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jueves, 3 de mayo de 2012

El diablo cojuelo

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'El diablo cojuelo' (Le diable boiteux, 1948), de Sacha Guitry, es una aguda comedia sobre las inconsistencias y volubilidades del ejercicio de la política, pero no sólo de los que ejercen el poder, sino del mismo pueblo llano. Hay un mordaz ritornello, un plano que se repite a lo largo de la película, en el que se ve escribir ( y tachar sucesivamente) en la pared de un callejón, 'viva la republica', 'viva el emperador', 'viva el rey'....hasta que en la última situación vemos que alguien se dispone a escribir algo, ante la atenta mirada de otro ciudadanos (algunos portando en su mano ciertas herramientas por si no les gusta lo que va a ensalzar), que no es sino un más escurridizamente conciliador 'Viva Francia'. La obra se centra en la figura de un diplomático, Talleyrand (1754-1838), que sirvió durante 50 años bajo cinco distintos regímenes, la revolución, monarquía absoluta, el imperio napoleónico, consulado y monarquía constritucional. Hay quien lo considera el protótipo de político arribista y chaquetero y quien, en cambio, lo considera el modelo de sagaz diplomático que supo bregar en cualquier circunstancia, y hasta contrarrestar los desatinos de los que detentaban el poder (en este sentido, es implacable el retrato que se realiza en el film de monarcas y emperador).
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La obra no es una biografía al uso ni tampoco una narración con una continuidad ortodoxa. Como en otras obras suyas, Guitry (que encarna al mismo Talleyrand) remarca que estamos en el territorio de la escenificación: su voz presenta a los componentes del equipo en los títulos de crédito, y en los planos iniciales vemos en el escaparate de una libreria en la actualidad el libro que publicó el mismo Guitry. Porque hay que señalar que la producción de esta película sufrió sus avatares. Había sido desestimado el guión por la censura, ante lo cual Guitry decidió convertirlo en obra teatral, 'Talleyrand'. Tras el éxito que cosechó su representación, decidió presentar el proyecto de nuevo, que fue ahora aceptado (aunque con reticencias). Guitry declaró que esas frases que habían 'molestado' eran citas textuales de palabras dichas por Napoleón, el mismo Talleyrand u otras figuras hsistóricas (la espada de Damocles de lo políticamente correcto no ha dejado de cernirse). Hay que señalar que el mismo Guitry era una figura 'incómoda' ya que había sido acusado de colaboracionista durante la ocupación alemana, porque no había dejado de escribir, actuar y realizar representaciones, siendo incluso encarcelado dos meses. Aunque en 1947 sería liberado de cualquier cargo por el nuevo gobierno, Guitry se lamentaría de que no se realizara un juicio formal. Por eso, se suele señalar que esta obra tiene algo de ajuste de cuentas.
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La obra se estructura en episodios, con afinado uso de las elipsis, en los que el diálogo pauta la obra, aliñado con un humor excéntrico, mordaz, y jugando con el campo del encuadre como un territorio escénico (ya desde esa peculiar presentación de Talleyrand a través de los comentarios de la servidumbre, y su aparición 'escénica' entrando por la puerta, y realizando comentarios sobre los parecidos de los siervos con algunos políticos, finalizando con un castigo a todos porque 'escuchó' a uno imitar su cojera; todos suben cojeando tras él la escalera), una sutil forma de dejar en evidencia lo que tiene la vida de escenario, de farsa, y hasta de absurdo. Ese sentido genuino de la comedia que con posterioridad han desarrollado cineastas, que desmantelan la representación de la realidad aunque aparentemente jueguen con sus formas ortodoxas (de prosa), caso de Eric Rohmer o, sobre todo (por coincidencia en aplicación distanciadora del humor) Jacques Rivette (véase sus dos últimas obras, las esplendidas 'La duquesa de Langeais' y 'El último verano'). Ese distanciamiento tiene su ejemplar rúbrica en la forma de clausurar el relato. Tras narrar una de sus últimas 'gestas' (un largo debate de horas, pese a su frágil salud, con políticos ingleses para firmar las condiciones de una tratado de alianza), que finaliza con las palabras de admiración de un político inglés (ante las que él apostilla que ojalá sus compatriotas dijeran la mitad de esas palabras), Guitry culmina la narración con dos planos de Talleyrand ya muerto, postrado en la cama, y rodeado de un séquito, mientras la cámara se aleja del escenario de la vida.

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