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miércoles, 4 de marzo de 2015

National gallery

Una nave despierta, se despereza. Una nave que es una galería. Surca mares que son de la imaginación. Las pinturas están en posición, dispuestas para el ojo que quiera explorar sus corrientes y tramas, sumergirse en sus trazos y sus historias. Dispuestas para alumbrar. La nave se despereza: Una aspiradora cruza el encuadre. Ya está preparado todo para cumplir la función, la misión a realizar. Y arriban los pasajeros, los visitantes, que recorren las galerías. Y sus miradas surcan las pinturas, y la cámara surca sus rostros, y las pinturas, y unos y otras habitan en el otro, palpitan vivos, en esa interrelación de fantasmas y cuerpos. El comienzo de 'National gallery'(2014), de Frederick Wiseman, recuerda al fantasmal inicio de 'Master and commander' (2002), de Peter Weir, presentación de una nave que despierta y se pone en movimiento cuando se avista en el horizonte la difusa figura que encarna su misión: el enemigo. Su persecución establece la narrativa, el trayecto, el algoritmo que nunca se encuadrará del todo. En el proceso, en la búsqueda, reside el acontecimiento y el sentido. En una de las múltiples secuencias en las que desentrañan a los visitantes algunas de las pinturas, precisamente la primera de las que surca su narración, comentan acerca de una pintura del siglo XVI, una pintura que era parte integrante de un rito, en el interior de una oscura iglesia, cómo se aproximaban la representación y el objeto en sí. Los asistentes a los ritos sentían que podía animarse aquella pintura en la que abundaban los dorados, una marea de luz proyectada por la fluctuante luz de las velas. Se transformaba en un horizonte de luz en la oscuridad en la que se sentían sumidos, una pantalla que les abría lo posible, que les hacía sentir lo trascendente. Sentían que aquellas figuras, rodeadas de halos dorados, eran los vivos habitantes de un umbral que les iluminaba. En las secuencias finales, una poetisa comenta cómo siempre ha sentido que el lenguaje le zancadillea. Siente que nunca logra expresar del todo en sus versos lo que quiere expresar. No logra 'traducir' completamente la emoción. Cuando dice 'mano' no es una mano. El sentido reside en ese hueco, entre la emoción y el lenguaje. El cuerpo escurridizo, difuso. Ahí vibra el arte, el de la pintura, y también el del cine. En esa paradoja.
La sensación de que esa pantalla está animada, no es un montaje, no es artificio, sino seres vivos, cuyas historias, en el momento de la proyección, se sienten como propias, se siente que se participa de lo que los protagonistas viven y padecen. Y, en el otro extremo, el artista siempre se queda con la sensación de que el cuerpo, la emoción, el pensamiento, no logra manifestarse de modo íntegro, completo. El arte es aproximación, como la misma intimidad. Por eso, la clausura de esta sublime obra son dos bailarines que danzan en una sala de la galería entre cuadros (y entre los cuadros, como fondo, oscuridad, de la que brotan los cuerpos, en la que se desvanecen). En el hueco, en el intervalo, la emanación de una idea, la huella de una emoción, el forcejeo del lenguaje, su contorsión para alumbrar, para dotarse de luz precisa. Entremedias, las incógnitas y las miradas que desentrañan, la relación entre la obra y el espectador. Se insiste en la complejidad de las pinturas, inabarcables, obras que varían cada día como varía la observación, cómo en cada nuevo visionado se aprecia más detalles. Se insiste en la ambigüedad buscada de los creadores para que la experiencia de la obra se dilate en el tiempo. Las interpretaciones de las obras se amplifican y diversifican como si ante todo las obras fueran enigmas que nunca se resolverán del todo. ¿Es así siempre? ¿Quizás también indica las insuficiencias de la mirada, no saber percibir lo que nos expresan? ¿Se necesitan intermediarios, aquellos que tengan una capacidad de observación más aguda, para acceder, aunque sea de modo aproximado, a las entrañas de una obra? ¿Qué es lo que el espectador quiere ver, qué necesita ver? ¿Le basta con quedarse con superficies? ¿Nuestras miradas están sólo educadas para las superficies? Las historias se convierten en el principal lazo, como si nos mecieran en la cuna. Se insiste en la narrativa de las pinturas. En una de las primeras secuencias, se instruye a unos niños pequeños sobre cómo en cada cuadro hay un potencial de historias, se incita a la observación, a la captación de detalles. Se incita a querer aprender a mirar. La realidad es una multiplicación incesante de encuadres, de superficies cuya entraña no avistamos, ni nos esforzamos en avistar, como si la realidad fuera la pantalla que ya proyectamos, la realidad que queremos, que necesitamos, ver.
Incluso se enseña a los ciegos: A través de una obra de Camille Pisarro se muestra la constitución del esqueleto de la obra, su esquema, cómo la perspectiva de esa calle, está compuesta de tres triángulos cuyos vértices coinciden en un mismo punto. De nuevo Wiseman dota su acercamiento a una institución de una condición orgánica, como un cuerpo. La National gallery es un organismo con diversos departamentos, con variadas actividades: las discusiones administrativas, las tareas de restauración y conservación, las actividades educativas. Es un tejido que no olvida su interrelación con un tejido más amplio la sociedad: los debates sobre cómo deben promocionarse, sobre si deben 'movilizarse', según termino del marketing, de un modo que implique una más amplia difusión, forcejeo entre cómo hacerse lo suficientemente visible (que sepan qué es para aquellos que nunca han estado) sin tener que plegarse a una mirada predominante, al gusto del espectador medio. Todo es cuerpo aunque no lo sea. En esa paradoja reside su infinito, la multiplicidad de los vínculos, de los ángulos y de las perspectivas. La pantalla es un espacio vivo, como un territorio desconocido que no deja de explorarse, en el que se van trazando mapas aproximados por la mirada al acecho, la mirada atenta que se asombra, indaga y reflexiona sobre lo que ve. Y se abren universo que son miriadas de narraciones posibles en el ambivalente gesto de Dalila hacia un postrado Sansón cuando ha conseguido que su símbolo de fuerza, el cabello sea cortado (¿tristeza en la consecución?), o en el de la aspirante a consorte de Enrique VIII que no lo fue y quizá dijo que debía disponer de dos cabezas para que de una dispusiera el monarca británico. Lo que se entrevera de diversas emociones en los ángulos difusos, lo que no fue pero pudo ser. En el espacio entre la emoción y lo que se expresa la nave se despliega y persigue el acto de realización, el encuadre justo y preciso, la interpretación que capte el sentido alumbrado. Mientras, la coreografía entre el ojo y la obra no deja de vibrar entre mareas que gestan horizontes posibles. Se estrena el 20 de marzo. Si hay una obra que se aproxime a lo excelso, entre lo ya estrenado este año es este prodigio.

2 comentarios:

  1. Un texto muy interesante sobre una película que no había ni siquiera escuchado - una idea, que puede primar es esa relación entre el espacio arquitectónico del museo como en Museum Hours de Jem o una relación entre cierto tipos de películas..un slaudo

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  2. Desde luego, podría formar un estupendo díptico con Museum hours, otra obra que me entusiasma. Dos admirables reflexiones sobre el ejercicio de mirar.

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