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martes, 30 de septiembre de 2014

Las arenas del Kalahari

No es el ser humano la criatura viviente que más utiliza su capacidad cerebral sino el delfín. En 'Las arenas del Kalahari' (Sands of the Kalahari, 1965), de Cy Endfield, quien adapta junto a su autor, William Mulvihill, la novela de mismo título, no aparecen delfines sino babuinos. Y hay algún humano, como es el caso de O'Brien (Stuart Whitman, en un papel que rechazó Richard Burton, porque no le apetecía rodar en el desierto), que hará todo lo posible para demostrar quién es el más fuerte del territorio. No demostrará que tiene más cerebro pero sí que es la criatura más bestia. O demostrará que el ser humano puede ser la criatura con más potencialidad creadora pero también más destructiva y cruel. Como otros humanos que consideran a los animales pasajeros de segunda categoría en el imperio terráqueo que domina, hará la correspondiente purga, no sólo por cuestiones de subsistencia, para eliminar rivales que puedan privarles del escaso alimento que se puede encontrar en el desierto, sino como declaración de poder, remarcada en el mismo virulento desprecio que muestra. Posteriormente, la siguiente fase, tras haber demostrado cuál es la especie más poderosa, tocará realizar parecida labor pero entre los de la misma especie. Hay que eliminar rivales que pretendan aspirar a la hembra, Grace (Susanah York), y habrá menos con los que repartir los alimentos que cacen (es muy elocuente las muestras de entusiasmo carnívoro de todos cuando por fin comen carne, tras matar un antílope). 'Las arenas del Kalahari', como la también estupenda 'El vuelo del Fénix' que se estrenó el mismo año, se centra en los supervivientes de un accidente de aviación (en este caso, la causa es la colisión contra una nube de langostas; ya todo un signo anticipatorio de ese enfrentamiento de los humanos con su animalidad, con la naturaleza en estado bruto, y la demolición de la prepotencia de creerse inmune e imbatible). Cinco hombres y una mujer que se encuentran en un entorno hostil, en el que se hace difícil la supervivencia, el desierto.
Quien tiene más conocimientos, por lo tanto más capacidad de desenvolverse en un entorno ajeno al hábito, es quien toma, en principio, la posición de mando, el rey de la manada, el piloto, Sturdevan (Nigel Davenport). Y, acorde a una extendida tendencia humana, intentará aprovecharse de su posición de poder, sea intentando aprovecharse sexualmente de la hembra del grupo (si no culmina, para su frustración, es porque ella ni muestra interés ni tampoco forcejea para impedírselo; el hecho que llore no motiva ni siquiera el estímulo de doblegar la voluntad ajena), o sea eligiéndose como el más apto para intentar realizar una incursión en el desierto para alcanzar, después de varios días de travesía, alguna población. Es quien mejor conoce el entorno, pero no parece parte de ese entorno. En cambio, en las primeras secuencias hay quien comenta que 'O'Brien es quien mejor parece haberse adaptado al entorno, como si fuera otra emanación del mismo. No parece alguien fuera de lugar. A O'Brien no le cuesta sacar de sí mismo a la bestia disimulada bajo las vestimentas del hombre civilizado, el hombre que disfruta disparando a otra criatura viva, o que remarca su poder porque la vida se reduce a la competición, a apuntalar quien domina, quién es el más fuerte. No tiene escrúpulo alguno, primero, en disparar sobre los babuinos, o después en desembarazarse de sus rivales masculinos, menos resolutivos o porque rondan la vejez, como Bondrachai (Theodore Bikel) o Grimmelman (Harry Andrews), obligándoles a que se aventuren en el desierto o incluso provocando su muerte.
Quien se mostraba menos capaz o competitivo, por haber resultado herido en el accidente, Bain (Stanley Baker), aparte de no dejarse arrebatar, dominar, por el instinto o pulsión de dominio y mostrar otra relación con su entorno (desde admiración o asombro por muestras de la naturaleza o por saber contenerse con respecto a Grace: el estupendo plano en el que se deja llevar por el impulso de la atracción y la coge entre sus brazos, pero en su mirada, directa a los ojos, mirada que busca la otra mirada, se percibe cómo no se relaciona con, o no busca a, un cuerpo, sino con otra voluntad; no se deja llevar por su alacrán interior, no la considera parte del paisaje como Studervan u O'Brien -que la miran desde su altura-, sino otra voluntad, alguien a su misma altura, por lo que se aleja como gesto declarativo de respeto), es quien tendrá la capacidad resolutiva para enfrentarse a O'Brien (sabe que el cetro del poder es el rifle, pero el uso que haga de esa posesión no será con la misma finalidad, el dominio, sino la defensa y la neutralización). La circunstancia de O'Brien cautivo en el hoyo, donde en las primeras secuencias había advertido la osamenta de algún animal, se puede ver como antecedente de la del personaje de Hugh Jackman en 'Prisioneros' (2013), de Denis Villeneuve, también cazador cazado.
Cy Endfield había realizado aproximaciones muy poderosas a la entraña de la violencia. En 'The sound of the fury' (1950), resultaba aún más descarnado que Fritz Lang con respecto a los sucesos que inspiraron a este 'Furia' (1937). Resultaban tan desazonadoras como sobrecogedoras las secuencias finales de la turbamulta hecha una bestia colectiva irrumpiendo en la cárcel para linchar a los dos detenidos. Esa bestia también se retrata en esa espléndida variante de 'El salario del miedo' (1952), de HG Clouzot que era 'Ruta infernal' (1957), a través de la tensa competitividad entre camioneros ( y por extensión de las inescrupulosas dinámicas empresariales). En 'Zulú', tras finalizar la batalla, la ardua resistencia de los británicos ante el asedio de los zulúes, y recibir el homenajeador reconocimiento de estos, los dos oficiales al cargo, encarnados por Stanley Baker y Michael Caine, reconocen que sus sentimientos son los del asco y la vergüenza.
En 'Las arenas de Kalahari' el trayecto de Sturdevan se invierte, de la prepotencia y arrogancia a la asunción de la indefensión y desamparo, ejemplificado en el encuentro con el burro, en el que establece una alianza de mutuo apoyo para superar su extravío. La conclusión podría considerarse una especie de precuela de 'El planeta de los simios' (1968), de Franklin J Schaffner, o antecedente de una de las mejores secuencias de '2001. Odisea del espacio' (1968), de Stanley Kubrick, las peleas entre los simios por la posición del poder (en donde el hueso adquiría la misma resonancia simbólica que aquí el fusil). 'Las arenas del Kalahari' culmina con la bestia humana enfrentándose en un entorno primitivo a otras criaturas que considera inferiores, los babuinos. En cierto momento, ya no se podrá beneficiar de la posesión ventajosa de su rifle sino que tendrá que recurrir a sus mismas armas, los puños, los dientes. No dispone de hueso a mano, como en la de Kubrick, pero sí de alguna oportuna piedra. En una de las secuencias iniciales, la cámara encuadra desde las alturas desde las que un babuino contempla los movimientos y las maniobras de las figuras humanas, meros puntos insignificantes en la inmensidad del paisaje. En el último plano, también un plano general desde las alturas, O'Brien es ya incluso un punto indiscernible en la distancia, una figura postrada, ya oculta por lo que despreciaba. Los babuinos eran más. La prepotente bestia humana que no sentía ni asco ni vergüenza se convertirá en parte de ese entorno del que parecía una emanación. Será ya otra osamenta.
Los primeros acordes del tema principal compuesto por Johnny Dankworth también anticipan los extrañamientos sonoros de la extraordinaria banda sonora de Jerry Goldsmith para 'El planeta de los simios'

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