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martes, 9 de septiembre de 2014
Gallipoli
En 'Gallipoli' (1981), de Peter Weir, Mowgli no tendrá tiempo ni de llorar ni de hacerse adulto. Deja atrás la selva que es más bien desierto australiano para conocer de qué está hecha la civilización. Unas balas interrumpirán su trayecto. En 'Gallipolli', Mowgli se llama Archy (Mark Lee). Aprenderá que hay distintas formas de correr, de moverse y desplazarse por la vida. Su trayecto parte del sentido del movimiento y desplazamiento fructífero, y concluye con el movimiento hacia la nada, el desplazamiento inútil. Archy nos es presentado como un joven de 18 años cuyo impulso es la superación. Intenta superar una marca como velocista, intenta superar al tiempo. La vida es un desafío. Archy se desplaza como una flecha. Las direcciones son rectas. Intenta correr cien metros en menos tiempo. Intenta vencer a otros competidores, sea en una carrera organizada, o improvisada, como cuando compite con un compañero de faenas. Para Archy no hay límite que no pueda superar. Correrá descalzo, mientras el otro monta un caballo. Un desierto de ochenta kilómetros tampoco implica obstáculo o adversidad. Se puede superar. Con determinación, como una flecha que surca el espacio, se dirige a cruzar ese espacio en blanco. Para Archy todo es un espacio en blanco, una realidad, un mundo a conocer. Un mundo en el que todo es recto, en el que no tendría por qué haber retorcimientos o dobleces. En su camino se cruza, alguien que es más escéptico, alguien tendente a apostar con la vida, alguien más variable, Frank (Mel Gibson), pero conectan, y una amistad se gesta y consolida. Hay trayectos que se pueden realizar en compañía, sin necesidad de trincheras. Las diferencias se pueden conjugar. No son competidores, sino cómplices. Archy logra subir a la carrera a un tren, Frank desiste al no lograrlo en su primer intento. Archy le anima a reintentarlo, y lo consigue.
Frank se muestra remiso a alistarse, frente a la determinación de Archy, para quien la guerra es un espacio claro en el que tiene que intervenir para defender a su propio país: Los turcos podrían avanzar y llegar hasta Australia. Archy habita un espacio ingenuo, es un desierto donde todo está a la vista, nada se esconde. Para Frank hay otros aspectos que enmarañan la cuestión. No es su guerra, es la de Inglaterra. Los australianos son peones de necesidades ajenas(el fin de la primera guerra mundial supondría la afirmación de Australia como país, como unidad; antes era una suma de seis estados). Frank y sus tres amigos podrían verse como transuntos de Akela y otros lobos que acompañaban a Mowgli cuando miraba el poblado de humanos, y las lágrimas surcaron su rostro, lágrimas de hacerse adulto, de tomar decisiones, de determinar qué es lo propio y con quiénes eliges realizar el trayecto de tu vida, de asumir que puede dejar algo atrás, que algo puede terminar. Hay que moverse, elegir una dirección. Hay algo de Baghera en el tío Jack (Bill Kerr), el hombre que le ha entrenado e instruido, que ha logrado que baje de diez segundos en los cien metros. En su despedida se palpa la consciencia de que se rompe un cabo con el pasado. Aquellas intensas vivencias que se convirtieron en centro de presente y de horizonte de futuro ahora serán sólo recuerdos, momentos que se irán disolviendo y emborronando.
La vida es un trayecto extraño. Una esfinge difícil de descifrar. Un fracaso anunciado, porque nunca se logrará vencer a la muerte, pero sigues corriendo, para superar cualquier límite, como si no existieran adversidades, balas que surcan el aire e interrumpen tu movimiento y te convierten en una figura estática que no llora sino sangra. En Egipto las interrogantes surcan el aire entre pirámides y la esfinge de nariz quebrada. Un espacio extraño, otro tiempo conjugado con el presente, lo que el ser humano no ha logrado vencer ni descifrar. Pero sigue moviéndose, y sigue destruyéndose. No prima ese movimiento que busca y mejora y se supera, sino el movimiento inútil, como si la torpeza, la incapacidad, derivará en una implosión. No se logra la armonía, la conjugación de diferencias, hay que destruir, eliminar al que se califica como rival, organizar una competición a gran escala, una guerra, un acontecimiento que parecía en la distancia una fantasía rebosante de luces, una ladera que asemeja a un árbol de navidad, otra aventura en la que se derrotará a cualquier adversidad. En la fantasía predominan las luces, no las balas, ni jóvenes que salen de una trinchera para ser abatidos. Cientos de miles. Surcas un desierto de ochenta kilómetros, vives la vida como un semillero de posibles gestas, y eres abatido en otra tierra árida, semejante a la propia, pero lejana, en Nek, Turquia, cuando corres hacia otra trinchera sin ningún propósito, no para conseguir marca alguna ni superar un reto. Simplemente, para ser abatido. ¿Dónde quedan las medallas y el tiempo que intentabas superar? El tiempo y el espacio tienen una conclusión que a veces es límite impuesto que no se podrá superar. Eras un peón sacrificable como tantos otros muchos en esa civilización por la que corriste hacia la nada.
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