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viernes, 26 de septiembre de 2014

Nubes de verano y Mujeres en el parque

Una pareja que parece en un verano permanente tras once años de relación en la que otros dos, que desean a uno y otra, interfieren, intentan abrir brecha, interponer nubes. Una pareja rota, en proceso de separación, a cuyo responsable de abrir brecha e interponer nubes de borrasca irreparables, él, no logra entender su hija. 'Nubes de verano' (2004) y 'Mujeres en el parque' (2008), son dos obras de Felipe Vega (del que se hace necesario recuperar las también estupendas 'Mientras haya luz', 1987, 'Un paraguas para tres', 1992, o la tanneriana 'El techo del mundo', 1994), cuyos guiones escribe junto a Manuel Hidalgo (como en la previa 'Grandes ocasiones', 1998), que concluyen con rostros en silencio que se miran o no se miran, pero entre los que las brechas parecen insalvables o comienzan a abrirse de modo inevitable.
1. En las secuencias iniciales de 'Nubes de verano', un perro, a punto de ser atropellado. En las finales, desaparece, quizá se pierde. El hijo lo contempla correr en el campo, pero no dice nada a sus padres. Sabe que algo también se ha perdido entre ellos. En las primeras secuencias, Ana (Natalia Millán) y Daniel (Roberto Enriquez) llegan en coche al pueblo de veraneo. En las secuencias finales lo abandonan, ella llorando, y él con las gafas oscuras. El dolor de lo no compartido, de lo negado, la negación de lo que se ha advertido pero no se ha compartido. Quizás. El coche se aleja. Distancias, como las que se han abierto entre ambos. Natalia y Daniel viven una relación en la que no se aprecian o detectan fisuras. Armonía, complicidad con vivaces brotes de pasión. El anticuario Robert (David Selvas) se encapricha con Natalia, y propone a su prima Marta (Irene Montalá), a la que sabe que le gusta Daniel, que se apoyen para seducir a uno y otra. Marta se muestra más reticente, o vacilante. Participa del juego, sin dejar de forcejear con sus escrúpulos, mientras que Robert es de piñón fijo. Y parece que consigue su objetivo, aunque hay una elipsis, tras que comiencen los primeros escarceos amorosos, que abona cierta duda, y abre interrogantes sobre la confianza de la pareja. La firmeza de la relación si tenía sus fisuras no perceptibles a primera vista. La elipsis es como ese agujero que se abre entre ambos, entre lo incierto y los indicios que delatan los gestos nerviosos o las miradas temblorosas.
Robert piensa que no hay relación que no se deteriore tarde o temprano, sobre todo cuando comienzan a marchitarse los brotes pasionales, y aún más si no eres capaz de armonizar los mutuos aburrimientos. Se empecina en demostrar que Robert y Natalia no pueden ser una excepción. E introduce una absurda e innecesaria nube que daña, en un incierto grado (ese que oscila entre unas gafas oscuras y unas lágrimas), una rara armonía. 'Nubes de verano' es una estimulante obra de afiliación rohmeriana que enlaza con la afinidad de la obra del cineasta francés con la de Alfred Hitchcock a través de esa proposición que recuerda al intercambio de 'Extraños en un tren' (1951), de Alfred Hitchcock, aunque con un planteamiento cercano al de la pareja que formaban el vizconde de Valmont y la marquesa Merteuil en 'Las amistades peligrosas' de Choderlos de Laclos. Las certidumbres se desmoronan. Las proposiciones encuentran sus flecos, contradicciones imprevistas. Un cielo despejado parece ser siempre vulnerable a la intrusión de una oscura nube.
2. 'Mujeres en el parque' (2008) se inicia con la perspectiva de aquel a quien no se entiende, Daniel (Adolfo Fernández). Duda si intervenir en la tensa discusión que mantiene una pareja en el autobús en el que viaja. La intervención puede ser interferencia, hay unos frágiles límites entre ambos conceptos, o más bien es reveladora la vacilación en Daniel, como se irá evidenciando a lo largo del relato. Duda pero les sigue hasta un parque, en el que la discusión prosigue y concluye tras dos bofetadas. Daniel mira desde la distancia a esa otra pareja, y en cierta manera, de ahí el título en plural, es como si en cierto modo se viera a sí mismo, mujeres y relaciones desde y entre la distancia. En cierto modo ha vivido en una cómoda distancia. Esta secuencia inicial concluye con la voz de su hija, Mónica (excelente Barbara Lennie) superpuesta a su rostro. Una afirmación, la de no entender a su padre, sobre un rostro que es huidizo enigma, o quizá vacío, o la inconsistencia de unas emociones desafinadas. Daniel es músico, pero en el terreno sentimental predomina la estridencia de un silencio que no sabe articularse, quizá porque haya poco que articular. Es alguien metódico (reflejado en su forma de anotar las procesos del divorcio), pero borroso, probablemente, hasta para sí mismo.
Desde la perspectiva de quien configura su vida, como es el caso de Mónica, la figura de su padre representa la intrusión de la inestabilidad, la perspectiva de un futuro que puede desmoronarse cuando menos lo esperes. En las fisuras que se abren en esa pétrea figura que resulta difícil entender, entre las dos mujeres en su vida, aquella de la que se ha separado, Ana (Blanca Apilánez) y aquella que irrumpe desde la perspectiva de Mónica como una intrigante incógnita en la vida de su padre, Clara (Emma Vliarasau), se insinúan los escombros no sólo de unos adultos que no han logrado consolidar un presente consistente sino el de toda una generación, la que gestó su realidad, y la de un país, en la transición. Las coletillas de que eran otros tiempos, y otros tipos de relaciones, no dejan de evidenciar una incapacidad para crear una realidad con música que no desafinara. Un fracaso, unas esquirlas de una fractura que revientan, en la perspectiva de quien no entendía, como los restos de un naufragio, ese que grita pesadumbre en las miradas, desde la distancia, de los que instituyeron una mentira, Daniel y Ana. Distancias que se ocultaron, realidad que se dejó hacer distancia, por incapacidad tanto de articular como de intervenir. Daniel nunca intervino, nunca se implicó, dejó que la realidad le hiciera la cama. Como si viviera en una permanente transición. Y la inercia se hizo rostros que no se entienden, rostros que cuando les entiendes se hacen abismo.

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