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jueves, 1 de marzo de 2012
Como en la tormenta (Against the wind)
La singular secuencia inicial de esta sugestiva producción de la Ealing,Como en la tormenta (Against the wind, 1948), de Charles Crichton, marca el tono de extrañeza, o de cierto distanciamiento, que presidirá un relato en el que más que la combinación de tonos, se evita un excesiva dramatización; por ello un relato cortante, con variados desvíos, o giros, como su misma construcción de variación de puntos de vista sin centrarse en uan figura protagonista, ya que lo fundamental es el grupo, el de aquellos que lucharon (como espías saboteadores en campo enemigo) durante la II guerra mundial. En esa primera secuencia, un sacerdote, el padre Philips (Robert Beatty) llega a un museo arqueológico preguntando por la localización de la exposición de un dinosaurio; una escalera de caracol le conduce a una sala dominada por la imponente recreación de tal criatura; tras una puerta, le espera Ackerman (James Robertson Justice), el comandante en jefe de un grupo de espías saboteadores, para proponerle que lleve a cabo una misión en Belgica. La narración se centrará en otros de los agentes que posteriormente serán lanzados en paracaidas para unirse a él.
Además de las tensiones derivadas de las acciones saboteadoras, como la que realizan en una cárcel para sacar a un compañero, y posteriormente en un tren, cuando el azar (qué casualidad que su mismo ejercito británico bombardee la zona) impide que lo logren en el primer caso, o una vibrante persecución motorizada por las calles (en la que se tienen que sortear hasta procesiones), o cuando lo tenso se combina con lo absurdo(a Emil se le caen en un control alemán los cubos de leche, los cuales llevan unas armas, que cuales salen rodando para risa de los soldados), uno de los aspectos más sugerentes es el correlato de historias sentimentales de los personajes: Michele (Simone Signoret) se ha cerrado en banda a cualquier posibilidad de relación tras descubrir que el hombre que amaba era un traidor; por ello, rechaza a otros de sus nuevos compañeros, Johnny (Gordon Jackson), experto en camuflaje de bombas, que enseña a Michele (apunte mordaz cuando ella ve unos sujetadores, e ironiza con que sea otra forma de camuflaje; él le aclara que los lanzan desde aviones para que los alemanes duden de sus mujeres), pero inexperto en sus relaciones con las mujeres.
No es casual que sea ella la que descubra quién es el traidor dentro de su grupo (Ackerman lo descubre cuando ya han llegado a Bélgica), al que elimina en una esplendida secuencia que sabe jugar con las tensiones dentro del encuadre (ella recibiendo la información por radio en primer término, él al fondo afeitándose), y que, por supuesto, el que su vida, más tarde, peligre, logrará que ella se quite esa coraza sentimental. En esa línea de sugerente concisión, son estupendos los momentos en que Emile (Joh Slater), belga, que ha tenido que operarse la nariz, para evitar que le reconozca su esposa, no puede evitar acercarse a donde ella trabaja, quedándose desolado porque ella no le reconozca cuando pasa a su lado, o cuando Jacques (Paul Dupois), infiltrado como oficial alemán, se cruza en la calle con su novia, y tiene que negar que es quien ella cree (más cruel es el hecho de que justo después, por ayudar a escapar y salvar a Johnny, él muera, sin ni siquiera haber podido esclarecer el equivoco con la mujer que ama). No dejar de mencionar que el guión es obra de TEB Clarke, según una obra de J Elder Wils, quien escribiría las de dos posteriores joyas de Crichton, Oro en barras (1951) y Los apuros de un pequeño tren (1953).
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