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viernes, 5 de septiembre de 2014
Hércules
Quién iba a imaginar que Hércules (Dwayne Johnson) liderara un grupo de mercenarios que evoca al Grupo Salvaje peckinpahniano. También, como Pike Bishop (William Holden), u otros forajidos westernianos, Hércules pretende realizar su último trabajo y retirarse en una tierra apartada del mundanal ruido. En 'Grupo salvaje' (1969) los forajidos vendían sus cualidades de atracadores a un mezquino y cruel militar con ínfulas megalómanas, Mapache (Emilio Fernández), para más adelante anteponer su conciencia, su integridad y su sentido de la amistad por encima no sólo de sus intereses materiales sino incluso de su propia vida. En 'Hércules' (2014), de BretT Ratner, los mercenarios son contratados por el rey Cotys (John Hurt) para vencer una amenaza externa, ante la que se sienten inermes porque no se dispone de un ejercito lo suficientemente preparado. Esa amenaza parece dotada de cierta dimensión sobrenatural, lo que remite a la notable 'El guerrero nº 13' (1999), de John McTiernan. Quizá sean centauros, quizá tenga cierta capacidad de enajenar la voluntad de los humanos. Una ambigüedad que se mantiene eficazmente durante ciertos pasajes de la primera mitad. También destaca en el primer enfrentamiento violento contra ese incierto enemigo una notable fisicidad, cualidad que la emparenta con la obra de McTiernan o con 'El rey Arturo' (2003), de Antoine Fuqua, otra obra en la que se intentaba ofrecer una versión distinta de una leyenda, y con la que también se pueden encontrar concomitancias. Aún más, en 'Hércules' se juega con el contraste entre lo que dicen las leyendas de Hércules, por ejemplo, en relación a sus célebres doce trabajos, y cómo fueron realmente los hechos. Aunque no obsta para que Hércules esté dotado de unas cualidades que lindan con lo sobrehumano, pese a que se puntúe su vulnerabilidad (puede ser herido; su sobrino, el biográfo y narrador de sus legendarias andanzas, le tapa una herida para mantener su imagen de invulnerable).
Ese contraste de apariencia y realidad se amplifica a la entraña de los poderosos. Los mercenarios descubren que no son las víctimas quienes creían, sino a la inversa. Y que estaban al servicio de otro mezquino megalómano. Y Hércules, como Pike Bishop, optará por la conciencia y la integridad en vez de simplemente mantenerse al margen, neutral, disfrutando de la fortuna que les han pagado. Eso sí, aquí no hay sacrificios suicidas, porque aunque se cuestione la miseria humana o se ponga en entredicho a la divinidad, Hércules no dejará de ser un héroe capaz de derrumbar y vencer lo que fuera, da igual si es sobrenatural, o, lo que es más probable, míseramente natural. Aún así, si Pike tiene una cicatriz que le recuerda cierta torpeza o muestra de suficiencia pretérita que provocó que fuera detenido su compañero y mejor amigo y que es en el presente molestia en la pierna y mortificación interior, Hércules también tiene su particular herida sin superar, reflejada en esa bestia, en ese lobo con tres cabezas, con el que no deja de soñar. Un sueño que tiene que ver con la evocación de la muerte de su esposa e hijos, una imagen, la de esa bestia, que se superpone sobre lo que no logra recordar los sucesos de aquella noche. Incluso, otros le responsabilizan de aquella muerte (de nuevo, contraste entre lo aparente y lo real). Rasgos de vulnerabilidad que convierten a Hércules en un personaje no carente de sugerentes matices.
De todos modos, donde reside la singularidad de 'Hércules', discreta pero eficaz en su dinamismo, como podía serlo la tercera entrega de X Men (2006), que él dirigió, su otra obra (más) apreciable, es en su reparto de actores secundarios. En particular en ese Grupo salvaje helénico compuesto por dos integrantes británicos, los espléndidos Rufus Sewell, como el mordaz y cínico Autolycus, el amigo desde la infancia de Hércules, o Ian McShane como el agudo Amphiarus, el que profetiza el futuro ( y que depara los mejores momentos de la narración cuando espera, en varias ocasiones, que se materialice la propia muerte que él ha vaticinado) , y dos noruegos, Ingrid Bolso Berdal como la imponente arquera amazona Atlanta, y Tydeos (Aksel Hennie), un rostro surcado por cicatrices como lo parece su interior, ya que Hércules lo encontró de niño, más animal que humano, como único superviviente de una matanza. No emite palabra alguna, sólo gruñe, o actúa (también propicia otro buen momento, cuando el hijo de la reina escucha entre las sombras sus gruñidos, y surge encadenado con la desesperación trazada en su mirada, la que cada noche ritualiza evocando el horror que vivió de niño).
Añádase la soberanía de John Hurt, capaz de transmitir la extrema dualidad, o la rotundidad expresiva de Peter Mullan, como el General Sitacles, o la estimulante presencia de la sueca Rebecca Ferguson (que acaba de interpretar a la protagonista femenina en la quinta entrega de Misión imposible), como Ergenia, la hija de Cotys. Todo un imponente reparto que dota de distinción a una obra que se desmarca del vacío testosterónico de otros productos recientes protagonizados por sobremusculados protagonistas. Puede estar a años luz de la obra de Peckinpah, pero esa es otra división, o no poseer los destellos de intensidades o lirismo de tierra húmeda y cuerpos magullados, de las obras de Facqua, y sobre todo, McTiernan pero al menos las evoca, y sin que se le caigan los anillos, o los músculos, vamos.
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