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miércoles, 21 de abril de 2010

Sabrina

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Bajo los amables aparentes ropajes de un cuento de hadas, 'Sabrina' (1954), Billy Wilder señala las arenas movedizas de proyectar el amor como un cuento de hadas. O, lo que es lo mismo, los peligros de querer alcanzar la luna, porque ésta es una ilusión en la distancia (una proyección). Son sus reflejos los que hacen sentir algo que es un espejismo aunque esté trenzado con el peso de una intensidad, que se hace pesadumbre cuando esa 'luna' no responde. Esto queda reflejado en las secuencias iniciales, tiznadas sombríamente con la afectación dramatizadora de Sabrina (Audrey Hepburn), que admira desde la distancia ( y subida a un árbol, desde su anhelo de elevado sentimiento) a David (William Holden), puro reflejo porque no le conoce ( a ras de suelo). Y para remate de su pesadumbre es téstigo de otro de sus incontables flirteos (tras pasar a su lado, y decirla que no había advertido su presencia; como se dice ella, al irse, porque es 'nada'). Flirteo que tiene lugar en una pista de tenis (la idea del juego, de la competición, en los pulsos amorosos, será otra de las líneas que recorre el corrosivo comentario de Wilder; esa red que separa a los contendientes). Sabrina, contemplando la luna, decidirá suicidarse con los gases de los coches en el garaje, y salvada por el otro hijo de los ricos Carrabee, Linus (Humphrey Bogart).
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Si ese ilusorio príncipe que encarna David (porque poco tiene que ver lo que sueña ella con lo que es él, frívolo y superficial vividor que se ha casado ya tres veces y rehuye también toda actividad laboral), Linus es su extremo, alguien que poco sabe de lunas, porque nada piensa en ellas, dévoto exacerbado del trabajo. Alguien más que ras de suelo, que vive en los subterráneos. Tan pragmático que cuando Sabrina se convierte, tras volver de Paris (irónico que en Paris, estereotipo de la ciudad del amor, Sabrina intente 'desintoxicarse' de su ilusión por David), en, a la inversa, intoxicación fascinada amorosa para David, poniendo en peligro el matrimonio pactado con un potentado del caucho con cuya hija quiere casar Linus a David, decida seducir a Sabrina para 'quitarla de en medio', y que no estorbe en sus planes pragmáticos empresariales (como 'dejar en el banquillo' a David, propiciando que se siente sobre las copas que lleva en los bolsillos de atrás, lo que determina que se clave los cristales en el culo, y tengan que ponerle 23 puntos).
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Claro, que cualquier previsión es desmontada cuando surge de verdad el amor, o la atracción, no por proyección sino por conexión. Si la cenicienta Sabrina descubrirá con otros ojos a Linus, también éste verá demolida sus presunciones cuando también se sienta atraída por ella. Y el hombre subterráneo, o maquina ambulante, reajustará su 'sombrero' (como se refleja en el detalle de la secuencia final), para alzarse a ras de suelo, o navegar con Sabrina rumbo a París, tras romper las compuertas de su caparazón ( o de la red en la que está cautivo). Y es que el auténtico amor poco tiene que ver con las distancias que crean los reflejos de luna, la red de una pista de tenis o las calculadoras.

En 'Sabrina' de Billy Wilder, tampoco hay que dejar de mencionar a un estupendo personaje secundario como el padre de Linus y David, Oliver (Walter Hampden) irónico apunte de en lo puede derivar una relación, con sus clandestinas escapadas para fumar un puro sin que le vea su esposa (memorable cuando Linus le descubre escondido dentro de su armario fumando). O el del padre de Sabrina, el chofer de la familia que encarna John Williams, quien tiene asumida cuál es la posición de cada uno en el tablero social, y al que acompaña un gesto compungido de preocupación por el destino de su amada hija con sus flirteos con la luna y los Carrabee.

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