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viernes, 5 de diciembre de 2014

St. Vincent

La santidad que refleja el título de 'St Vincent' (2014),de Theodore Melfi, se refiere a la de su protagonista, Vincent (Bill Murray). Puede sorprender, en principio, ya que parece más que bien que hay que tener más paciencia que un santo con alguien que tiende a las brusquedades y borderías, y no parece saber que hay cierto amortiguador llamado amabilidad, incluso cuando, por accidente, provocan que la voluminosa rama de un árbol caiga sobre su coche. El pequeño Oliver (Jaden Lieberher), su nuevo vecino, aprecia, enseguida, que hay algo interesante en aquel gruñón desastrado que vive con un gato persa en un hogar en el que el desorden ha asentado señorío. Su vida asemeja a un desastre, y su penuria económica le impulsa a ofrecerse como canguro a la madre de Oliver, Maggie (Melissa McCarthy, pero Oliver advierte que ese desorden y esos modos elusivos pueden camuflar algo que vale la pena indagar. Vincent no es ningún Scrooge ni un Fagin dickensiano. Se convertirá en singular instructor de ese lado de la vida que no suele calificarse como ejemplar, sea apostar en hipódromos o relacionarse con damas de la noche, o sea, prostitutas,como la embarazada Daka (Naomi Watts), con un vientre de tal tamaño que ya no puede bailar en la barra, y de la que Vincent es cliente habitual, pero con un afecto que delata que sus entrañas están lejos de estar desvitalizadas. Quizá sea esa, más bien, la razón de su brusquedad y causticidad. Quizá Vincent es quien sea más paciente que un santo con una vida que no ha dejado de mostrarle, sobre todo últimamente, su reverso menos gratificante. Ese abandono en el desorden también está relacionado con el hastio, la decepción. Hay otros recovecos que permanecen ocultos tras esa apariencia que pone alambres de espino ante el mundo y los demás.
No es un gruñón asocial sin sustancia. Instruye a Oliver sobre cómo no defenderse de los que pretenden abusar de él, y le recomienda que nunca se convierta en un oficinista, como los que trabajan en un banco, porque no tienen alma. También lleva ocho años cuidando a su esposa, que padece alzheimer, atendida en un caro sanatorio, razón de sus penurias. Realmente no es ni santo ni demonio, sino demasiado humano, un deshecho, alguien quemado, alguien disconforme, alguien que resiste un alud de contrariedades y adversidades, como si la vida se cebara sobre él. A su alrededor el panorama no es menos precario, como la prostituta que tiene que afrontar el nacimiento de un niño y no sabe cómo sobrevivirá, o la madre, enfermera, que trabaja tantas horas que no tiene un mínimo resquicio para ver a su hijo, y además tiene que soportar la presión de un marido que quiere compartir la custodia de su hijo, aunque no comparta manutención. 'St Vincent' transita equilibradamente entre la comedia y el drama, aprieta en algún momento, pero la distancia que aporta la ironía de Bill Murray amortigua sus aristas, o estira las cicatrices con una sonrisa. Habrá quien piense que mitiga su aspereza, y quien piense que impida que la amargura se extienda como un tumor. Depende que cómo se piense que haya que reflejar la desgracia, y la solidaridad que se conjuga entre los que intentan mantener la nariz fuera del agua. Pero no, Vincent no es un santo que necesite de rezos antes de ponerse a comer. Se estrena el próximo 12 de diciembre

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