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sábado, 24 de abril de 2010

Solaris

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Unas algas se cimbrean, o mecen, en el agua, como acordes de una música intangible...Pareciera, además, que flotaran en el espacio...Suscita la ilusión de que no hay gravedad, sino un fluir...como si esculpieran el tiempo con el mecer de la pautada lentitud, y así el tiempo se 'realizara' como serena armonía...La imágen del arraigo en la paradójica imagen de la movediza fluencia...Uno siente que 'habita' el tiempo...La cámara se desplaza lentamente, acompasado a esa elegía del desplazamiento que es raiz en la epifánica imagen de las algas...No se puede capturar el momento, pero se puede sentir...En el fluir uno 'reside' aunque, como el tiempo, nunca se pueda detener... El agua se escapa entre las manos, pero uno se puede empapar con ella... como ocurre con lo real, cuando quebramos la pantalla de la realidad...Misterio que es revelación...La cámara se desplaza entre las plantas, a la vez que el sonido hace acto de 'aparición', como un despertar, y encuadra unos pies, ascendiendo sobre esa figura, hasta apreciar su rostro...Un hombre contempla el paisaje, como si buscara reconocerlo, y reconocerse, como si hubiera aparecido en ese instante en un mundo que desconoce, que le es extraño, y en el que buscara asirse...Un plano general, en ligero picado, nos lo situa en una cienaga, envuelta en la bruma...¿Dónde está?...
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Parece un espacio ajeno a este mundo, o quizás es él quien se siente asi, sin poder vislumbrar lo que hay más allá de esa neblina...La lentitud se desplaza con los travellings, siguiendo a este hombre que parece una figura errante, rodeado de naturaleza, y a la vez como si fuera un cuerpo extraño...Un caballo cruza el espacio, un cuerpo libre, celebrándose...El hombre se arrodilla ante las aguas, y moja sus manos, quizás deseando invocarse como presencia, anhelando una armonía que no siente...Hay una casa, un hogar, al fondo del encuadre...Unos hombres bajan de un coche que se detiene sobre un puente...El hombre, Kelvin (Donata Banionis), paseaba por los alrededores de la casa de su padre, que recibe la visita de un antiguo astronauta, Burton...Un niño saluda a una niña, la cámara realiza un lento zoom sobre el rostro de ella, que responde al saludo...¿Por qué ese zoom, por qué esta atención a ese saludo?...Más adelante, lo sabremos cuando Kelvin llegue a la nave cerca del planeta Solaris y se encuentre (¿o reencuentre?) con una 'aparición', la réplica encarnada de su esposa, que se suicidó diez años antes, y ese misterio llamado amor aliente las imágenes, o el porqué se resquebraja con los miedos, las inseguridades, los orgullos y la incapacidad,o no disposición, de comunicación...¿Una segunda oportunidad de restituir los pasados errores, y de aprender, y de asumir que la materia de la vida es flexible e incierta, y que saber ser el otro es el principal desafío para alcanzar no sólo la sabiduría sino el lograr ser presencia arraigada que palpa lo real?...
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¿Cúal es el misterio de Solaris? ¿Por qué acaecen esas materializaciones de los fantasmas de las emociones de aquellos que se encuentran bajo su influencia? ¿Qué es lo real?, ¿qué es la realidad?, ¿cómo la habitamos?, ¿la encerramos en nuestra mirada, en su niebla, tejida de ceguera y rígidos límites en los que es más cómodo desenvolverse porque mantenemos una espejismo de control? ¿Sabemos cuál es la raiz de nuestras emociones, el porqué de cómo nos relacionamos con los demás, a qué llamamos amor, y cómo se 'realiza'? ¿No es la vida un misterio cuando asumimos, sin miedo, que estamos en continuo desplazamiento, y por tanto, descubriendo y haciendo de la interrogación sentido y dirección, y creando con cada instante, con la mirada despejada porque intuimos que la realización habita en entregarnos a la íntima relación con lo otro, y los otros, y que alcanza su más depurada 'prueba' en ese misterio llamado amor?...Solaris (1972), de Andrei Tarkovski nos invita a sumergirnos en esas preguntas...
Pero volvamos a la casa, donde dialogan el padre y Burton...El segundo quiere enseñar unas imágenes a Kelvin sobre el proyecto de Solaris, dado que un dia después saldrá hacia allí para averiguar el por qué de los extraños sucesos...Detalles del decorado son elocuentes: Unos pájaros en una jaula, junto a dibujos, enmarcados en la pared, de diversos globos...Encierro y ascensión... El estatismo de una figura errante, Kelvin, que busca un artificial refugio, que no es sino reclusión, en un racionalismo inflexible, escéptico hacia otras 'posibles' realidades, o ángulos sobre los que percibir y articular la realidad...
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La ascensión, el elevarse sobre los lastres del ego, como esas otras imágenes en otros films de Tarkovski, como en 'Sacrificio', de figuras que levitan...que abrazan el misterio, lo intangible que es desplazamiento y es raíz, y es fluir...y es cuando los cuerpos se funden con lo que les rodea, e incluso con otros cuerpos, otras emociones, como Kelvin experimentará con la réplica de su esposa en la nave...La carne se desgarra con el deseo de ser el otro, de ser parte de la carne del amado, como si ambas se habitaran mutuamente...¿Por qué dejar al ego que interponga una presa que no permita que 'irrumpa' ese desbordamiento de emociones que desean fluir y empaparse unidas unas con otras, ya indistintas, sin dejar de ser, a la vez, una y otra, el paradójico misterio de ese logro que es la genuina 'relación', el momento de la sensación verdadera?...La lluvia 'irrumpe' imprevista, ya que lucia el sol...Kelvin deja que la lluvia lo empape...La cámara desciende hacia la mesita donde las gotas de agua caen dentro de las tazas...Kelvin se siente acompasado con esa música de la materia dialogando, 'palpando' aquello que su nostalgia, aún encostrada por su inflexible razón, no ha logrado alcanzar...La raiz del misterio está en dejarse fluir...como unas algas meciéndose en un espacio incierto...para así palpar la música de ser presente

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