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lunes, 22 de diciembre de 2014

El jugador

¿Se puede realizar un corte de mangas de 'Os jodan a todos' cuando se tiene nada y se es nada, o sólo cómo alienta esta rapaz sociedad cuando dispones de esa posición de prodigalidad económica que te hace sentir inmune? El trayecto argumental de 'El jugador' (The gambler, 2014), de Rupert Wyatt, con guión de William Monahan, no difiere sustancialmente del de la obra del mismo título realizada en 1974 por Karel Reisz, con guión de James Toback. Pero si desmarca en varios aspectos que diferencian sus trayectos dramáticos y sus enfoques reflexivos. Las direcciones divergentes que toman quedan evidenciadas en las respectivas elecciones de las obras literarias de las que se sirve el protagonista, el profesor de literatura contemporánea, Axel Freed (James Caan), en la obra de Reisz, Jim Bennett (Mark Wahlberg) en la de Wyatt, para exponer su perspectiva vital. Freed recurría a 'Memorias del subsuelo' de Fiodor Dostoievski, e incidía en la colisión entre deseo o voluntad y la realidad y naturaleza (o por qué no podemos conseguir en algún momento que 2 +2= 4 sea 2 + 2=5). Freed apostaba contra las leyes o el determinismo, desafiaba a las probabilidades. Bennett elige a Shakespeare y 'El extranjero' de Albert Camus. El dramatúrgo británico le sirve para remarcar que el talento es un don excepcional, que escasos son los que poseen el don de la singularidad en cualquier faceta, sea en la deportiva (como un par de alumnos que destacan en el tenis o el baloncesto) o en la literatura. Resalta una amargura que se percibe en el gesto fruncido, crispado, de Bennett. Alguien que escribió siete años atrás una novela que no le llevó a las cumbres, aunque no fuera mal recibida, y que ahora siente que su vida gira alrededor de la futilidad, impartiendo clases a unos alumnos a los que en general les da igual lo que diga porque todo gira alrededor de las notas que quieren conseguir. Bennett considera que o eres todo o eres nada. O tienes el mundo a tus pies o te borras, desapareces, pero no quiere ser otro ser cualquiera en la multitudinaria franja de los grises. Si no puedes ser Shakespeare, mejor no escribas, mejor ser nada. Por eso se oculta, a veces, en sus gafas oscuras, como quien da la espalda a la vida.
Al respecto, hay una significativa variante en la caracterización del principal personaje femenino. Aquí es una alumna, Amy (Brie Larson), precisamente la única que él considera dotada con el suficiente talento para ser una gran escritora. Es en quien ve lo que ya no ve en sí mismo. Y más aún, ve en ella alguien que logra ser sin disponer de unas circunstancias que hayan favorecido ese don, sea una familia con inclinaciones creativas o una posición económica holgada que pueda favorecer esa dedicación. En cambio, a Bennett amarga haber crecido en un ambiente de opulencia, un determinismo positivo, en cuanto le posibilitaba sin esfuerzo ser otro de los privilegiados en una sociedad que ante todo valora la posición. Disponía de la banca para jugar a la vida. Pero él prefiere jugar a la contra. Ahí entra la referencia de la obra Camus. Según destacó Bennett en el estudio que realizó (otro trabajo que siente que no sirvió para nada, irrelevante; o en los márgenes de la realidad a los que se siente abocado) el protagonista de 'El extranjero' sólo utiliza cinco balas cuando realiza su asesinato, porque guardaba la sexta para él mismo. Bennett es alguien que quiere borrarse, desaparecer, ser nada, quiere suicidarse, quiere hacerse daño, pero quiere que lo realicen otros, por eso apuesta sin medida ni freno, pero no como quien desafía a las leyes de la probabilidad, como en la obra de Reisz, sino como quien espera que le hagan desaparecer de modo definitivo. Si no puede disponer del mundo a sus pies, prefiere definitivamente ser nada. No tiene dudas como Hamlet, en cuanto al ser o no ser. Sin duda, Bennett opta por el no ser.
Ya significativamente anunciado en la bella secuencia inicial, que también se desmarca de la obra de Reisz. En el rostro de Bennett brotan las lágrimas, porque su abuelo, Ed (George Kennedy), agoniza en la cama de hospital. Hay una bellísima fisura; un luminoso breve plano mudo que retrotrae al pasado, ambos juntos en un coche. La vida queda atrás, para Bennett, una vida que siente que no pudo ser, una dirección de luz que se encasquilló en alguna curva del camino. Ya la vida en el presente es una mera competición, una disputa tras otra. Monahan hace de los diálogos un intercambio de golpes en un partido de tenis, lo que marca un ritmo jazzistico a las conversaciones, y una fluidez narrativa en precipitación, y que permite que se luzcan en sus 'solos' los secundarios con los que se confronta Bennett, caso de John Goodman o Michael Kenneth Williams. En la conclusión, Bennett corre, pero no porque huya, sino porque, como Shirley MacLaine en 'El apartamento' (1960), de Billy Wilder, o Woody Allen en 'Manhattan' (1979), se ha liberado de lo que le pesaba en sí mismo, y sabe ya lo que realmente vale la pena, aunque no tenga nada ni sea nada: Ese rostro que dota de luz a tu presente. Se estrena esta interesante obra el 1 de enero.

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