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jueves, 11 de septiembre de 2014

Sacro Gra

Los gorgojos rojos infestan las palmeras y corrompen su interior. Francesco es un botánico que intenta neutralizar esa amenaza. Escucha el grito de sus larvas mediante sofisticados aparatos de sonido. Asemejan a las conversaciones de los humanos. Me recordaba a una formidable novela de Siegfried Lenz, 'La prueba acústica', en la que se realizaba la equivalencia metafórica entre las pruebas de auscultación del interior de las piedras y de los humanos: Hay que afinar el oído interior para conocer a los otros. 'Sacro gra' (2013), de Gianfranco Rosi, ganadora del León de Oro la edición del 2013 del Festival de Venecia, se define como documento. Pero su entraña es la de la metáfora. Es un ensayo que se hilvana con personas que componen el entorno del GRA (Grande Raccorde Anulare), la autopista que circunvala Roma. Pero el pálpito concreto de unas vidas se despliega más bien en capas interiores, capas invisibles, los anillos concéntricos de la reflexión. Es una fábula, una historia de fantasmas, o de cuerpos que se niegan a convertirse en fantasmas, o que quizás no les preocupa que lo sean. No hay cámara móvil, agitación de realidad a ras de vida, sino composiciones medidas, un montaje de métricas como versos que son medidas geométricas. Su mismo título es un juego de palabras con el Santo Grial (Sacro Graal). El montaje contesta a la búsqueda de ese Santo grial. De los gorgojos rojos y su acción corruptora de la palmera se pasa a los cantos, en unas imágenes desteñidas, de unas fervorosas católicas. Francesco contemplaba el insecto en su mano. La cámara de Rosi encuadra en primeros planos los rostros de estas mujeres que contemplan un fenómeno rojo en el cielo.
La misma mirada de la película es la de un insecto, pequeñas cuadrículas, múltiples pantallas acordes a las diversas personas que conforman el panal narrativo. Hay una serie de planos que se repiten pero sobre diversas ventanas de un mismo edificio. Son un mismo plano y no lo son. En el encuadre la singularidad se subleva. Entre los diferentes personajes destaca la pareja que conforman un aristócrata y su hija, Paolo y Amelia, que ahora viven en este edificio del extrarradio. Ciudades dentro de una ciudad, vidas múltiples. La ciudad es el interior de un árbol. Rosi se inspiró en la extraordinaria 'Las ciudades invisibles' de Italo Calvino. Podríamos estar en Olinda: 'Olinda no es la única ciudad que crece en círculos concéntricos, como los troncos de los árboles que cada año aumentan una vuelta (…) una Olinda toda nueva que en sus dimensiones reducidas conserva los rasgos y el flujo de la linfa de la primera Olinda y de todas las Olindas que han brotado una de la otra; y dentro de ese círculo más interno ya brotan -pero es dificil distinguirlas. La Olinda venidera y aquellas que crecerán seguidamente'. Paolo le dice a su hija que volverá como fantasma para seguir intentando conseguir que se case. Amelia le replica que deje de hablar como un padre del siglo XIX. Si resulta que ella encuentra el amor a los cincuenta, así será. Su relación, una complicidad que resplandece. Sus diálogos, el despliegue de observaciones del padre con puntillas de su hija, siempre adherida a la pantalla del ordenador, alumbran con una gracia y un ingenio que hacen desear que se creara una comedia de situaciones con ambos. Quizás es el mismo deseo de que la vida no se apague, ni se corrompa irremisiblemente.
'Sacro gra' es poesía con nudos de una red tejida con singularidades que parecen surgidas de otro tiempo, que es pretérito y de otra dimensión, de un tiempo que parece corromperse, pero ellos aún permanecen con el aliento firme. La realidad resbala, pero hay quien sigue cantando como la madura prostituta que vive con compañeras en una destartalada caravana. La mirada exhausta de una de ellas contrapuntea su desafectada aceptación de que siempre estarán en ese otro lado que no es el de los privilegiados, los ricos. Allí están el príncipe Filippo, que nos es presentado en una bañera fumando un puro, con una figura de Buda y una bandera estadounidense detrás, y su esposa Xsennia, que viven, con su pequeña hija, en un hogar que parece un museo. Portan capas para reuniones, quizás sean fantasmas que habitan una mezcolanza de residuos de diversos tiempos y espacios. Parecen personajes de una telenovela, como en la que interviene, como mayordomo, Gaetano, o como las que lee la lacónica esposa del locuaz y elocuente cazador de anguilas, Cesare. Entre unos y otros, hay un conductor de ambulancias que sabe en primer plano de qué materia dolorida está constituida la desgracia. Acaricia las manos de su madre que no desea que se vaya aunque él le diga que tiene que irse a trabajar. La penumbra domina la cocina en la se perfilan como luz que contrarresta el avance de las sombras. No hay desenlace porque las múltiples pantallas, los múltiples anillos, de vida prosiguen y expanden su curso. A veces las imágenes se desenfocan, a veces se perfila el Santo Grial en un gesto, en una mirada, en un diálogo, en el oído atento que detecta la corrupción, en la luz que se escurre como una anguila, pero cuyo fulgor cala como huella de la soberanía de lo singular. Esta extraordinaria obra se estrena el próximo 19 de septiembre

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