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viernes, 19 de septiembre de 2014

Jersey boys

A Clint Eastwood le interesan las perspectivas. Las que distorsionan, como la de Hoover, por eso en los últimos pasajes de la narración de 'J Edgar' (2012), se nos revela que varios de los sucesos narrados correspondían a su 'interferencia', ya que era la versión conveniente para él. Las que amplían el ángulo, como, en 'Invictus' (2009), Pienaar (Matt Damon), el jugador de rugby que logra aproximarse al ángulo de mirada de Mandela cuando visita la reducida celda en la que vivió durante décadas, y comienza a saber mirar desde su perspectiva. Hay muchos relatos de hechos que son tergiversaciones, a veces se convierten en leyendas, como bien sabe el periodista de 'Sin perdón' (1992), en adulteraciones de la realidad que silencian despropósitos propios, consecuencia de la mirada ciega, bajo las alfombras de los desfiles, como en 'Mystic river' (2003), en imágenes que sirvan de apoyo promocional para la eficacia de las autoridades, como la falaz fotografía de la madre con su hijo secuestrado recuperado aunque realmente no lo sea y pretendan convencer a la misma madre de que lo es, o en imágenes icónicas, también con atributos promocionales, que inspiren para alistarse a los jóvenes estadounidense, como la escenificada fotografía de los soldados y la bandera en Iwo Jima, en 'Banderas de nuestros padres' (2006). Por eso, Eastwood decidió, no sólo desentrañar la propia falsedad, o las manipulaciones falsificadoras de la que se considera la propia facción, sino plantear y reflejar la perspectiva del otro a través de 'Cartas de Iwo Jima' (2006). EL grupo protagonista de 'Jersey boys' (2014), 'The four seasons', también fue todo un icono, y la narración desentraña las letrinas tras las apariencias. Su condición escénica o representacional ya se evidencia con el recurso de los cuatro personajes dirigiéndose a cámara, aspecto ya presente en la obra musical representada exitósamente en Broadway (cuyos dos autores, Marshall Brickman y Rick Elice, se encargan también del guión).
Las cuatro perspectivas se suceden, como las estaciones de su mismo nombre artístico. En las dos primeras insufla a la narración de la seducción de los dos personajes que dominan la perspectiva en esos pasajes, el espabilado y canallesco Tommy (Vincent Piazza, Lucky Luciano en la estupenda 'Boardwalk empire'), que no es de extrañar que acabara trabajando para Joe Pesci, y el narcisista Bob Gaudio (Erich Bergen), que primero se quiere a sí mismo y después a los que puedan serle útil. Dos aspectos fundamentales para conseguir el éxito (además de que influya la suerte, y el talento propio, como ya apunta Tommy en el plano de apertura). La narración se despliega de modo exultante, como refleja, a pequeña escala, de modo impecable el momento en el que los cuatro cimentan su unión, cuando escuchan la canción que ha escrito Bob, y uno a uno se van uniendo a la canción. Si en la última secuencia, el cantante, Frankie Valli (John Lloyd Young), concluye que lo mejor fueron los momentos en los que comenzaron, cuando se estaban formando, y consolidando, antes del éxíto, ese aspecto queda patente en estos dos primeros pasajes. La forja de ilusión es la ilusión presente en la forja. El desparpajo con el que entran y salen de la cárcel, como si cubrieran turnos, la vivencia de la delincuencia de baja estofa como si fueran parte de las páginas de una novela criminal aunque más bien sea una comedia bufa (el atraco con el coche con el morro levantado) o una impostura (el falso asesinato que representan los dos cómplices de Frankie). Creen que viven en un escaparate, pero más bien lo rompen. Aunque la música logró que no siguieran ese callejón sin salida. La tercera parte certifica y evidencia la podredumbre que se había ido sedimentando, y que habían querido ignorar o no sabido ver ( y que tanto brillo rutilante de lujos disimulaba como un entorno que entumece las perspectivas).
Esa perspectiva que desentraña que la realidad era bien diferente a las apariencias ( desde luego a la que vendían como entidad escénica con su música) surge a través de la manifestación explosiva del resentimiento del personaje más gris e impersonal, el que siempre había permanecido en segundo plano, como suele pasar además con los bajistas de los grupos, Nick (Michael Lomenda). Toda la infección brota a la vez, las deudas acumuladas, los reproches, los distanciamientos, las envidias o las alianzas calladas de quienes buscan su beneficio sin compartirlo con los compañeros (y presuntos amigos). La desintegración tendrá lugar, las apariencias evidencian su entraña corrupta, pero también se extenderá en el ámbito personal, ya no sólo por la ruptura del matrimonio de Frankie, más centrado durante años en su vida pública o en su arte que en su familia, sino por la irrupción de la tragedia. Quizá en este segmento es donde la narración se muestra más vacilante, lo que imposibilita que la narración, en su conjunto, despegue del todo (a la inversa que 'Boyhood', de Richard Linklater, una obra más de conjunto que de piezas, una obra que se va perfilando a medida que progresa).
En 'Jersey boys', en cambio, deja una impresión, en estos pasajes, de cuerpo deshilachado, con descosidos, o como si no se lograra culminar su proyección, y quedara levemente desdibujada. En parte debido a los postizos caracterizadores de la estética sesentera, y a que el actor que interpreta a Frankie, la perspectiva dominante en estos pasajes, se muestra menos convincente. En sus secuencias con su hija adolescente parece más su hermano mayor que su padre, lo que afecta a la densidad emocional de esas confrontaciones. La muerte irrumpe en la narración pero no cala. Queda una sensación postiza, cuatro jóvenes disfrazados por los que se supone que ha pasado el tiempo, pero no se palpa esa sensación de que el tiempo ha pasado, de que ha dejado heridas y frustraciones, sombras y pérdidas. Si 'Boyhood' toma cuerpo en sus tramos finales, crece y madura con su joven protagonista, 'Jersey boys' se muestra renqueante en esos pasajes, los cuales más bien quedan en una indefinida posición difuminada, entre el escenario y la realidad fracturada, entre la añoranza celebrativa y la amargura de las decepciones.

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