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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Leviatán

Entre barcos desguazados y osamentas de ballenas, una realidad escombrada, aplastada, el silencio de una inmensidad, la imposición del Leviatán. El ciudadano impelido a soportar el arbitrio y el abuso del poder, paciente como Job, porque al menos le proporcionará larga vida, una vida inmune, sin ser apalizado o encarcelado por oponerse a quienes se aprovechan de su autoridad. Leviatán, la bestia que representaba el caos. Leviatán, la figura que representa el contrato social, la asunción de una sumisión ante un principio de autoridad para conseguir una convivencia armónica que no sería posible si el ser humano viviera según su naturaleza, en estado de libertad. Pero la realidad no deja de desdecir tan planteamiento. En numerosas ocasiones, sea el poder religioso o el político (y siempre, entre sombras, vinculante, la hiedra del financiero), la autoridad no deja de despojar a otros de lo propio para su beneficio. En 'Leviathan' (2014), de Andrei Zvyagyntsev, Nikolay (Andrei Serebryakov) se resiste a que el corrupto alcalde, Vadim (Roman Madyanov), se apropie de sus tierras, para lo que establece una lid judicial. Pero se enfrenta a una connivencia entre poderes políticos, económicos y religiosos. Nikolay es una insignificancia, como su casa apartada en la inmensidad del paisaje. Nikolay, con la ayuda de su abogado, Dmitri (Vladimir Vdovinchekov), se convierte en la desesperada figura que lucha contra la corrupta naturaleza de los poderosos. Hay movimientos de cámaras que establecen vínculos que se revelan como nudos corredizos: el travelling hacia la juez que dicta el fallo judicial en su contra, y el travelling hacia el pope religioso con quien tiene establecido la alianza el alcalde para apropiarse y sustituir un hogar por una iglesia. Barcos desguazados y osamentas de ballenas abren y cierran la narración como un círculo que es cepo. Entremedias, un hogar que es derruido por unos bulldozers.
Zvyagantsev, de hecho, se inspiró en otra rebelión desesperada, la del estadounidense Marvin Heemeyer, quien, en el 2004, se enfrentó a los poderes, porque pretendían construir una planta de cemento junto a su negocio (bloqueando además su acceso), y acabó suicidándose tras arrollar con su bulldozer la planta de cemento, las casas de los políticos y empresarios y el ayuntamiento. No hay diferencias entre dos países que durante décadas se han enfrentado como si representaran lo opuesto, y ahora son equiparables. El pasado, precisamente, cobra presencia a través de las fotografías, su condición fantasmal, falaz, el recorrido de una realidad que se ha ido varando, desintegrando: La imagen del lugar donde habitan, junto a un puente, frente al mar, allá por 1929: las fotografías de los diferentes mandatarios rusos de Lenin a Gorbachov (ya habrá lugar para los que todavía están en el poder), que se utilizan para realizar prácticas de tiros; las fotografías de unos antepasados cuyo legado se ve abocado a la demolición y desaparición; la fotografía de quien dejará de ser ya cuerpo y se convertirá en un recuerdo más enterrado, en la prisión de tantos olvidos, entre tantos abusos acumulados. Hay algo en el espacio que evoca también el entorno de algunos de los episodios, sobre todo el primero, de 'Un toque de violencia' (2014), de Jia Zhang Ke, también con personajes que se sublevan y personajes que son aplastados por la maquinaria de un poder que hace del abuso y del cultivo de la sumisa enajenación los cimientos de su imposición.
Hay algo en la estructura narrativa, en cómo se va densificándose y derivando en su recorrido sinuoso, que evoca la construcción de 'Winter sleep' (2014), de Nuri Bilge Ceylan, sobre todo por la preeminencia que va adquiriendo el personaje de la esposa, aquí la de Nikolay, Lilya (Elena Lyadova), un personaje entre, en su sentido amplio, no sólo entre dos hombres. Un personaje cuya mirada dice tanto en sus silencios que duele, y cuando se convierten en lágrimas la narración, y unas vidas, se despeñan,es el principio de un derrumbe irremisible. Hay algo en lo que coinciden las tres: son magníficas, un fustazo a las mentes adormecidas. En sus obras anteriores, 'El regreso' (2003) o 'Elena' (2010), el cine de Zvygantsev transitaba una narrativa esquiva, tanto que a veces parecía que podía empantanarse en cierta opacidad. En este caso su construcción parece más directa, pero resulta aún más compleja, escurridiza, pero sutilmente porosa, entre lo público y lo privado, entre las lides económicas y las afectivas (el combate contra la autoridad también se ve minado, desequilibrado, por las contiendas privadas, por los desconciertos internos).
Por eso, quizá, hay elipsis que no tienen ya que ver con lo esquivo, sino con la brecha de lo que no será suturado. No vemos la discusión en la que el marido descubre la relación entre su amigo y su esposa, no vemos cómo transcurrirá la conversación de una doliente reconciliación (sobre muy frágiles cimientos). No vemos la muerte que permanecerá ambigua, si suicidio, o quizá asesinato. Al fondo, eso sí, tras la nuca desenfocada, se aprecia una ballena en el mar, una de las figuras con que se representó a Leviatán. Quedan, como tapias, mordazas, o pantallas convenientes, las falaces palabras del representante religioso, mientras el poderoso político corrupto susurra al oído de su pequeño hijo que Dios vigila todo lo que hacemos. 'Sacarás tú al Leviatán con anzuelo o con cuerda que le eches en su lengua; ¿multiplicará él ruegos contigo? ¿Te hablará él de lisonjas?; menosprecia toda cosa elevada, es rey sobre todos los soberbios (Job, 41), le dice un sacerdote a un impotente y desesperado. Nikolay. El resto es el silencio de la inmensidad con esqueletos de barcos desguazados, osamentas de ballenas y hogares demolidos en una realidad varada. Esta excelente obra se estrena el 1 de enero.

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