alguien cautivo en tal grado de su entusiasmo y de su pasión que olvidaba el mundo alrededor, subordinaba la consecución de una seguridad y estabilidad, inconsciente de las consecuencias en los demás, sobre todo en sus seres queridos: la secuencia en la que se olvida que tiene que asistir al concierto del coro en el que es solista masculino porque pierde la noción del tiempo en una reunión con otros investigadores, y es su esposa, Helene (Maria Schell), quien tiene que realizar su solo. Friese Greene representa y es el entusiasmo de la mente y mirada exploradora que no ceja, aunque la magia que busca y, episódicamente, logra le haga perder la noción de la realidad en la que habita. Pero la estirpe de los pioneros se suele desligar de la realidad conocida para realizar las incursiones en los territorios desconocidos, con todos los riesgos que implica de desvanecerse en los márgenes sin nombre.

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