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sábado, 13 de septiembre de 2014

Odette

'Odette' (1950), de Herbert Wilcox es la narración de las visicitudes que padeció, durante la II Guerra mundial, la primer mujer que recibió en Inglaterra, en 1946, la condecoración 'George Cross' concedida a civiles por su muestra de coraje frente al enemigo, la agente de los servicios especiales Odette Samson (Anna Neagle). Décadas después, se reveló que la agente tuvo que superar las reticencias y suspicacias de obtusos representantes gobierno británico mediante pruebas que demostraran que había sido torturada durante dos años en un campo de concentración sin que en ningún momento suministrara información ni traicionara a ningún compañero, pese a que le quemaran la espalda con un tizón ardiendo o arrancaran las uñas de sus pies. Quizá, en su cuadriculada mente, no podían imaginar que una mujer pudiera tener tal resistencia. Odette, originaria de Francia, tampoco imaginaba, cuando se acercó, aquel día de 1942, a las instalaciones del gobierno británico para suministrar información sobre la costa francesa, que se convirtiera en toda una espía en su tierra natal. Tampoco podía imaginar que fuera el apellido del hombre que amaba, Peter Churchill (Trevor Howard), su superior en lides de grupo de espionaje, lo que le salvaría la vida, ya que había tomado como alias su apellido. Condenada a muerte tras ser capturada en 1943, pensaron que era pariente de Winston Churchill, lo cual posibilitó que su ejecución se demorara durante dos años en el campo de concentración de Ravensbruck, hasta que ya fue liberada.
La narración, de impecable concisión, destaca por sutilezas como el progreso de la atracción entre Peter y Odette: La tensión que se percibe en los gestos y movimientos de Peter cuando espera que ella vuelva de su primera misión (sabedor, además, de que le ha encargado una labor particularmente arriesgada para una novata); su conversación, en un plano fijo, mientras escuchan música en la radio (esperando una emisión en clave), en la que por un instante se dejan envolver por la música, y tienen que interrumpir, por demasiado peligroso, las miradas que afloran y sueñan con lo que les gustaría estar haciendo, bailar, primeros pasos para esa intimidad que tienen que reprimir y relegar a un plano secundario: sus miradas no pueden pensar ahora en ciertas músicas: en la guerra son funciones, agentes; la avidez que se percibe en la gestualidad de Odette cuando él está a punto de retornar de Inglaterra; y su reencuentro, después de dos años, en la secuencia final: pocos abrazos se pueden sentir de modo tan intenso en una pantalla como la voraz añoranza de volver a sentir a quien amas.
También dota de particular singularidad al relato la singular creación de Marius Goring como su implacable perseguidor, el coronel Henri. Ambiguo, de maneras refinadas, fumando del modo sobre el que ironizaba Jim Jarmusch en 'Blue in the face '(1995) de Wayne Wang y Paul Auster, porta siempre gafas ahumadas, como si se protegiera de un mundo que no le merece, que es demasiado vulgar para su sofisticación. Desprecia el ideario nazi, e incluso la guerra, ya que ha interrumpido su relación con la música, lo que expresa mientras interpreta al piano una composición de Mendhelsson. Incluso, pide disculpas a Odette por el maltrato que sufre por sus torturadores, aunque lo hace desde la distancia de quien más bien desprecia la falta de buen gusto.

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