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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Lichter

Entre fronteras, o entre países. A veces no se distinguen. Las fronteras pueden ser heridas. Umbrales que se intentan cruzar. Cuerdas de funambulista, entre la precariedad y la promesa de estabilidad. Luces que parecen alejarse en la distancia, aguas en las que puedes hundirte. En 'Lichter' (2003), de Hans Christian Schmid (de quien este año se ha estrenado la sugerente '¿Qué nos queda?'), hay quienes intentan cruzar la frontera que separa Polonia de Alemania. Pensaron que el camión que les traía desde Ucrania les dejaría en las afueras de Berlín, pero aún es una luz difusa en la distancia. Aún tienen que cruzar otra frontera. Hay quien desiste, hay quien lo intenta a nado, como Kolya (Iwan Swehdoff), hay quienes no pueden de ese modo, porque tienen un bebé, como Anna (Anna Yanovskaya) y Dimitri (Sergey Frolov), y buscan el modo desesperado de lograrlo. Al lado de una frontera y otra hay quienes padecen el ahogo de la precariedad, esa frontera que separa de la ruina, como le ocurre en Frankfurt a Ingo (Devid Striesow), quien no logra que su negocio de colchones le proporcione bienestar (quedan las cifras de los precios como fantasmas de una frustración, de un sueño que se escurre), o al taxista Antoni (Zbigniew Zamachowski, el protagonista de 'Tres colores:Blanco',1993, de Krzystoff Kieslowski) y su esposa, precisamente despedida por Ingo, en Polonia, quienes no logran disponer del dinero suficiente para comprar un traje de comunión para su hija.
En este paraje desolado, de luz amortiguada que rezuma intemperie, hay, pese a todo, quienes intentan ayudar, como Katharina (Alice Dwyer), la interprete alemán que se esfuerza en posibilitar que Kolya cruce la frontera tras que haya sido expulsado la primera vez, o quienes se apoyan en su mutua situación precaria, como Antoni, que ayuda, a cambio de dinero, a la pareja que intenta que forman Anna y Dimitri. Y hay quienes se despreocupan, o se aprovechan de la desgracia ajena, como los búlgaros que intentan aprovecharse de los ucranianos, o el polaco que le engaña a Antoni. Y están los que, en una posición más próspera, carecen de escrúpulo alguno en sus tratos de negocios, porque cualquiera puede ser mercancía, y hay variadas maneras de venderse para realizar los pagos o conseguir las mejores condiciones. Las fronteras también son un negocio, como la amenaza de precariedad. Aguas turbulentas, espejismos de luces. La narración se fragmenta, como si los nexos se hubieran disuelto, en las múltiples lineas de una trama, los restos doloridos de un nervio seccionado, el oxido de una maraña que es verja, vidas inacabadas, flecos sueltos que aún intentarán encontrar el hilo perdido, un mano que les apoye, un giro del azar que no sea dormir en un almacén mugriento, permanecer recluida en un reformatorio o yacer desesperado en la calle porque no hay colchón en donde puedas encontrar las huellas de esa sociedad del bienestar cuya luz permanece apagada.

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